El autor de Jauretche y su época coordina el ciclo “Los que pensaron en grande” en el ND Ateneo y sigue escribiendo, dice, “para desmitificar zonceras”. Cuadro clave del revisionismo, Galasso acaba de publicar otro libro que refuta la historiografía oficial: San Martín o Mitre.
Por Cristian Vitale
“En la historia están los que tienen el apoyo académico y los que metemos las narices donde podemos”. Norberto Galasso –historiador, ensayista, militante– acaba de atravesar la barrera de los 70 y juega cómodo en el sitial de maldito. Aquel rol que la historiografía oficial argentina destinó, casualmente, a los hombres que él biografió: Scalabrini Ortiz, Jauretche, Manuel Ugarte, John William Cooke, Discépolo, Perón o el San Martín político, hijo de india guaraní. Es el andarivel que le cabe para desarrollar, con autonomía, su prolífica tarea destinada a desmitificar zonceras. Nada lo detiene. Después de haber llegado al cenit con la vida de Perón, el viejo lobo de la otra historia siguió escribiendo, investigando, casi como una compulsión, y desembocó otra vez en el padre de la patria (plasmado en el libro San Martín o Mitre) y, para “bajar”, en Julián Centeya. “Lo conocí bastante, era un atorrante –dice sobre el bizarro poeta del tango–. Me divirtió recordarlo a través de poemas que merecen ser rescatados. Que sólo se le ocurrían a él. Como el de esa mujer mayor que tenía los mejores perfumes, comía en los mejores restaurantes, tenía los mejores autos hasta que Dios puso sus manos en sus hombros y dijo ‘¡me convertí en una pelotuda!’”, se distiende Galasso, presentando una parte del opúsculo El poeta de las musas reas.
Entre Centeya, San Martín y Perón, entonces, Galasso se hizo un tiempo para exponer en el ciclo “Los que pensaron en grande”, que se lleva a cabo todos los martes –hasta el 26 de junio– a las 19.30 en el ND Ateneo. Se trata de charlas debate en las que varios expositores (Germán Ibáñez, Maximiliano Molocznik, Héctor Valle y Mario Rapoport) abordarán vida y obra de Jauretche, Manuel Ugarte, Rodolfo Puiggrós, Abelardo Ramos, Hernández Arregui, Cooke, y algunos nexos sobre historia económica argentina. Hoy, además, participará en la Feria del Libro (Sala Alfonsina Storni) junto con Hugo Caruso del panel Literatura y Pensamiento Nacional. “Hay una necesidad social de volver sobre la historia. El que se vayan todos de diciembre de 2001 no fue sólo contra los políticos que no daban respuesta, sino contra los mitos y zonceras, como decía el viejo Jauretche. Creo que recién en ese momento se empieza a poner realmente en duda la historia escrita por Mitre que legitimó, fue funcional a las políticas seguidas por Pinedo, Krieger Vasena, Martínez de Hoz y Cavallo. La sociedad está en una búsqueda, en rechazo a esos discursos retóricos añejos, que se podían leer de atrás para adelante o viceversa, porque daba lo mismo”, sostiene, con su natural simpatía. “Es claro –sigue– que una parte de la sociedad está tratando de entender por qué hay tantos argentinos pobres en un país rico. Hay quien se preocupa por Latinoamérica, cuando en Buenos Aires se consideraba un tema de segunda. Todo esto habla de un hombre en ebullición”.
–De ahí, la idea de concretar charlas y debates con el mapa “dado vuelta”...
–Es que Argentina está inmersa en una gran oportunidad histórica. Hay necesidad de cambios, urgencia de transformación. En la medida en que se pueda ir consolidando un pensamiento nacional en los cuadros medios de la política y en los jóvenes, en la medida en que se tenga un conocimiento de cuál fue la verdadera historia, se van a resolver los problemas de la unidad latinoamericana. Se está mirando como nunca antes el tema del gasoducto sudamericano, el Banco del Sur... necesidades que se dejaron de lado porque no se pudo concretar el proyecto de San Martín y Bolívar.
–Las 80 páginas de San Martín o Mitre, su último escrito, están destinadas a rebatir los mitos que se han creado sobre el Libertador, desde la visión de Mitre hasta la del ex juez Juan Sejeán, que se atreve a señalarlo como un agente inglés...
–Son cuestiones que necesitan revisarse. Mitre ha hecho su biografía diciendo que San Martín quería libertar pueblos pero no unirlos, que la unión venía de parte de Bolívar y era un proyecto demasiado ambicioso. Por eso, dada la influencia que tuvo Mitre en la historiografía oficial, a San Martín se lo valora como el padre de la patria, el militar, el que escribió las máximas a su hija, pero jamás como ideólogo. El San Martín que veía claramente que si no se producía esta unión cada país iba a ser dependiente ha quedado en las sombras. El político que se oponía a la política rivadaviana probritánica –hasta querer batirse a duelo con Rivadavia en 1825– ha quedado olvidado. Hay que rescatar a ese del que Mitre dice “mejor se hubiera muerto antes de darle el sable a Rosas”.
Lo que Galasso intenta puntualizar en su breve pero contundente análisis –además de rechazar la hipótesis de “agente inglés”– es desmitificar la idea de que San Martín volvió al país en 1812 para luchar contra España. Lo ubica, más bien, como un militante antimonárquico, que pretendió liberar a las provincias unidas del sur del absolutismo, en la línea de la Revolución Francesa y de la española iniciada en 1808 y concretada en las cortes de Cádiz en 1812. “La Revolución de Mayo no fue antihispánica e independentista desde el primer momento. Lo que pasa es que a Mitre le permitía oponer las ‘luces’ inglesas al oscurantismo español. Fue una visión funcional al proyecto imperialista británico, que se sostuvo durante mucho tiempo para legitimar la dominación. Lo fundamental lo dijo Augusto Barcia Trelles en los ’40 en sus siete tomos sobre San Martín, 2600 páginas que los estudiantes de historia de hoy desconocen. Allí explica que un hombre criado en España no podía jamás venir aquí a apoyar una revolución antihispánica. Venía a apoyar una revolución democrática y popular. Si la obra de Trelles hubiese sido llevada al Colegio Militar, digamos en reemplazo de la cátedra de Mariano Grondona, quizá nuestros generales hubiesen alcanzado una comprensión más profunda acerca de nuestras raíces latinoamericanas”.
–Falta poco para el bicentenario de 1810 y para que se cumpla el sesquicentenario de su muerte, sin embargo la figura de San Martín sigue en el mármol. ¿Su objetivo es “agitemos un poco la cuestión sanmartiniana porque estamos dormidos”?
–Sí. En realidad, varias cosas. Primero, quebrar el pensamiento antinacional que sostiene que nacimos gracias al comercio libre, que nacimos contra España y a favor de Gran Bretaña, gracias a la buena voluntad de los soldados ingleses que después de las invasiones quedaron detenidos, pero que un día salieron en libertad. O al apoyo de Canning. También se dice que no hubo pueblo, cuando en realidad las familias selectas como los Martínez de Hoz, los Ocampo –antepasados de Victoria– votaron a favor del virrey y las clases populares no. ¡Esas eran familias clasistas! Altamira –Jorge– cree que los obreros son clasistas, pero no... clasistas son los Martínez de Hoz (risas). La historia según Mitre tiene errores graves... mejor dicho, errores de intento, que no son errores. Dio paso a que un aventurero como Juan Bautista Sejeán diga que San Martín era un agente inglés... cualquier cosa.
–Sejeán se pregunta por qué un veterano de guerra español viene a combatir contra España y deduce que lo tuvieron que haber sobornado...
–Claro. Pero lo peor es que ante una versión tan insólita se callaron el Instituto Sanmartiniano y la Academia, que no lo hicieron cuando se dijo que San Martín era hijo de india. Para cierta gente, que haya sido agente inglés vaya y pase, pero ¡hijo de india!, ¿cómo es eso? (risas). El de Sejeán fue el último planteo novedoso sobre San Martín, y los planteos nuevos son peligrosos porque la gente, en la búsqueda, por ahí cae en errores. En verdad hubiese sido mejor haber polemizado con él y no callar su hipótesis.
–¿Quiere polemizar? ¿No le alcanzó el cruce subidísimo de tono con Rivera, que protagonizó a través de la revista Sudestada?
–No (risas). Rivera lamentablemente se desubicó, perdió la oportunidad de que hiciéramos un diálogo elevado. No ocurrió así, por ejemplo, con Sulé, del Instituto Juan Manuel de Rosas. Este hombre plantea que existe un solo revisionismo, el rosista, y yo le respondo que hay otros, que consisten en la línea que comienza con Mariano Moreno y su Plan de Operaciones, y prosigue con Dorrego, Chacho Peñaloza, Felipe Varela. Un revisionismo federal-provinciano, con una visión latinoamericana, que incluye a los caudillos como expresión de los sectores más populares. Porque Rosas era expresión de gauchos y negros, pero también de estancieros como los Anchorena. Igual, con Sulé nos mandamos seis cartas abiertas y fue todo muy respetuoso. A lo sumo, se convirtió en un diálogo de sordos. Se polemiza muy poco en Argentina.
–¿Sejeán le respondió?
–No. Al principio, cuando editó su libro cuatro veces, estaba muy embalado y el dueño de Biblos le dijo: “¿Por qué no hacemos un debate?”. Pero como él no es un hombre de la historia sino un juez jubilado, cuando le pasaron mi libro de 300 páginas se encontró con algo más complicado de lo que presumía. Y dijo que no... que ya había hablado demasiado de San Martín.
–¿De qué manera la revisión histórica acompaña un proyecto político?
–El día que se entienda que la política no es una lucha entre bárbaros y educados, sino un enfrentamiento de clases, de intereses, se van entender mejor situaciones clave como la Vuelta de Obligado, las Invasiones Inglesas y los movimientos populares de Yrigoyen y Perón. Serviría, además, para evidenciar por qué el radicalismo está como está y el PJ no es lo que fue en la época de Perón.
–¿Y la izquierda?
–Estoy terminando dos tomos críticos sobre la historia de la izquierda en Argentina. Yo no me caracterizo por la arrogancia, entonces en el título pongo “Aportes para una historia de la izquierda en Argentina”. No pretendo hacer una historia completa, porque tendría que pedirles todos los archivos al MST, al PTS, al PST, y sería algo infernal... podría terminar en el manicomio (risas). En realidad, trato de ver las razones del desencuentro histórico con los sectores populares y con el peronismo. Después, el hecho de que en 2001 las asambleas populares les abren las puertas a la izquierda. Parece su hora y más precisamente la de Zamora, que tuvo la gran oportunidad de armar un gran frente. Pero su lectura fue “la gente se va a organizar sola” y ahí quedó. Siempre lo mismo. Manuel Ugarte decía en 1910 que el socialismo tenía que respetar nuestra idiosincrasia y jamás se tuvo en cuenta eso. ¿Cómo vas a transformar una sociedad si no la conocés?
Por Cristian Vitale
“En la historia están los que tienen el apoyo académico y los que metemos las narices donde podemos”. Norberto Galasso –historiador, ensayista, militante– acaba de atravesar la barrera de los 70 y juega cómodo en el sitial de maldito. Aquel rol que la historiografía oficial argentina destinó, casualmente, a los hombres que él biografió: Scalabrini Ortiz, Jauretche, Manuel Ugarte, John William Cooke, Discépolo, Perón o el San Martín político, hijo de india guaraní. Es el andarivel que le cabe para desarrollar, con autonomía, su prolífica tarea destinada a desmitificar zonceras. Nada lo detiene. Después de haber llegado al cenit con la vida de Perón, el viejo lobo de la otra historia siguió escribiendo, investigando, casi como una compulsión, y desembocó otra vez en el padre de la patria (plasmado en el libro San Martín o Mitre) y, para “bajar”, en Julián Centeya. “Lo conocí bastante, era un atorrante –dice sobre el bizarro poeta del tango–. Me divirtió recordarlo a través de poemas que merecen ser rescatados. Que sólo se le ocurrían a él. Como el de esa mujer mayor que tenía los mejores perfumes, comía en los mejores restaurantes, tenía los mejores autos hasta que Dios puso sus manos en sus hombros y dijo ‘¡me convertí en una pelotuda!’”, se distiende Galasso, presentando una parte del opúsculo El poeta de las musas reas.
Entre Centeya, San Martín y Perón, entonces, Galasso se hizo un tiempo para exponer en el ciclo “Los que pensaron en grande”, que se lleva a cabo todos los martes –hasta el 26 de junio– a las 19.30 en el ND Ateneo. Se trata de charlas debate en las que varios expositores (Germán Ibáñez, Maximiliano Molocznik, Héctor Valle y Mario Rapoport) abordarán vida y obra de Jauretche, Manuel Ugarte, Rodolfo Puiggrós, Abelardo Ramos, Hernández Arregui, Cooke, y algunos nexos sobre historia económica argentina. Hoy, además, participará en la Feria del Libro (Sala Alfonsina Storni) junto con Hugo Caruso del panel Literatura y Pensamiento Nacional. “Hay una necesidad social de volver sobre la historia. El que se vayan todos de diciembre de 2001 no fue sólo contra los políticos que no daban respuesta, sino contra los mitos y zonceras, como decía el viejo Jauretche. Creo que recién en ese momento se empieza a poner realmente en duda la historia escrita por Mitre que legitimó, fue funcional a las políticas seguidas por Pinedo, Krieger Vasena, Martínez de Hoz y Cavallo. La sociedad está en una búsqueda, en rechazo a esos discursos retóricos añejos, que se podían leer de atrás para adelante o viceversa, porque daba lo mismo”, sostiene, con su natural simpatía. “Es claro –sigue– que una parte de la sociedad está tratando de entender por qué hay tantos argentinos pobres en un país rico. Hay quien se preocupa por Latinoamérica, cuando en Buenos Aires se consideraba un tema de segunda. Todo esto habla de un hombre en ebullición”.
–De ahí, la idea de concretar charlas y debates con el mapa “dado vuelta”...
–Es que Argentina está inmersa en una gran oportunidad histórica. Hay necesidad de cambios, urgencia de transformación. En la medida en que se pueda ir consolidando un pensamiento nacional en los cuadros medios de la política y en los jóvenes, en la medida en que se tenga un conocimiento de cuál fue la verdadera historia, se van a resolver los problemas de la unidad latinoamericana. Se está mirando como nunca antes el tema del gasoducto sudamericano, el Banco del Sur... necesidades que se dejaron de lado porque no se pudo concretar el proyecto de San Martín y Bolívar.
–Las 80 páginas de San Martín o Mitre, su último escrito, están destinadas a rebatir los mitos que se han creado sobre el Libertador, desde la visión de Mitre hasta la del ex juez Juan Sejeán, que se atreve a señalarlo como un agente inglés...
–Son cuestiones que necesitan revisarse. Mitre ha hecho su biografía diciendo que San Martín quería libertar pueblos pero no unirlos, que la unión venía de parte de Bolívar y era un proyecto demasiado ambicioso. Por eso, dada la influencia que tuvo Mitre en la historiografía oficial, a San Martín se lo valora como el padre de la patria, el militar, el que escribió las máximas a su hija, pero jamás como ideólogo. El San Martín que veía claramente que si no se producía esta unión cada país iba a ser dependiente ha quedado en las sombras. El político que se oponía a la política rivadaviana probritánica –hasta querer batirse a duelo con Rivadavia en 1825– ha quedado olvidado. Hay que rescatar a ese del que Mitre dice “mejor se hubiera muerto antes de darle el sable a Rosas”.
Lo que Galasso intenta puntualizar en su breve pero contundente análisis –además de rechazar la hipótesis de “agente inglés”– es desmitificar la idea de que San Martín volvió al país en 1812 para luchar contra España. Lo ubica, más bien, como un militante antimonárquico, que pretendió liberar a las provincias unidas del sur del absolutismo, en la línea de la Revolución Francesa y de la española iniciada en 1808 y concretada en las cortes de Cádiz en 1812. “La Revolución de Mayo no fue antihispánica e independentista desde el primer momento. Lo que pasa es que a Mitre le permitía oponer las ‘luces’ inglesas al oscurantismo español. Fue una visión funcional al proyecto imperialista británico, que se sostuvo durante mucho tiempo para legitimar la dominación. Lo fundamental lo dijo Augusto Barcia Trelles en los ’40 en sus siete tomos sobre San Martín, 2600 páginas que los estudiantes de historia de hoy desconocen. Allí explica que un hombre criado en España no podía jamás venir aquí a apoyar una revolución antihispánica. Venía a apoyar una revolución democrática y popular. Si la obra de Trelles hubiese sido llevada al Colegio Militar, digamos en reemplazo de la cátedra de Mariano Grondona, quizá nuestros generales hubiesen alcanzado una comprensión más profunda acerca de nuestras raíces latinoamericanas”.
–Falta poco para el bicentenario de 1810 y para que se cumpla el sesquicentenario de su muerte, sin embargo la figura de San Martín sigue en el mármol. ¿Su objetivo es “agitemos un poco la cuestión sanmartiniana porque estamos dormidos”?
–Sí. En realidad, varias cosas. Primero, quebrar el pensamiento antinacional que sostiene que nacimos gracias al comercio libre, que nacimos contra España y a favor de Gran Bretaña, gracias a la buena voluntad de los soldados ingleses que después de las invasiones quedaron detenidos, pero que un día salieron en libertad. O al apoyo de Canning. También se dice que no hubo pueblo, cuando en realidad las familias selectas como los Martínez de Hoz, los Ocampo –antepasados de Victoria– votaron a favor del virrey y las clases populares no. ¡Esas eran familias clasistas! Altamira –Jorge– cree que los obreros son clasistas, pero no... clasistas son los Martínez de Hoz (risas). La historia según Mitre tiene errores graves... mejor dicho, errores de intento, que no son errores. Dio paso a que un aventurero como Juan Bautista Sejeán diga que San Martín era un agente inglés... cualquier cosa.
–Sejeán se pregunta por qué un veterano de guerra español viene a combatir contra España y deduce que lo tuvieron que haber sobornado...
–Claro. Pero lo peor es que ante una versión tan insólita se callaron el Instituto Sanmartiniano y la Academia, que no lo hicieron cuando se dijo que San Martín era hijo de india. Para cierta gente, que haya sido agente inglés vaya y pase, pero ¡hijo de india!, ¿cómo es eso? (risas). El de Sejeán fue el último planteo novedoso sobre San Martín, y los planteos nuevos son peligrosos porque la gente, en la búsqueda, por ahí cae en errores. En verdad hubiese sido mejor haber polemizado con él y no callar su hipótesis.
–¿Quiere polemizar? ¿No le alcanzó el cruce subidísimo de tono con Rivera, que protagonizó a través de la revista Sudestada?
–No (risas). Rivera lamentablemente se desubicó, perdió la oportunidad de que hiciéramos un diálogo elevado. No ocurrió así, por ejemplo, con Sulé, del Instituto Juan Manuel de Rosas. Este hombre plantea que existe un solo revisionismo, el rosista, y yo le respondo que hay otros, que consisten en la línea que comienza con Mariano Moreno y su Plan de Operaciones, y prosigue con Dorrego, Chacho Peñaloza, Felipe Varela. Un revisionismo federal-provinciano, con una visión latinoamericana, que incluye a los caudillos como expresión de los sectores más populares. Porque Rosas era expresión de gauchos y negros, pero también de estancieros como los Anchorena. Igual, con Sulé nos mandamos seis cartas abiertas y fue todo muy respetuoso. A lo sumo, se convirtió en un diálogo de sordos. Se polemiza muy poco en Argentina.
–¿Sejeán le respondió?
–No. Al principio, cuando editó su libro cuatro veces, estaba muy embalado y el dueño de Biblos le dijo: “¿Por qué no hacemos un debate?”. Pero como él no es un hombre de la historia sino un juez jubilado, cuando le pasaron mi libro de 300 páginas se encontró con algo más complicado de lo que presumía. Y dijo que no... que ya había hablado demasiado de San Martín.
–¿De qué manera la revisión histórica acompaña un proyecto político?
–El día que se entienda que la política no es una lucha entre bárbaros y educados, sino un enfrentamiento de clases, de intereses, se van entender mejor situaciones clave como la Vuelta de Obligado, las Invasiones Inglesas y los movimientos populares de Yrigoyen y Perón. Serviría, además, para evidenciar por qué el radicalismo está como está y el PJ no es lo que fue en la época de Perón.
–¿Y la izquierda?
–Estoy terminando dos tomos críticos sobre la historia de la izquierda en Argentina. Yo no me caracterizo por la arrogancia, entonces en el título pongo “Aportes para una historia de la izquierda en Argentina”. No pretendo hacer una historia completa, porque tendría que pedirles todos los archivos al MST, al PTS, al PST, y sería algo infernal... podría terminar en el manicomio (risas). En realidad, trato de ver las razones del desencuentro histórico con los sectores populares y con el peronismo. Después, el hecho de que en 2001 las asambleas populares les abren las puertas a la izquierda. Parece su hora y más precisamente la de Zamora, que tuvo la gran oportunidad de armar un gran frente. Pero su lectura fue “la gente se va a organizar sola” y ahí quedó. Siempre lo mismo. Manuel Ugarte decía en 1910 que el socialismo tenía que respetar nuestra idiosincrasia y jamás se tuvo en cuenta eso. ¿Cómo vas a transformar una sociedad si no la conocés?
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