Antes que nada, valga mi reconocimiento y el de todos los argentinos a la tarea desarrollada por El Colegio de México, no solamente vinculado, como bien lo reseñó el señor presidente, a acoger a los intelectuales argentinos que huían – y yo no voy a emplear ninguna metáfora- de la dictadura más sangrienta, que haya recordado nuestro país y al mismo tiempo por el altísimo rol, que le cabe en el diseño del pensamiento mexicano y del pensamiento latinoamericano, aspectos muy caros para todos aquellos que concebimos a la gestión del pensamiento, del saber como la reflexión como un instrumento más que apto para modificar el curso de la historia de los pueblos.
Por eso no dudé un instante, cuando me cursaron esta amable invitación, de venir a reflexionar, no a dar conferencia. En realidad me gusta más la reflexión y me gusta más el formato, que han hecho de una intervención previa y luego preguntas que seguramente compartiremos durante el almuerzo.
“Realidad de Latinoamérica y de la Argentina”, digamos que realidad de los últimos 50, 60 años, tal vez un siglo en toda la región hayan sido historias de rupturas: rupturas de la legalidad democrática. Gran parte de nuestro continente fue azolado por dictaduras feroces. No fue solamente en mi país, la República Argentina, también en la hermana República de Chile, en Brasil, en Uruguay, sería largo la historia y también rupturas de legitimidades políticas. Entendidas éstas como el apartamiento de las formaciones políticas, que muchas veces traicionan el mandato histórico para el cual surgieron y para el cual fueron convocadas y, fundamentalmente, por el cual fueron apoyadas por las distintas sociedades en los distintos momentos históricos. Digo, entonces, que son rupturas de legalidad democrática y de legitimidad política.
Y todas tienen que ver con la no viabilidad de las instituciones, con la inviabilidad institucional trágica, terrible, con la violencia durante el reinado de la denominada Doctrina de la Seguridad Nacional, en un mundo absolutamente bipolar. Son las rupturas las que sobrevienen a la caída del Muro de Berlín cuando se consolidan las democracias en América Latina, pero sobrevienen otras rupturas, tal vez más terribles, cuando son mucho más frustrantes para los pueblos: la traición de aquellos dirigentes en los cuales se confía el determinado proceso histórico que es la aquellos otros uniformados que utilizando las armas que el pueblo les había confiado y en el marco de esa Doctrina de Seguridad Nacional rompieron procesos democráticos.
Creo, entonces, que esa es la caracterización de una realidad con matices, con las diferencias propias de cada una de nuestras historias, particulares como visión, que es el escenario en el cual se desarrolla la vida latinoamericana del último siglo.
¿Cómo Argentina imbrica en estas dos rupturas? Y tuvo de las dos, como siempre los argentinos solemos ser y queremos ser lo más en todo, también en rupturas.
Por eso no dudé un instante, cuando me cursaron esta amable invitación, de venir a reflexionar, no a dar conferencia. En realidad me gusta más la reflexión y me gusta más el formato, que han hecho de una intervención previa y luego preguntas que seguramente compartiremos durante el almuerzo.
“Realidad de Latinoamérica y de la Argentina”, digamos que realidad de los últimos 50, 60 años, tal vez un siglo en toda la región hayan sido historias de rupturas: rupturas de la legalidad democrática. Gran parte de nuestro continente fue azolado por dictaduras feroces. No fue solamente en mi país, la República Argentina, también en la hermana República de Chile, en Brasil, en Uruguay, sería largo la historia y también rupturas de legitimidades políticas. Entendidas éstas como el apartamiento de las formaciones políticas, que muchas veces traicionan el mandato histórico para el cual surgieron y para el cual fueron convocadas y, fundamentalmente, por el cual fueron apoyadas por las distintas sociedades en los distintos momentos históricos. Digo, entonces, que son rupturas de legalidad democrática y de legitimidad política.
Y todas tienen que ver con la no viabilidad de las instituciones, con la inviabilidad institucional trágica, terrible, con la violencia durante el reinado de la denominada Doctrina de la Seguridad Nacional, en un mundo absolutamente bipolar. Son las rupturas las que sobrevienen a la caída del Muro de Berlín cuando se consolidan las democracias en América Latina, pero sobrevienen otras rupturas, tal vez más terribles, cuando son mucho más frustrantes para los pueblos: la traición de aquellos dirigentes en los cuales se confía el determinado proceso histórico que es la aquellos otros uniformados que utilizando las armas que el pueblo les había confiado y en el marco de esa Doctrina de Seguridad Nacional rompieron procesos democráticos.
Creo, entonces, que esa es la caracterización de una realidad con matices, con las diferencias propias de cada una de nuestras historias, particulares como visión, que es el escenario en el cual se desarrolla la vida latinoamericana del último siglo.
¿Cómo Argentina imbrica en estas dos rupturas? Y tuvo de las dos, como siempre los argentinos solemos ser y queremos ser lo más en todo, también en rupturas.
Una ruptura en 1976, que fue – digo yo- finalmente el corolario de algunas rupturas previas y que ya se habían insinuado como fuertemente perseguidoras del pensamiento, del saber, de la investigación. Me refiero a la “Noche de los Bastones Largos”, en 1966, lo que provoca, tal vez, el primer exilio de pensadores argentinos y educadores que se van refugiar en distintas partes del mundo ante los que consideraban peligrosos los libros, el saber y el pensar. Finalmente culmina, obviamente, en el episodio más sangriento, que fue la dictadura de 1976.
En materia de ruptura de legitimidades políticas, la Argentina ha tenido experiencias muy fuertes, trágicas también. La última deslegitimación política, la última ruptura de legitimidad política se produce en el año 2001, cuando un Gobierno, un espacio político multipartidario - por decirlo así - plural convoca a la sociedad a una gesta para unificar lo que había sido la Argentina de los años 90, con el Consenso de Washington, y no solamente no modifica absolutamente nada, sino que es más, profundiza el modelo, y como no podía ser de otra manera se quiebra la legitimidad política de un espacio político, que había llegado al Gobierno con algo más del 50 por ciento de los votos, un Gobierno que se inicia con una legalidad democrática y una legitimidad política, producto de ese apoyo de la sociedad a las propuestas que habían sido formuladas.
El año 2001 - ustedes lo saben - forma parte de los noticieros del mundo, como digo yo. Miles de argentinos en las calles, represión, más de 30 muertos en la República Argentina. Una vez más la tragedia, esta vez en el marco de una sociedad de instituciones democráticas y una Argentina que por momentos quienes teníamos responsabilidades institucionales, en ese entonces yo era Senadora Nacional. En realidad, cuando se produce la crisis todavía era Diputada y había sido electa Senadora Nacional y a los pocos días: el 10 de diciembre de 2001 asumo como Senadora. El entonces hoy Presidente era un Gobernador de un lejano Estado del sur argentino: Santa Cruz.
Pero todos aquellos que teníamos responsabilidades institucionales y los que no la tenían también tuvimos la exacta percepción de que el país se nos desintegraba entre las manos, era como que la Argentina se diluía en miles de partículas en el aire. Yo quiero recordar escenas, tales como bancos con chapa, la gente golpeando con martillos las chapas de los bancos. Cualquiera que fuera identificado como banquero, empresario o político corría serio peligro. Pasó a ser más riesgoso ser político, empresario o banquero que ser paracaidista en la República Argentina.
Todo lo que significó ese escenario, esa fotografía de la Argentina de 2001, una fotografía que se fue prolongando porque era todo producto de una fuerte frustración. Dicen que cuando más grandes son las expectativas y más grande es la ilusión, es mayor el grado de frustración que uno siente. Y no quiero hacer una interpretación psicologista de la política ni de la sociedad, pero lo cierto es que este fenómeno que se produce en términos individuales en cada uno de nosotros frente a determinadas expectativas, cualquiera sean las calidades de las expectativas, también se produce en una sociedad abierta. Ha habido una gran apuesta, de eso daba cuenta más del 50 por ciento de los votos, y entonces la frustración era simétrica a esa expectativa y por lo tanto la violencia.
Año 2003: el presidente Néstor Kirchner asume en un marco de legalidad democrática e institucional, el sistema por el cual se había instituido y que rige en la República Argentina y en la cual el Partido Justicialista concurre a elecciones, lo hace obtener el 22 por ciento de los votos, con lo cual queda en condiciones de ingresar en un proceso de ballotage. Pero lo cierto es que, a los pocos días, quien había obtenido mayor cantidad de votos, un coma y pico por ciento, aproximadamente más, renuncia a la posibilidad del ballotage y entonces se intenta un fuerte proceso de deslegitimación política en un país con una deuda externa, que era el 160 por ciento de su Producto Bruto Interno (PBI), con niveles de pobreza que alcanzaban el 57 por ciento, con niveles de indigencia en el orden del 30 por ciento, con el 27 por ciento de desocupación, asumía un hombre que solamente había obtenido en las urnas el 22 por ciento de los votos. Como siempre lo digo, medio en broma y medio en serio, era un presidente que tenía más desocupados que votos. Esta era la situación del Presidente Néstor Kirchner, al 25 de mayo de 2003.
El diagnóstico que habíamos elaborado como grupo político de la situación que vivía la Argentina, no en ese momento, porque hay una fuerte tendencia en ciertos sectores de la dirigencia política y también de los comunicadores sociales a analizar el episodio que sucedió independientemente de la historia, como si la historia y la política fueran hechos aislados e independientes que no tienen absolutamente nada que ver el uno con el otro, como si no hubiera una relación, una hilación histórica, dialéctica si les gusta más, de lo que sucede en la sociedades.
Y precisamente era en este análisis que yo precedía, de crisis de legalidades democráticas y crisis de legitimidades políticas, durante las etapas democráticas, era donde habíamos centrado nosotros el diagnóstico de cuál era la problemática argentina y que era necesario volver a unir el discurso con la gestión. Y la gestión con el resultado político concreto, medible de las ideas que uno expone en una campaña política.
Siempre digo que uno tiene ideas y las expone, algunos las encasillan bajo el membrete de ideología pero cuando estas ideas son puestas a la práctica, entonces adquieren el valor de la política. Porque son las ideas intervenidas por la realidad y hecha resultados. Y me parece que ahí está el gran valor de quienes demandamos el voto popular para tener la iniciativa política desde el aparato del Estado, ya sea en un nivel ejecutivo o en un nivel legislativo. Es preciso vincular lo que decimos que vamos a hacer con lo que hacemos, y esencialmente si esto, además, tiene resultados. Con esta caracterización de la problemática y de cómo deber abordarse la gestión se inicia el Gobierno, el 25 de mayo de 2003. En un país donde se llegó en un momento a decir, por parte de un dirigente político, que si hubiera dicho lo que iba a hacer, no lo hubieran votado, cosa que no solamente pensaba ese dirigente político también porque está visto que los que vinieron después hicieron exactamente lo mismo: dijeron que iban a hacer una cosa e hicieron otra, porque si no, si hubieran dicho lo que iban a hacer, seguramente, tampoco los habrían votado. Con lo cual, estaba la otra ruptura, de la palabra, del valor de la idea. Por eso la gente decía: “no importa lo que diga en la campaña, total cuando se llega al Gobierno siempre se hace otra cosa diferente”. Había una suerte de legalidad social, que cubría a aquellos que en política malversaban lo que era fundamentalmente las expectativas sociales. Pero se había producido un círculo perverso, donde ya casi de antemano quienes escuchaban sabían tal vez que lo que se decía no se iba a cumplir. Se imaginan ustedes el grado de escepticismo con que ese hombre de 53 años y el 22 por ciento de los votos, era mirado por la ciudadanía en general, y no por mala intención, simplemente por una cuestión de experiencia histórica de la sociedad.
Hoy, a casi cuatro años de gobierno, faltan pocos días para el 25 de mayo donde el presidente Kirchner cumplirá su cuarto año de gestión, podemos exhibir que aquellas ideas que algunos consideraban ideales de una generación que quería poner un modelo que era inviable, yo fui una fuerte opositora interna durante el gobierno menemista, como legisladora nacional. Muchas veces cuando disentía y votaba en contra de lo que entonces mi partido llevaba adelante, muchos me miraban escépticos y me decían que lo que nosotros planteábamos era inviable, porque el Fondo, porque las condiciones, porque el Consenso de Washington, porque la hegemonía, porque esto, porque lo otro, numerosos argumentos.
Lo cierto es que pudo ser llevado adelante un proceso histórico, político, institucional, social, donde al cabo de cuatro años se ha descendido a un 26 y pico por ciento la pobreza; por primera vez en más de una década, perforamos en un dígito el nivel de indigencia, el 8 y pico por ciento. Obviamente que son índices que todavía consideramos vergonzantes, pero comparados con esos iniciales de hace apenas cuatro años, la situación creo que es sustancialmente diferente, los índices de desarrollo humano muestran a la Argentina, esto lo dice Naciones Unidas, como el de mayor desarrollo humano en la región. Se ha vuelto a instalar en la Argentina la posibilidad de la movilidad social ascendente, algo que caracterizó al partido en el que milito hace muchos años, fue lo que lo hizo en definitiva liderar políticamente a la sociedad argentina durante décadas.
Aquella deuda externa que era el 160 por ciento de nuestro PBI, fue renegociada, no bajo los parámetros que se pretendían inamovibles e inmodificables, no, en absoluto. La Argentina sostuvo que el endeudamiento había sido en virtud de una suerte de timba financiera internacional, donde quienes iban a colocar sus activos financieros en la República Argentina bien sabían que era el único lugar donde se obtenía una rentabilidad casi ridícula en términos dólar, del 15 o 20 por ciento anual, en un mundo donde las rentabilidades no pasaban el 2 por ciento anual en cualquier espacio serio.
Asumir entonces, sostuvo la Argentina, el riesgo, es algo de buenos capitalistas. Todo aquel que coloca su activo financiero en una institución en la que le dan el 20 por ciento mientras que en el resto le están dando el 12, el 13, sabe el riesgo que corre al hacerlo. El mismo riesgo que corrieron de hecho los argentinos cuando casi se hizo desaparecer y desintegrase su sistema financiero. Las exportaciones, hoy, porque este es otro de los temas centrales también en el modelo desde el 2003, es el tema de volver a ser un país donde se produce, donde el trabajo no es solamente un valor de mercado, es fundamentalmente un valor social.
Hoy gran parte, yo diría el grueso del crecimiento argentino, está sostenido por este crecimiento vigoroso de la industria argentina, el aumento exponencial de sus exportaciones y de la calidad además de éstas.
Todo esto no es obra de magos ni de genios, sino simplemente de gente que creyó que un modelo diferente al que nos habían querido instalar desde el Consenso de Washington, era posible, viable y sustentable en la Argentina. No solamente era posible, era necesario, porque hemos hecho además los argentinos un duro aprendizaje. Los modelos enlatados, los modelos encorsetados en términos económicos que presentándose adalides del capitalismo, una contradicción insalvable, incomprensible, sostienen que hay que reducir el consumo. Yo no entiendo a estos capitalistas que dicen que la gente tiene que ganar poco, porque en definitiva una de las claves del capitalismo es el consumo, creo que todos estaremos de acuerdo con que el Muro de Berlín se cayó, entre otras cosas, porque los del otro lado querían venir a consumir y a vivir como los de este lado. Creo que, más allá de otra elaboración que uno pueda hacer de carácter ideológico, económico, militar, etcétera, es ésta la clave en definitiva.
Nos proponían curiosamente, desde las pretendidas usinas del capitalismo mundial, que en realidad la política era del ajuste permanente, del bajo consumo, la de la alta tasa de desocupación, y esto se demostró inviable.
En síntesis: este modelo del 25 de mayo del 2003 no es un modelo como algunos quisieron tacharlo de ideologisista, casi peyorativamente, porque se advierte cuando desde algunos círculos se tacha a la ideología como un artículo casi de lujo para intelectuales trasnochados. No, eran ideas, eran modelos claros y concretos que fueron puestos en práctica y que tuvieron resultado. Vuelvo entonces a lo del principio, la idea, la ideología- si les gusta más- que interviene en la realidad gestiona, hace, y obtiene resultados. Es el círculo para poder convertir a las ideas en política y, fundamentalmente, a la política en el instrumento que mejore la calidad de vida de la gente. Allí sí voy a centrarme en el más puro rincón de la ideología, para qué sirve la política, si para un ejercicio de administración virtuoso de determinados funcionarios o de partidos políticos, o sirve en definitiva, para mejorar la calidad de vida de nuestras sociedades que, es esto por lo menos los que como yo y tantísimos otros, concebimos como la finalidad de la política y nuestro compromiso con la realidad que nos circunda.
Esto es brevemente lo que quería comentarles acerca de la realidad argentina, de la inserción también en América Latina, donde hemos retornado, Argentina se había ido de América Latina prácticamente. No voy a olvidarme nunca, en el Congreso de la Nación, una vez un ministro de Relaciones Exteriores de la República Argentina, que ya falleció, que formó parte de la década de los noventa, sostuvo que para qué vamos a ser amigos de los pobres si podíamos ser amigos de los ricos, si podemos ser socios de los ricos, lo recuerdo como si fuera hoy. El problema es que algunos ricos de este planeta me parece que no quieren socios, quieren empleados. Me parece que el tema central era volver a plantarnos en el mundo, no para aislarnos y negarnos al resto del mundo, sino primero para reconocernos en nuestra condición de latinoamericanos, del espacio común y concreto que tenemos que trabajar para de allí presentarnos al mundo, porque es obvio que nadie piensa que, en un mundo globalizado, es posible la independencia total y absoluta. Pero sí me atrevo a un razonable grado de autonomía que garantice la sustentabilidad de nuestras sociedades en un mundo globalizado.
Esto es lo que propiciamos cuando decimos retornar a América Latina y de allí al mundo. Es lo que queríamos contarle hoy al COLMEX aquí en México. Muchas gracias por haberme invitado, los invito a comer porque sino me van a odiar. (Aplausos)
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