“El caudillo es el sindicato del gaucho.” (1)
El caudillismo y las montoneras representaron la ambición de construir una sociedad sobre bases populares, en oposición al despotismo que contradictoriamente, destilaba el modelo liberal. Por eso, el caudillismo y las montoneras no tienen explicación localista ni puramente partidaria, sino que se ubican en el contexto de la lucha de clases indisolublemente ligada a la cuestión nacional.
Jauretche sintetizó esta cuestión en una frase escueta y clara: “El caudillo es el sindicato del gaucho”. Sarmiento, que conoció y combatió apasionadamente la montonera, desde su perspectiva de enemigo definió perfectamente el significado político y sobre todo social de la misma: “He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular... La montonera sólo puede aclararse examinado la organización íntima de la sociedad de donde procede... En Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario consagrar una seria atención... Facundo, expresión fiel de una manera de ser de su pueblo, de sus preocupaciones e instintos, siendo lo que fue, no por un accidente de su carácter, sino por accidentes inevitables y ajenos de su voluntad, es el personaje histórico más singular, más notable, que pueda presentarse a la contemplación de los hombres que comprenden que un caudillo que encabeza un gran movimiento social, no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, las preocupaciones y hábitos de una nación, en una época dada de su historia...”
¿Cuáles son las creencias, las necesidades, las preocupaciones, los hábitos, que se reflejan “en dimensiones colosales”, en el espejo de Facundo? No son por cierto fantasías ni juegos de la imaginación, sino la realidad concreta del interior despojado, sus pobladores expulsados por la ruina de las artesanías y la industria, quebradas por la competencia de la manufactura inglesa barata que la aduana porteña deja entrar sin trabas. Ese despojo se reflejó sobre todo en la despoblación de las provincias y el crecimiento desmesurado del litoral -sus ciudades- y sobre todo de Buenos Aires.
(...)
Porque hasta que la oligarquía extiende su hegemonía y diseca las provincias, éstas son escenario de una variada gama de actividades productivas.
El rubro fundamental de la producción provinciana era la minería. (...) Yacimientos de oro de San Luis, San Juan, La Rioja y Jujuy; los de plata de Códoba, La Rioja y Catamarca; cobre el Mendoza, San Luis Catamarca y Salta. En Mendoza las minas de Salamanca, Valencia y Santa Elena producían plata y cobre que desde los puertos chilenos se exportaba a Europa. (...) Fue justamente el yacimiento de Famatina y su enorme riqueza lo que originó el primer enfrentamiento montonero con los ejércitos unitarios. Facundo Quiroga se levantó contra el negociado de Rivadavia, la entrega de las riquezas a los ingleses y la defensa del patrimonio del pueblo riojano.
(...)
El poder oligárquico arrasó con todo lo que pudiera significar una alternativa al esquema agroexportador. Sólo quedó en pie la actividad de los ingenios y los viñedos, que iban a originar una oligarquía provinciana que no podía disputar el poder a la del Litoral. Pero la artesanía, la manufactura, la actividad productiva en general se fue desmoronando, minada primero por una guerra civil interminable y sangrienta, y por el tipo de estructura económica resultante de la victoria del puerto sobre el interior, después.
(...)
La guerra social en el siglo XIX tuvo objetivos políticos y sociales muy precisos. No fue, como pretenden algunos escritores, el enfrentamiento entre una arcaica “civilización del cuero” representada por las montoneras, y la oligarquía, representando el desarrollo necesario de la sociedad argentina: fue una guerra entre clases sociales con dos proyectos diferentes, uno de los cuales triunfó, porque su vinculación con el imperialismo le permitió una capacidad militar y logística superior.
Las clases desposeídas del interior y los sectores de otras clases desplazadas por la burguesía en ascenso, constituyeron un bloque con programas sucesivos, explícitos, sobre el tipo de sociedad que querían construir: tal como lo ilustran el Reglamento de Tierras y Aduanas de Artigas; Facundo y la defensa de las minas del Famatina, y su posterior expansión a la defensa de vastas zonas del interior; el Chacho y la preservación de las autonomías; Felipe Varela y su proyecto de Unión Americana, de Federación y de participación popular, a los que debemos sumar otros movimientos populares y el nombre de caudillos como Bustos, López Jordán, etc. Tomado como bloque social y continuidad histórica, se percibe un proyecto claramente diferenciado y progresivo, con respecto al proyecto oligárquico del litoral, que trata de imponer nuestra inserción en el sistema de la división internacional del trabajo hegemonizada por Inglaterra, y de llevar adelante un modelo político ajeno a nuestra realidad social. Sobre este último punto, es muy evidente y realista la posición de los caudillos cuando señalan que el sistema institucional, la constitución, deben surgir de las formas concretas de organización popular.
En Pozo de Vargas, como antes en Tacuarembó y finalmente en Ñaembé, los jefes montoneros caen derrotados militarmente, no por un proyecto social, económico y político que representa la línea típica y necesaria de desarrollo de nuestra sociedad: es la victoria lo que permite a los oligarcas y sus epígonos interpretarlo como “necesariedad de la historia”.
Esta guerra social implicó todos los niveles de la realidad; es una verdadera investigación sobre el surgimiento de la personalidad nacional de las masas plantear todos estos niveles. Es interesante, como sugerencia de problemáticas, tener en cuenta en este punto uno de los aspectos más controvertidos en cuanto a la postura “reaccionaria” o “progresiva” de la montonera: ideología y religión, tema que sirvió sobre todo a la izquierda liberal para demostrar la “barbarie reaccionaria” de las montoneras.
La religión como factor de movilización de masas
La calumnia de “vándalo y ladrón” alcanzó a Facundo, como alcanzaría al Chacho y a Felipe Varela, entre tantos otros caudillos montoneros del interior provinciano.
Pero esa calumnia era lanzada porque, precisamente, Facundo había podido hacerse eco de las necesidades e inquietudes de las masas riojanas... David Peña escribió el siguiente párrafo: "... si la España, en su doble conquista, corporal y espiritual, ora por mano del capitán, ora del sacerdote, había dejado el sedimento de superstición y fe en las poblaciones del viejo virreinato, tocábales a los impulsadores de la multitud utilizar tan eficaz resorte: Quiroga no hizo más que imitar a Belgrano y San Martín al inscribir en sus pendones “religión o muerte” sin llegar a encomendar el gobierno al Señor de los Milagros...”
He aquí la primera característica de la religión en las provincias, en esta década del 28. La religión como impulsora de esas “multitudes” a las que había que mostrar que, efectivamente, el enemigo quería convertir a las provincias y al país en pequeñas sucursales de Europa.
(Rodolfo Ortega Peña - Eduardo Duhalde: "Facundo y la montonera")
El caudillismo y las montoneras representaron la ambición de construir una sociedad sobre bases populares, en oposición al despotismo que contradictoriamente, destilaba el modelo liberal. Por eso, el caudillismo y las montoneras no tienen explicación localista ni puramente partidaria, sino que se ubican en el contexto de la lucha de clases indisolublemente ligada a la cuestión nacional.
Jauretche sintetizó esta cuestión en una frase escueta y clara: “El caudillo es el sindicato del gaucho”. Sarmiento, que conoció y combatió apasionadamente la montonera, desde su perspectiva de enemigo definió perfectamente el significado político y sobre todo social de la misma: “He creído explicar la revolución argentina con la biografía de Juan Facundo Quiroga, porque creo que él explica suficientemente una de las dos fases diversas que luchan en el seno de aquella sociedad singular... La montonera sólo puede aclararse examinado la organización íntima de la sociedad de donde procede... En Facundo Quiroga no veo un caudillo simplemente, sino una manifestación de la vida argentina tal como la han hecho la colonización y las peculiaridades del terreno, a lo cual creo necesario consagrar una seria atención... Facundo, expresión fiel de una manera de ser de su pueblo, de sus preocupaciones e instintos, siendo lo que fue, no por un accidente de su carácter, sino por accidentes inevitables y ajenos de su voluntad, es el personaje histórico más singular, más notable, que pueda presentarse a la contemplación de los hombres que comprenden que un caudillo que encabeza un gran movimiento social, no es más que el espejo en que se reflejan, en dimensiones colosales, las creencias, las necesidades, las preocupaciones y hábitos de una nación, en una época dada de su historia...”
¿Cuáles son las creencias, las necesidades, las preocupaciones, los hábitos, que se reflejan “en dimensiones colosales”, en el espejo de Facundo? No son por cierto fantasías ni juegos de la imaginación, sino la realidad concreta del interior despojado, sus pobladores expulsados por la ruina de las artesanías y la industria, quebradas por la competencia de la manufactura inglesa barata que la aduana porteña deja entrar sin trabas. Ese despojo se reflejó sobre todo en la despoblación de las provincias y el crecimiento desmesurado del litoral -sus ciudades- y sobre todo de Buenos Aires.
(...)
Porque hasta que la oligarquía extiende su hegemonía y diseca las provincias, éstas son escenario de una variada gama de actividades productivas.
El rubro fundamental de la producción provinciana era la minería. (...) Yacimientos de oro de San Luis, San Juan, La Rioja y Jujuy; los de plata de Códoba, La Rioja y Catamarca; cobre el Mendoza, San Luis Catamarca y Salta. En Mendoza las minas de Salamanca, Valencia y Santa Elena producían plata y cobre que desde los puertos chilenos se exportaba a Europa. (...) Fue justamente el yacimiento de Famatina y su enorme riqueza lo que originó el primer enfrentamiento montonero con los ejércitos unitarios. Facundo Quiroga se levantó contra el negociado de Rivadavia, la entrega de las riquezas a los ingleses y la defensa del patrimonio del pueblo riojano.
(...)
El poder oligárquico arrasó con todo lo que pudiera significar una alternativa al esquema agroexportador. Sólo quedó en pie la actividad de los ingenios y los viñedos, que iban a originar una oligarquía provinciana que no podía disputar el poder a la del Litoral. Pero la artesanía, la manufactura, la actividad productiva en general se fue desmoronando, minada primero por una guerra civil interminable y sangrienta, y por el tipo de estructura económica resultante de la victoria del puerto sobre el interior, después.
(...)
La guerra social en el siglo XIX tuvo objetivos políticos y sociales muy precisos. No fue, como pretenden algunos escritores, el enfrentamiento entre una arcaica “civilización del cuero” representada por las montoneras, y la oligarquía, representando el desarrollo necesario de la sociedad argentina: fue una guerra entre clases sociales con dos proyectos diferentes, uno de los cuales triunfó, porque su vinculación con el imperialismo le permitió una capacidad militar y logística superior.
Las clases desposeídas del interior y los sectores de otras clases desplazadas por la burguesía en ascenso, constituyeron un bloque con programas sucesivos, explícitos, sobre el tipo de sociedad que querían construir: tal como lo ilustran el Reglamento de Tierras y Aduanas de Artigas; Facundo y la defensa de las minas del Famatina, y su posterior expansión a la defensa de vastas zonas del interior; el Chacho y la preservación de las autonomías; Felipe Varela y su proyecto de Unión Americana, de Federación y de participación popular, a los que debemos sumar otros movimientos populares y el nombre de caudillos como Bustos, López Jordán, etc. Tomado como bloque social y continuidad histórica, se percibe un proyecto claramente diferenciado y progresivo, con respecto al proyecto oligárquico del litoral, que trata de imponer nuestra inserción en el sistema de la división internacional del trabajo hegemonizada por Inglaterra, y de llevar adelante un modelo político ajeno a nuestra realidad social. Sobre este último punto, es muy evidente y realista la posición de los caudillos cuando señalan que el sistema institucional, la constitución, deben surgir de las formas concretas de organización popular.
En Pozo de Vargas, como antes en Tacuarembó y finalmente en Ñaembé, los jefes montoneros caen derrotados militarmente, no por un proyecto social, económico y político que representa la línea típica y necesaria de desarrollo de nuestra sociedad: es la victoria lo que permite a los oligarcas y sus epígonos interpretarlo como “necesariedad de la historia”.
Esta guerra social implicó todos los niveles de la realidad; es una verdadera investigación sobre el surgimiento de la personalidad nacional de las masas plantear todos estos niveles. Es interesante, como sugerencia de problemáticas, tener en cuenta en este punto uno de los aspectos más controvertidos en cuanto a la postura “reaccionaria” o “progresiva” de la montonera: ideología y religión, tema que sirvió sobre todo a la izquierda liberal para demostrar la “barbarie reaccionaria” de las montoneras.
La religión como factor de movilización de masas
La calumnia de “vándalo y ladrón” alcanzó a Facundo, como alcanzaría al Chacho y a Felipe Varela, entre tantos otros caudillos montoneros del interior provinciano.
Pero esa calumnia era lanzada porque, precisamente, Facundo había podido hacerse eco de las necesidades e inquietudes de las masas riojanas... David Peña escribió el siguiente párrafo: "... si la España, en su doble conquista, corporal y espiritual, ora por mano del capitán, ora del sacerdote, había dejado el sedimento de superstición y fe en las poblaciones del viejo virreinato, tocábales a los impulsadores de la multitud utilizar tan eficaz resorte: Quiroga no hizo más que imitar a Belgrano y San Martín al inscribir en sus pendones “religión o muerte” sin llegar a encomendar el gobierno al Señor de los Milagros...”
He aquí la primera característica de la religión en las provincias, en esta década del 28. La religión como impulsora de esas “multitudes” a las que había que mostrar que, efectivamente, el enemigo quería convertir a las provincias y al país en pequeñas sucursales de Europa.
(Rodolfo Ortega Peña - Eduardo Duhalde: "Facundo y la montonera")
Dolores Díaz, la Tigra (2)
Dolores Díaz, la montonera, había acompañado a Don Felipe (Varela) desde el comienzo de la campaña. De ella dice Dardo de la Vega Díaz: “La mujer fue una partícipe activísima en la lucha montonera. Se olvidó que era hermana, esposa o madre de los combatientes y echó leña a la hoguera, vestal impenitente. La venció el instinto de la libertad y le endulzó sus dolores la sola esperanza de triunfo (...) Dolores Díaz, montonera empedernida, preparó revoluciones, atemorizó gobiernos y el general Taboada la confinó en el Bracho. La tranquilidad de un ejército y la duración de un sistema exigía su deportación.”
Efectivamente Dolores Díaz es capturada después de Vargas junto a Dolores Andrade, Fulgencia de Contreras, Dolores de Vargas y otras mujeres que son alojadas en “La Viuda”, a raíz del peligro que significaba su presencia para la “tranquilidad” del oligarca gobernador de La Rioja.
(...)
Dolores Díaz, la Tigra, como Encarnación Ezcurra o Victoria Romero, la Chacha, luchaban políticamente codo a codo con sus hombres. Otra mujer de coraje, Elisa Lynch, se batía mientras tanto en tierra paraguaya al lado de su caudillo, Francisco Solano López.
Mujeres que se transforman en símbolos de coraje americano y que serían atacadas al torpe nivel de falsas anécdotas sexuales por las “damas” de la oligarquía.
(1) En La clase trabajadora nacional de Guillermo Gutiérrez.
(2) En Felipe Varela de Roberto Ortega Peña y Eduardo Duhalde.
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