A la hora de poner en claro los acontecimientos ocurridos con motivo de las “invasiones inglesas” de 1806 y 1807, es un dato de la mayor relevancia el que en el vasto territorio de imprecisos límites que se daba en llamar Buenos Aires los caminos conducían a un puerto. Pero era principalmente el puerto del Tucumán y del enorme y riquísimo conjunto del Virreynato del Río de la Plata, que abarcaba regiones donde hoy se reconocen países enteros, como Bolivia, Paraguay, Uruguay y parte de Brasil. La ciudad de Buenos Aires, capital del Virreynato, cuya mayor importancia era de orden político, era un poblado administrativo y comercial menor en ese contexto. Es claro, entonces, que el objetivo perseguido por los ejércitos imperiales británicos no se limitaba de manera alguna al dominio de la Ciudad; ésta era sólo la puerta de entrada a la fabulosa fuente de recursos materiales y humanos que hoy mismo sigue asechada por los ávidos apetitos del capitalismo globalizado.
En la interpretación de esos hechos, nunca será completamente impropio tomar en cuenta la referencia a ciertos codiciosos aventureros persiguiendo tesoros, al espionaje británico y a las conspiraciones de palacio: todo hecho político y militar siempre supone múltiples determinaciones. Pero no debería dejarse en el tintero que algunos criollos y españoles de las clases acomodadas de comerciantes y aristócratas del puerto y ciertos intelectuales motivados por fines altruistas basados en el novedoso ideario liberal, acompañaron a los británicos en aquella desdichada aventura. Volveremos a encontrarlos a lo largo de nuestro pasado, incluso hasta en el más reciente.
Por fin, es preciso poner el foco de la atención en los actores de la fuerza real que se opuso a la nueva colonización.
La victoria sobre las poderosas fuerzas enviadas por el imperio más grande de la época fue posible porque desaparecieron los estamentos, estalló la esclavitud, se igualaron las fortunas, se equipararon los patrimonios: un gaucho alzado o un indio y un patricio hacendado o un comerciante pasaron a valer lo mismo: un caballo, un cuchillo y un fusil. Aquellos paisanos, y entre ellos Martín Miguel de Güemes, Juan Manuel de Rosas, José Gervasio Artigas, Juan Bautista Bustos, Lucio Mansilla y Manuela la Tucumanesa, paraguayos, chilenos, peruanos y, por supuesto, orientales que participaron de la Reconquista, pobres y ricos, campesinos, productores, mercachifles o artesanos, criollos y españoles, indios, negros, zambos y mulatos, de la campaña bonaerense y del interior del Virreynato, fueron los verdaderos protagonistas de aquella epopeya y quienes le abrieron la puerta al futuro a nuestra Argentina de hoy.
Los protagonistas principales y decisivos fueron los que con Manuel Belgrano dijeron: Para vasallaje, el mismo o ninguno. Idea que, traducida al lenguaje contemporáneo de Arturo Jauretche sería: “No es cuestión de cambiar de collar sino de dejar de ser perro”. Ante el invasor primó por encima de todo: LA UNIDAD. Y ahí empezó lo que haría eclosión el 25 de mayo y se continuaría -no sin graves tropezones, idas y venidas- con la Asamblea del año 13 y la Declaración de la Independencia en 1816.
En nuestros días no hacen falta cañones para conquistar territorios y dominar a otros Pueblos, pero aquellos paisanos transfigurados en milicia son los mismos que hoy, con otras armas, pueden decidir la historia con su voluntad. Como en 1806 han resistido con éxito otras invasiones y también perdieron algunas batallas. Nuevamente, trabajadores desocupados, explotados, marginados de todos los derechos ciudadanos y familias enteras bajo los niveles de la pobreza, luchan por volver a entrar en la historia.
Ese sujeto histórico ancho y hondo que se mueve en los subsuelos de la Patria dijo otra vez basta en 2001 y, ya se sabe, cuando un movimiento popular encuentra su liderazgo se produce el momento del cambio revolucionario.
La rememoración del bicentenario de las invasiones inglesas está, entonces, destinada a vincular aquella Reconquista de Buenos Aires con la de toda la Patria hoy, con el objeto de generar una conciencia de la historia: pensar el Bicentenario como una continuidad y no como un hecho aislado y descontextuado:
1- La organización de las milicias populares autoconvocadas para la defensa y reconquista de la Ciudad tiene las características de un proceso insurreccional: fue una gesta regida por la necesidad de vencer las vacilaciones y deserciones de los sectores dominantes de la época. El vigor y la eficacia de la Nación en armas puso en marcha al movimiento revolucionario: así, la semana de mayo de 1810 lejos de ser un punto de partida fue un lugar de llegada.
2- La defensa de la Ciudad de Buenos Aires convocó a luchar a hombres y mujeres que provenían de toda la extensión del Virreynato, desde el Río de la Plata a las tierras guaraníes, de la Banda Oriental, Cuyo y Tucumán hasta Chuquisaca y La Paz. Es preciso entonces resignificar culturalmente la Reconquista, mostrando la histórica solidaridad de los Pueblos hermanados por encima de las disensiones políticas que balcanizaron Sudamérica, porque hoy los argentinos podemos volver a reconocemos como ciudadanos de la Patria Grande y compartir las tradiciones milenarias de aquel tronco común.
3- En el marco contingente de la realidad argentina y su inscripción en el concierto internacional, los homenajes a la Reconquista deben ser entendidos como acciones de proselitismo que conjugan lo histórico con lo político.
En tal escenario, la celebración de la victoria criolla sobre los invasores británicos será resignificada como un acto de refundación de la identidad nacional para lograr una nueva RECONQUISTA: la de un Pueblo feliz en una gran Nación.
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