Un hombre de acción que piensa (Por María Esther Gilio)
Envar El Kadri fue protagonista de los años de plomo argentinos. Aquí retraza su historia, que se confunde con la de una generación que, desde el peronismo, vio en el Che su modelo.
-Nací el 1 de mayo de 1941 y dice mi madre que mientras yo me asomaba al mundo explotaban las bombas de estruendo con que se anunciaban los actos políticos de ese día.
-Veo que está convencido de que esa fecha fue profética. Su vida no fue de las que se deslizan entre pájaros y flores. ¿Cuándo empezó a militar?
-Después del 55. Tenía 14 años.
-Había caído Perón.
-Sí, y yo estaba en el liceo militar General San Martín, donde nos ordenaron hacer una quema de los libros peronistas que tuviéramos. Me negué. No tanto por partidismo, sino por algo más visceral. ¿Por qué debía obedecer en una cosa que era tan personal como mis libros? Allí se dieron además algunos hechos que me confirmaron en mi peronismo. Vi cómo algunos oficiales eran expulsados del ejército por el hecho de ser peronistas. Y cómo "los negros" no podían llegar más allá de sargentos o cabos.
-Se dice siempre que el ejército argentino tiene una fuerte base aristocrática.
-Sí, los negros recién con Perón pudieron, a partir de un examen, ascender hasta mayores o capitanes.
-Cuando usted dice los negros se refiere a quienes entraban como soldados. En general gente del interior.
-Sí. El ejército nunca le perdonó a Perón que abriera el coto que los de arriba se reservaban para ellos.
-Ese apoyo al peronismo, siendo tan niño, ¿cómo empezó?
-Con mi familia, con mis abuelos maternos, con mi padre libanés, que llegó a la Argentina y se casó con mi madre, hija de italianos. Mi padre adhirió a las ideas de Perón cuando éste era coronel y estaba al frente del Partido Laborista.
-¿Qué vivió usted en la ideología peronista para adherir con tanto fervor, siendo tan joven?
-La defensa de la justicia social. Que los pobres tuvieran mejores posibilidades.
-Lo cual no tenía que ver con la situación de su familia.
-No, mi padre era comerciante y mi familia se mantenía sin mayores problemas. Pero todos apoyaban a Perón.
-¿Hasta cuándo estuvo en el liceo militar?
-Hasta que me echaron. Había muerto un compañero del curso y los mandos decidieron que no daban permiso para ir al velatorio.
-¿Por qué no?
-Vaya a saber. Por la arbitrariedad de los militares. Dijeron no y está. Nosotros respetuosamente insistimos. -Si no nos dejan ir al velatorio no entramos a clase.
-Bueno... tan respetuosamente no.
El Kadri responde riendo que ya sobre la hora los dejaron ir pero que a partir de allí quedó marcado como uno de los cabecillas, hasta que al pasar a quinto lo promovieron pero le cerraron las puertas del liceo.
-Así pasé al liceo Urquiza, en Flores, donde conocí un mundo maravilloso que me deslumbró.
-Empezó la verdadera militancia.
-Podía salir todas las noches y sí, claro, podía militar. Tenía 17 años y rápidamente me integré a la Juventud Peronista.
-¿Cómo funcionaba en esa época la Juventud Peronista? Perón ya había salido de la Argentina.
-Funcionaba de manera muy espontánea. Sin jefes.
-Y para no hablar de ideología, ¿cuáles eran los propósitos del grupo?
-Simplemente el retorno de Perón. Ahora podría decir que significaba eso, pero, si soy honesto, en ese momento creo que todo era muy emocional, muy epidérmico.
-¿Y el peronismo no ha sido siempre muy emocional?
-Sí, ésa es quizá una de sus características más lindas: que no ha sido racional, científico, sino algo muy espontáneo, más vinculado al corazón que a la cabeza.
-¿Y eso no le imprimió ciertas características confusas?
-Sí, también -dice y queda pensativo. Sonriente y pensativo-. No es que esté en contra de lo racional, pero me gusta cómo pesa ahí, en el peronismo, lo emocional. Lo que pasa es que, claro, en el movimiento se daban muchas contradicciones difíciles de ver porque la figura de Perón lo unificaba todo.
-¿Y más tarde no se sintieron las carencias?
-Sí, pero en esa época no lo notábamos. Las cosas eran blanco o negro. La vuelta de Perón era toda nuestra obsesión. Sin embargo, cuando caí en cana por primera vez, en el 61, ya habíamos empezado a saber que no bastaba con luchar por el retorno de Perón, que había que dar un contenido al movimiento. Se hablaba de expropiar tales y cuales bienes de la oligarquía, terminar con los colegios privados, privatizar la banca, romper relaciones con Estados Unidos. Era algo que, si no afinamos mucho, apuntaba al socialismo.
-¿Pensaban que la vuelta de Perón significaba todo eso?
-Sí, eso pensábamos.
-Usted participó recientemente en la película Che, Ernesto dirigida por Miguel Pereyra, director de La deuda interna. ¿Se trata de un documental o de ficción?
-Digamos que es un documental. La historia -que refiere al segundo viaje que el Che hizo por las venas abiertas de América Latina- se va conociendo a través de los diálogos que mantiene conmigo un joven de 25 años, llamado Gerardo Klein, que desconoce todo sobre la historia del Che.
-¿Y usted a quién representa?
-Hago de mí mismo, de Envar El Kadri -dice riendo, dominado de pronto por un súbito ataque de timidez-. La película toma el viaje que el Che, con su diploma de médico bajo el brazo, realizó hacia el leprosario de Maiquetía en julio de 1953, para encontrarse con su amigo Granado.
-¿Cómo se construye el filme? ¿Con diálogos y fotos?
-Con diálogos y un recorrido por Bolivia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Guatemala, México.
-O sea por los lugares por donde pasó el Che en ese viaje que termina en México.
-Sí, los jóvenes podrán, con este filme, conocer el sentido profundo de esa imagen que llevan en las camisetas. Podrán saber que el Che era mucho más que un tiratiros.
-¿A usted mismo lo esclareció en algo este viaje del Che?
-Vi cuánto influyeron en Ernesto -todavía no era el Che- las revoluciones nacionales. La del MNR en Bolivia, que se había producido hacía un año. El vio allí cómo las milicias obreras habían derrotado al ejército. Vio a la gente armada en las calles. Y luego de muchas vueltas, va a Guatemala, cuando cae el gobierno democrático, lo cual produce un verdadero punto de quiebre en su vida. Allí un gobierno electo por el pueblo, en elecciones absolutamente democráticas, es derrocado.
-El llega a los tres años de estar Jacobo Arbenz en la presidencia.
-Sí, en el 54. El 16 de junio de ese año comienzan los bombardeos sobre el palacio presidencial y descubre que todos los aviones que protagonizan el bombardeo son estadounidenses, aunque Somoza trataba de darles base de apoyo y cobertura.
-¿Cuáles son las conclusiones del Che en este episodio?
-El Che critica a Arbenz por no haber armado al pueblo. Y allí hay algo que acerca al Che a Perón cuando se entera, por boca de Arévalo, que el gobierno de Guatemala había honrado a Perón con la orden del Quetzal por su actitud en ocasión del bloqueo realizado por Estados Unidos a los puertos guatemaltecos.
-¿Qué había hecho Perón?
-Había ordenado a todos los barcos argentinos que andaban en la zona que rompieran el bloqueo.
-Perón también se opuso a la condena de Arbenz propuesta por Estados Unidos en la reunión de la oea en Caracas. ¿Usted recuerda las reformas puestas en marcha por Arbenz?
-Sí, algunas recuerdo. En Guatemala, donde el 2 por ciento de la población poseía el 70 por ciento de la tierra, Arbenz llevó a cabo reformas que golpearon directamente el monopolio de la United Fruit Company. Expropiación de latifundios yermos, salarios mínimos, contratación colectiva, derecho de huelga.
-La OEA condenó al gobierno de Arbenz. Sólo Argentina y México se opusieron. Usted me decía algo que suelen decir los biógrafos del Che: la importancia que tuvo Guatemala en sus decisiones posteriores.
-Empezó a preguntarse para qué servía la democracia si el pueblo no estaba capacitado para defenderla.
-Había que armar al pueblo.
-Ahí se va a México, donde se conecta, por pura casualidad, con un muchacho, Niko López, a quien había conocido en Guatemala.
-¿No era cubano Niko López?
-Sí, era uno de los sobrevivientes del ataque al cuartel Moncada. Según se cuenta, Niko relata al Che todo el episodio del Moncada y el Che, que lo escucha, le dice con ese tono cachador bastante argentino: -Contate otra de cowboys.
-No le creyó.
-No, lo que Niko contaba no era creíble. Con este Niko, a quien reencuentra luego en México, el Che había salido por las calles de Guatemala a vender imágenes del Cristo de Esquipula, un Cristo negro traído por los españoles, a quien los guatemaltecos atribuyeron poderes milagrosos. La cosa es que después de eso pasa un tiempo en que se pierden de vista totalmente, hasta que de pronto vuelven a encontrarse en un hospital de México donde el Che está trabajando -dice Cacho El Kadri con tal expresión de sorpresa que podía pensarse que él mismo acabara de encontrarse con el Che.
-¿Por qué es tan sorprendente este encuentro?
-Pensemos en esa enorme ciudad que es México y en estos dos que se habían conocido en Guatemala, cruzándose en el pasillo de un hospital de México. Si uno pasa 30 segundos antes, ya no se cruzan. Si dobla aquí en vez de seguir derecho, ya no se cruzan.
-Si el tema le interesa, lea a Paul Auster. El también se fascina con esos cruces del destino.
-Da para pensar... Ahí se encuentran, se abrazan. -¿Qué hacés acá? -Estoy como médico, ¿y vos? -Seguimos preparando la revolución, vamos a volver a Cuba. Nos reunimos en la casa de María Antonia. Vení, le dice. Y el Che va, se encuentra con Fidel y descubre que piensa lo mismo que él. Todo lo que dice Fidel es igual a lo que él había pensado. Y cosa rara...
-El Che a Fidel le cree.
-Le cree, en lugar de pensar que era uno de esos charlatanes desbordantes que nunca hacen nada. No sé cómo habrá hablado Fidel, sentado en el suelo de la cocina de María Antonia durante toda la noche, pero el Che, sentado a su lado, lo escuchó y le creyó. Confió en ese hombre que recién conocía. Es lo más lindo que hay, ese encuentro. Allí nace una amistad que es para toda la vida. Y... no sé cómo decírselo, pero toda la gente que comparte las experiencias de la lucha armada, que pone en juego su propia vida junto a otros, forma una hermandad. Yo me acuerdo del amor que se forjaba con el compañero que había participado con nosotros del peligro, y a veces del miedo. Ese hombre se transforma en un hermano.
-Usted, que estuvo recorriendo los lugares recorridos por el Che, ¿vio esa cocina? ¿Existe?
-Sí, claro, está todavía. Una cocina pequeña y vieja. Me emocioné pensando que ahí en el suelo habían estado sentados los dos, hablando hasta las seis de la mañana. Y pensando en todo lo que pasó luego, a partir de esa conversación.
-¿Su profundo interés en el Che, viene de lejos o se concretó con la película?
-Siempre sentí al Che muy próximo. Como un hermano mayor. Pero sólo había leído algunas cosas. El socialismo y el hombre en Cuba, El diario y poco más. Quise profundizar, saber algo más para iluminar esa recorrida que hizo él por Santiago del Estero, Jujuy, Salta. Saber de sus conversaciones con obreros y campesinos. Me pregunté, tantas veces, de qué podía haber hablado en esa Argentina de los cincuenta si no era del peronismo. El tiene frases que me recuerdan otras de Perón o Evita. Por ejemplo, Endurecerse sin perder la ternura, que parece sacada del libro La razón de mi vida, o -El verdadero revolucionario se mueve por un sentimiento de indignación ante la injusticia, que Evita repitió cien veces.
-Lo que en general se dice es que tuvo siempre una gran indiferencia por el peronismo. Evita muere durante el viaje del Che por Bolivia, pero nada aparece sobre el hecho en su diario. Eso dice el mexicano Jorge Castañeda en La vida en rojo.
-Sin embargo, creo que aquel muchacho no puede haber pasado indemne por todo ese tejido que era mitad propaganda, mitad verdad, demagogia, solidaridad. Y, lo más importante, nunca fue antiperonista. Lo dice Hilda, su primera mujer. Hay una carta que Ernesto Sábato le envía a Cuba, donde le dice que aquí en la Argentina hay un equívoco entre peronismo y castrismo. Que la gente en la calle grita -muera Castro porque creen que Castro es un gorila. Y le pide que le ayude a disipar ese equívoco. -Aquí la Revolución Libertadora -dice Sábato- empezó escribiendo todo con mayúscula pero pronto pasó a escribirlo todo entre comillas. El Che le contesta una carta lindísima donde le dice, entre otras cosas, que a la Revolución Libertadora le vio las comillas desde el primer día. Y, respondiendo a una alusión que hace Sábato de las sirvientas llorando la caída de Perón por los rincones, el Che dice: -Aquí las sirvienticas lloraron, pero de alegría, cuando cayó Batista. Y todavía hay más.
-Sé que al Che lo puso furioso el bombardeo a Plaza de Mayo, en 1955. Pero de allí tal vez no se pueda deducir que estaba a favor de Perón.
-En una carta a su madre él le habla de esos mierdas que después de bombardear la plaza se refugiaron en Montevideo. Y algo más, en respuesta a una carta de su madre, donde ésta le habla del dolor de un amigo, que perdió un hijo en el bombardeo, él dice que no duda de su tristeza, pero que él está pensando en esos negros de los que pocos se acuerdan que murieron allí, y también tienen familia.
-¿Cómo repercutió en usted la Revolución Libertadora?
-La Libertadora me marcó profundamente por los fusilamientos en ese año y en el siguiente, el 56. El 9 de junio de 1956 un grupo de militares, entre los cuales estaba el papá de un compañero de clase, se subleva. ¿Usted sabe lo triste que puede ser cuando uno tiene 15 años y llaman a la dirección al compañero con quien convive a toda hora, para comunicarle que su padre ha sido fusilado? Se llamaba Cogorno y esa tristeza que sentí no se me olvida. Fusilaron a 34.
-De estas cosas se enteraron años más tarde.
-Nooo, enseguida, por trasmisión oral. Los jóvenes peronistas nos juntábamos en Corrientes y Esmeralda y allí se sabía todo. Julio Troxler, uno de los que se había salvado en esa Operación Masacre, estaba en Bolivia, desde donde nos llegaba dinamita y armas.
-¿Llegaba para qué?
-Para lo que genéricamente se llamaba la resistencia peronista.
-¿Eran jóvenes de qué edad?
-Cuando caímos presos, en el 60, yo era el más joven. Tenía 19 años.
-¿Por qué cayeron presos?
-Por esto que le cuento de las armas. Nos descubren y quedamos presos hasta el 63, cuando gana el radical Arturo Illia, y por una ley de amnistía, salimos. Cuando nos sueltan comenzamos a organizar la Juventud Peronista a nivel nacional. En ese momento peleábamos mucho entre nosotros y yo sufro una cierta desilusión. Yo veía que todos los valores de compañerismo, amistad y camaradería parecían irse al demonio a la luz de pequeñas, idiotas diferencias.
-¿Cuáles, por ejemplo?
-Si debemos ir más lentamente o más rápido. Si un poquito más hacia la izquierda o un poquito menos. ¡Qué horrible! Nos habíamos jugado la vida y la libertad juntos y ahora cualquier cosa insignificante nos separaba. -¿Hay que ir a ver a Perón?, -¡No, no hay que ir!.
-Pero usted va, finalmente, a Madrid.
-Sí, voy al poco tiempo de salir en libertad. Tenía 22 años. Era un impertinente -dice riendo-. Me había educado en esa escuela del hacer, y Perón era un estratega. Lo que yo y mis compañeros queríamos era empezar ya mismo a los tiros. El decía que volvería en el 64 -como prenda de unión y de paz entre todos los argentinos. Y yo: -No puede ser, general, no lo van a dejar volver si no es por las armas. -Bueno -dijo él-, ya que sabe hacer tan bien la revolución, hágala usted La conversación siguió hasta que finalmente él propuso esperar hasta el 31 de diciembre del 64. En un año volvería para ayudar a reconstruir el país.
-Aceptaron.
-Ahí mismo me agarré de sus palabras y le dije que, de acuerdo con esto, el 1 de enero del 65 quedábamos en libertad de acción.
-A usted lo que más le interesaba era la lucha. Si se la sacaban perdía en parte el interés.
-Sí, eso es verdad. Yo me encuadraría en una definición que leí una vez: -Un hombre de acción que piensa. No soy alguien que actúa a partir de pensar. O no lo era para nada en aquellos años. Después leí algo que, creo, decían los tupas y tal vez Mao también, sobre la acción como criterio de verdad. -En lo teórico todos parecen tener razón, pero lo que diferencia una teoría de otra es la acción.
-¿Por qué a veces se dice de ustedes que eran folclóricos? Ustedes mismos lo dicen.
-Porque no había serias medidas de seguridad, de compartimentación.
-¿Se veía eso en los resultados?
-Claro, caímos con tremenda frecuencia.
-¿Qué pasó a su vuelta de Madrid?
-Me querían matar. -Tenías que convencer a Perón y él te convenció a vos, me decían. Ese año lo dedicamos a acciones propagandísticas. Teníamos amigos periodistas que venían y sacaban fotos de lo que preparábamos y hacíamos.
-En el 68, me pregunto cómo se les ocurrió comprar el campo donde se estableció la guerrilla de Taco Ralo. Eso siempre me resultó muy curioso y bastante cómico.
-No, no es cómico. Nosotros prepararíamos allí un campamento de entrenamiento, pero las operaciones no partirían de allí, sino de otro lugar llamado Cochuna, a 1.500 metros de altura, con bosque tropical húmedo. Ernesto también compró en Bolivia.
-Taco Ralo pasó rápido. Veinte días y se los llevaron presos. Salieron cuando Héctor Cámpora llegó al poder, cinco años después. ¿Y qué pasó entre el 65 y el 68?
-En el 65 nosotros habíamos tenido contacto con un grupo de compañeros protagonistas de una acción muy importante que se llamó el Policlínico Bancario. Se trataba del grupo Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT).
-Un grupo de derecha.
-Venían de un grupo de derecha, pero tomaron conciencia y rápidamente viraron, haciéndose peronistas.
-Eso es lo que en Uruguay cuesta entender. Peronistas y también antisemitas y verticalistas.
-No, no, este grupo no. El que quedó con algo de esas características fue la Guardia Restauradora Nacionalista. Pero el MNRT no. Rápidamente se sensibilizó e integró con la Juventud Peronista. No eran antisemitas. Fueron protagonistas de la expropiación del Policlínico, con cuyo dinero pensaban iniciar la recuperación de las islas Malvinas. Pero descubiertos, fueron presos y desbaratados.
-¿Nell Tacci, que estuvo preso en Uruguay, no pertenecía a ese grupo?
-Claro. Cuando él se escapa de Tribunales nosotros somos quienes lo protegemos y ayudamos a irse a Uruguay.
-¿Existía ya conexión entre ustedes y los grupos uruguayos?
-Sí. Yo conocía personalmente a Sendic, al Ñato (Eleuterio Fernández Huidobro), a Julio Marenales, a Montes de Oca, Andrés Cultelli y a otros. Hacíamos intercambio de conocimientos -dice y añade riendo-: En fin, lo que hacíamos era un buen intercambio profesional. -Vuelve a pensar y mientras piensa sonríe. Nosotros teníamos la idea de la patria grande, la integración. Y pensábamos que eso estaba empezando. Cuando recuerdo que éramos 20 de un lado y 20 del otro... Sin embargo, es así que se empieza a veces.
-¿Usted piensa que el peronismo sigue teniendo vigencia?
-Ya no. Los viejos peronistas no renunciamos a nuestra identidad, pero la disputa sobre si el Partido Justicialista o Menem son o no, ya no tiene sentido. Creo que uno es lo que hace, no lo que dice ser. Menem no tiene nada que ver ni con nuestra historia ni con nuestra lucha. El entregó el país, vendió la economía, regaló los resortes clave de nuestras riquezas al extranjero, apretó a los obreros, creó un plan de flexibilización laboral... Todo lo que hizo bajo el nombre de modernización del Estado fue enterrar nuestros mejores proyectos.
Envar El Kadri fue protagonista de los años de plomo argentinos. Aquí retraza su historia, que se confunde con la de una generación que, desde el peronismo, vio en el Che su modelo.
-Nací el 1 de mayo de 1941 y dice mi madre que mientras yo me asomaba al mundo explotaban las bombas de estruendo con que se anunciaban los actos políticos de ese día.
-Veo que está convencido de que esa fecha fue profética. Su vida no fue de las que se deslizan entre pájaros y flores. ¿Cuándo empezó a militar?
-Después del 55. Tenía 14 años.
-Había caído Perón.
-Sí, y yo estaba en el liceo militar General San Martín, donde nos ordenaron hacer una quema de los libros peronistas que tuviéramos. Me negué. No tanto por partidismo, sino por algo más visceral. ¿Por qué debía obedecer en una cosa que era tan personal como mis libros? Allí se dieron además algunos hechos que me confirmaron en mi peronismo. Vi cómo algunos oficiales eran expulsados del ejército por el hecho de ser peronistas. Y cómo "los negros" no podían llegar más allá de sargentos o cabos.
-Se dice siempre que el ejército argentino tiene una fuerte base aristocrática.
-Sí, los negros recién con Perón pudieron, a partir de un examen, ascender hasta mayores o capitanes.
-Cuando usted dice los negros se refiere a quienes entraban como soldados. En general gente del interior.
-Sí. El ejército nunca le perdonó a Perón que abriera el coto que los de arriba se reservaban para ellos.
-Ese apoyo al peronismo, siendo tan niño, ¿cómo empezó?
-Con mi familia, con mis abuelos maternos, con mi padre libanés, que llegó a la Argentina y se casó con mi madre, hija de italianos. Mi padre adhirió a las ideas de Perón cuando éste era coronel y estaba al frente del Partido Laborista.
-¿Qué vivió usted en la ideología peronista para adherir con tanto fervor, siendo tan joven?
-La defensa de la justicia social. Que los pobres tuvieran mejores posibilidades.
-Lo cual no tenía que ver con la situación de su familia.
-No, mi padre era comerciante y mi familia se mantenía sin mayores problemas. Pero todos apoyaban a Perón.
-¿Hasta cuándo estuvo en el liceo militar?
-Hasta que me echaron. Había muerto un compañero del curso y los mandos decidieron que no daban permiso para ir al velatorio.
-¿Por qué no?
-Vaya a saber. Por la arbitrariedad de los militares. Dijeron no y está. Nosotros respetuosamente insistimos. -Si no nos dejan ir al velatorio no entramos a clase.
-Bueno... tan respetuosamente no.
El Kadri responde riendo que ya sobre la hora los dejaron ir pero que a partir de allí quedó marcado como uno de los cabecillas, hasta que al pasar a quinto lo promovieron pero le cerraron las puertas del liceo.
-Así pasé al liceo Urquiza, en Flores, donde conocí un mundo maravilloso que me deslumbró.
-Empezó la verdadera militancia.
-Podía salir todas las noches y sí, claro, podía militar. Tenía 17 años y rápidamente me integré a la Juventud Peronista.
-¿Cómo funcionaba en esa época la Juventud Peronista? Perón ya había salido de la Argentina.
-Funcionaba de manera muy espontánea. Sin jefes.
-Y para no hablar de ideología, ¿cuáles eran los propósitos del grupo?
-Simplemente el retorno de Perón. Ahora podría decir que significaba eso, pero, si soy honesto, en ese momento creo que todo era muy emocional, muy epidérmico.
-¿Y el peronismo no ha sido siempre muy emocional?
-Sí, ésa es quizá una de sus características más lindas: que no ha sido racional, científico, sino algo muy espontáneo, más vinculado al corazón que a la cabeza.
-¿Y eso no le imprimió ciertas características confusas?
-Sí, también -dice y queda pensativo. Sonriente y pensativo-. No es que esté en contra de lo racional, pero me gusta cómo pesa ahí, en el peronismo, lo emocional. Lo que pasa es que, claro, en el movimiento se daban muchas contradicciones difíciles de ver porque la figura de Perón lo unificaba todo.
-¿Y más tarde no se sintieron las carencias?
-Sí, pero en esa época no lo notábamos. Las cosas eran blanco o negro. La vuelta de Perón era toda nuestra obsesión. Sin embargo, cuando caí en cana por primera vez, en el 61, ya habíamos empezado a saber que no bastaba con luchar por el retorno de Perón, que había que dar un contenido al movimiento. Se hablaba de expropiar tales y cuales bienes de la oligarquía, terminar con los colegios privados, privatizar la banca, romper relaciones con Estados Unidos. Era algo que, si no afinamos mucho, apuntaba al socialismo.
-¿Pensaban que la vuelta de Perón significaba todo eso?
-Sí, eso pensábamos.
-Usted participó recientemente en la película Che, Ernesto dirigida por Miguel Pereyra, director de La deuda interna. ¿Se trata de un documental o de ficción?
-Digamos que es un documental. La historia -que refiere al segundo viaje que el Che hizo por las venas abiertas de América Latina- se va conociendo a través de los diálogos que mantiene conmigo un joven de 25 años, llamado Gerardo Klein, que desconoce todo sobre la historia del Che.
-¿Y usted a quién representa?
-Hago de mí mismo, de Envar El Kadri -dice riendo, dominado de pronto por un súbito ataque de timidez-. La película toma el viaje que el Che, con su diploma de médico bajo el brazo, realizó hacia el leprosario de Maiquetía en julio de 1953, para encontrarse con su amigo Granado.
-¿Cómo se construye el filme? ¿Con diálogos y fotos?
-Con diálogos y un recorrido por Bolivia, Venezuela, Panamá, Costa Rica, Guatemala, México.
-O sea por los lugares por donde pasó el Che en ese viaje que termina en México.
-Sí, los jóvenes podrán, con este filme, conocer el sentido profundo de esa imagen que llevan en las camisetas. Podrán saber que el Che era mucho más que un tiratiros.
-¿A usted mismo lo esclareció en algo este viaje del Che?
-Vi cuánto influyeron en Ernesto -todavía no era el Che- las revoluciones nacionales. La del MNR en Bolivia, que se había producido hacía un año. El vio allí cómo las milicias obreras habían derrotado al ejército. Vio a la gente armada en las calles. Y luego de muchas vueltas, va a Guatemala, cuando cae el gobierno democrático, lo cual produce un verdadero punto de quiebre en su vida. Allí un gobierno electo por el pueblo, en elecciones absolutamente democráticas, es derrocado.
-El llega a los tres años de estar Jacobo Arbenz en la presidencia.
-Sí, en el 54. El 16 de junio de ese año comienzan los bombardeos sobre el palacio presidencial y descubre que todos los aviones que protagonizan el bombardeo son estadounidenses, aunque Somoza trataba de darles base de apoyo y cobertura.
-¿Cuáles son las conclusiones del Che en este episodio?
-El Che critica a Arbenz por no haber armado al pueblo. Y allí hay algo que acerca al Che a Perón cuando se entera, por boca de Arévalo, que el gobierno de Guatemala había honrado a Perón con la orden del Quetzal por su actitud en ocasión del bloqueo realizado por Estados Unidos a los puertos guatemaltecos.
-¿Qué había hecho Perón?
-Había ordenado a todos los barcos argentinos que andaban en la zona que rompieran el bloqueo.
-Perón también se opuso a la condena de Arbenz propuesta por Estados Unidos en la reunión de la oea en Caracas. ¿Usted recuerda las reformas puestas en marcha por Arbenz?
-Sí, algunas recuerdo. En Guatemala, donde el 2 por ciento de la población poseía el 70 por ciento de la tierra, Arbenz llevó a cabo reformas que golpearon directamente el monopolio de la United Fruit Company. Expropiación de latifundios yermos, salarios mínimos, contratación colectiva, derecho de huelga.
-La OEA condenó al gobierno de Arbenz. Sólo Argentina y México se opusieron. Usted me decía algo que suelen decir los biógrafos del Che: la importancia que tuvo Guatemala en sus decisiones posteriores.
-Empezó a preguntarse para qué servía la democracia si el pueblo no estaba capacitado para defenderla.
-Había que armar al pueblo.
-Ahí se va a México, donde se conecta, por pura casualidad, con un muchacho, Niko López, a quien había conocido en Guatemala.
-¿No era cubano Niko López?
-Sí, era uno de los sobrevivientes del ataque al cuartel Moncada. Según se cuenta, Niko relata al Che todo el episodio del Moncada y el Che, que lo escucha, le dice con ese tono cachador bastante argentino: -Contate otra de cowboys.
-No le creyó.
-No, lo que Niko contaba no era creíble. Con este Niko, a quien reencuentra luego en México, el Che había salido por las calles de Guatemala a vender imágenes del Cristo de Esquipula, un Cristo negro traído por los españoles, a quien los guatemaltecos atribuyeron poderes milagrosos. La cosa es que después de eso pasa un tiempo en que se pierden de vista totalmente, hasta que de pronto vuelven a encontrarse en un hospital de México donde el Che está trabajando -dice Cacho El Kadri con tal expresión de sorpresa que podía pensarse que él mismo acabara de encontrarse con el Che.
-¿Por qué es tan sorprendente este encuentro?
-Pensemos en esa enorme ciudad que es México y en estos dos que se habían conocido en Guatemala, cruzándose en el pasillo de un hospital de México. Si uno pasa 30 segundos antes, ya no se cruzan. Si dobla aquí en vez de seguir derecho, ya no se cruzan.
-Si el tema le interesa, lea a Paul Auster. El también se fascina con esos cruces del destino.
-Da para pensar... Ahí se encuentran, se abrazan. -¿Qué hacés acá? -Estoy como médico, ¿y vos? -Seguimos preparando la revolución, vamos a volver a Cuba. Nos reunimos en la casa de María Antonia. Vení, le dice. Y el Che va, se encuentra con Fidel y descubre que piensa lo mismo que él. Todo lo que dice Fidel es igual a lo que él había pensado. Y cosa rara...
-El Che a Fidel le cree.
-Le cree, en lugar de pensar que era uno de esos charlatanes desbordantes que nunca hacen nada. No sé cómo habrá hablado Fidel, sentado en el suelo de la cocina de María Antonia durante toda la noche, pero el Che, sentado a su lado, lo escuchó y le creyó. Confió en ese hombre que recién conocía. Es lo más lindo que hay, ese encuentro. Allí nace una amistad que es para toda la vida. Y... no sé cómo decírselo, pero toda la gente que comparte las experiencias de la lucha armada, que pone en juego su propia vida junto a otros, forma una hermandad. Yo me acuerdo del amor que se forjaba con el compañero que había participado con nosotros del peligro, y a veces del miedo. Ese hombre se transforma en un hermano.
-Usted, que estuvo recorriendo los lugares recorridos por el Che, ¿vio esa cocina? ¿Existe?
-Sí, claro, está todavía. Una cocina pequeña y vieja. Me emocioné pensando que ahí en el suelo habían estado sentados los dos, hablando hasta las seis de la mañana. Y pensando en todo lo que pasó luego, a partir de esa conversación.
-¿Su profundo interés en el Che, viene de lejos o se concretó con la película?
-Siempre sentí al Che muy próximo. Como un hermano mayor. Pero sólo había leído algunas cosas. El socialismo y el hombre en Cuba, El diario y poco más. Quise profundizar, saber algo más para iluminar esa recorrida que hizo él por Santiago del Estero, Jujuy, Salta. Saber de sus conversaciones con obreros y campesinos. Me pregunté, tantas veces, de qué podía haber hablado en esa Argentina de los cincuenta si no era del peronismo. El tiene frases que me recuerdan otras de Perón o Evita. Por ejemplo, Endurecerse sin perder la ternura, que parece sacada del libro La razón de mi vida, o -El verdadero revolucionario se mueve por un sentimiento de indignación ante la injusticia, que Evita repitió cien veces.
-Lo que en general se dice es que tuvo siempre una gran indiferencia por el peronismo. Evita muere durante el viaje del Che por Bolivia, pero nada aparece sobre el hecho en su diario. Eso dice el mexicano Jorge Castañeda en La vida en rojo.
-Sin embargo, creo que aquel muchacho no puede haber pasado indemne por todo ese tejido que era mitad propaganda, mitad verdad, demagogia, solidaridad. Y, lo más importante, nunca fue antiperonista. Lo dice Hilda, su primera mujer. Hay una carta que Ernesto Sábato le envía a Cuba, donde le dice que aquí en la Argentina hay un equívoco entre peronismo y castrismo. Que la gente en la calle grita -muera Castro porque creen que Castro es un gorila. Y le pide que le ayude a disipar ese equívoco. -Aquí la Revolución Libertadora -dice Sábato- empezó escribiendo todo con mayúscula pero pronto pasó a escribirlo todo entre comillas. El Che le contesta una carta lindísima donde le dice, entre otras cosas, que a la Revolución Libertadora le vio las comillas desde el primer día. Y, respondiendo a una alusión que hace Sábato de las sirvientas llorando la caída de Perón por los rincones, el Che dice: -Aquí las sirvienticas lloraron, pero de alegría, cuando cayó Batista. Y todavía hay más.
-Sé que al Che lo puso furioso el bombardeo a Plaza de Mayo, en 1955. Pero de allí tal vez no se pueda deducir que estaba a favor de Perón.
-En una carta a su madre él le habla de esos mierdas que después de bombardear la plaza se refugiaron en Montevideo. Y algo más, en respuesta a una carta de su madre, donde ésta le habla del dolor de un amigo, que perdió un hijo en el bombardeo, él dice que no duda de su tristeza, pero que él está pensando en esos negros de los que pocos se acuerdan que murieron allí, y también tienen familia.
-¿Cómo repercutió en usted la Revolución Libertadora?
-La Libertadora me marcó profundamente por los fusilamientos en ese año y en el siguiente, el 56. El 9 de junio de 1956 un grupo de militares, entre los cuales estaba el papá de un compañero de clase, se subleva. ¿Usted sabe lo triste que puede ser cuando uno tiene 15 años y llaman a la dirección al compañero con quien convive a toda hora, para comunicarle que su padre ha sido fusilado? Se llamaba Cogorno y esa tristeza que sentí no se me olvida. Fusilaron a 34.
-De estas cosas se enteraron años más tarde.
-Nooo, enseguida, por trasmisión oral. Los jóvenes peronistas nos juntábamos en Corrientes y Esmeralda y allí se sabía todo. Julio Troxler, uno de los que se había salvado en esa Operación Masacre, estaba en Bolivia, desde donde nos llegaba dinamita y armas.
-¿Llegaba para qué?
-Para lo que genéricamente se llamaba la resistencia peronista.
-¿Eran jóvenes de qué edad?
-Cuando caímos presos, en el 60, yo era el más joven. Tenía 19 años.
-¿Por qué cayeron presos?
-Por esto que le cuento de las armas. Nos descubren y quedamos presos hasta el 63, cuando gana el radical Arturo Illia, y por una ley de amnistía, salimos. Cuando nos sueltan comenzamos a organizar la Juventud Peronista a nivel nacional. En ese momento peleábamos mucho entre nosotros y yo sufro una cierta desilusión. Yo veía que todos los valores de compañerismo, amistad y camaradería parecían irse al demonio a la luz de pequeñas, idiotas diferencias.
-¿Cuáles, por ejemplo?
-Si debemos ir más lentamente o más rápido. Si un poquito más hacia la izquierda o un poquito menos. ¡Qué horrible! Nos habíamos jugado la vida y la libertad juntos y ahora cualquier cosa insignificante nos separaba. -¿Hay que ir a ver a Perón?, -¡No, no hay que ir!.
-Pero usted va, finalmente, a Madrid.
-Sí, voy al poco tiempo de salir en libertad. Tenía 22 años. Era un impertinente -dice riendo-. Me había educado en esa escuela del hacer, y Perón era un estratega. Lo que yo y mis compañeros queríamos era empezar ya mismo a los tiros. El decía que volvería en el 64 -como prenda de unión y de paz entre todos los argentinos. Y yo: -No puede ser, general, no lo van a dejar volver si no es por las armas. -Bueno -dijo él-, ya que sabe hacer tan bien la revolución, hágala usted La conversación siguió hasta que finalmente él propuso esperar hasta el 31 de diciembre del 64. En un año volvería para ayudar a reconstruir el país.
-Aceptaron.
-Ahí mismo me agarré de sus palabras y le dije que, de acuerdo con esto, el 1 de enero del 65 quedábamos en libertad de acción.
-A usted lo que más le interesaba era la lucha. Si se la sacaban perdía en parte el interés.
-Sí, eso es verdad. Yo me encuadraría en una definición que leí una vez: -Un hombre de acción que piensa. No soy alguien que actúa a partir de pensar. O no lo era para nada en aquellos años. Después leí algo que, creo, decían los tupas y tal vez Mao también, sobre la acción como criterio de verdad. -En lo teórico todos parecen tener razón, pero lo que diferencia una teoría de otra es la acción.
-¿Por qué a veces se dice de ustedes que eran folclóricos? Ustedes mismos lo dicen.
-Porque no había serias medidas de seguridad, de compartimentación.
-¿Se veía eso en los resultados?
-Claro, caímos con tremenda frecuencia.
-¿Qué pasó a su vuelta de Madrid?
-Me querían matar. -Tenías que convencer a Perón y él te convenció a vos, me decían. Ese año lo dedicamos a acciones propagandísticas. Teníamos amigos periodistas que venían y sacaban fotos de lo que preparábamos y hacíamos.
-En el 68, me pregunto cómo se les ocurrió comprar el campo donde se estableció la guerrilla de Taco Ralo. Eso siempre me resultó muy curioso y bastante cómico.
-No, no es cómico. Nosotros prepararíamos allí un campamento de entrenamiento, pero las operaciones no partirían de allí, sino de otro lugar llamado Cochuna, a 1.500 metros de altura, con bosque tropical húmedo. Ernesto también compró en Bolivia.
-Taco Ralo pasó rápido. Veinte días y se los llevaron presos. Salieron cuando Héctor Cámpora llegó al poder, cinco años después. ¿Y qué pasó entre el 65 y el 68?
-En el 65 nosotros habíamos tenido contacto con un grupo de compañeros protagonistas de una acción muy importante que se llamó el Policlínico Bancario. Se trataba del grupo Movimiento Nacionalista Revolucionario Tacuara (MNRT).
-Un grupo de derecha.
-Venían de un grupo de derecha, pero tomaron conciencia y rápidamente viraron, haciéndose peronistas.
-Eso es lo que en Uruguay cuesta entender. Peronistas y también antisemitas y verticalistas.
-No, no, este grupo no. El que quedó con algo de esas características fue la Guardia Restauradora Nacionalista. Pero el MNRT no. Rápidamente se sensibilizó e integró con la Juventud Peronista. No eran antisemitas. Fueron protagonistas de la expropiación del Policlínico, con cuyo dinero pensaban iniciar la recuperación de las islas Malvinas. Pero descubiertos, fueron presos y desbaratados.
-¿Nell Tacci, que estuvo preso en Uruguay, no pertenecía a ese grupo?
-Claro. Cuando él se escapa de Tribunales nosotros somos quienes lo protegemos y ayudamos a irse a Uruguay.
-¿Existía ya conexión entre ustedes y los grupos uruguayos?
-Sí. Yo conocía personalmente a Sendic, al Ñato (Eleuterio Fernández Huidobro), a Julio Marenales, a Montes de Oca, Andrés Cultelli y a otros. Hacíamos intercambio de conocimientos -dice y añade riendo-: En fin, lo que hacíamos era un buen intercambio profesional. -Vuelve a pensar y mientras piensa sonríe. Nosotros teníamos la idea de la patria grande, la integración. Y pensábamos que eso estaba empezando. Cuando recuerdo que éramos 20 de un lado y 20 del otro... Sin embargo, es así que se empieza a veces.
-¿Usted piensa que el peronismo sigue teniendo vigencia?
-Ya no. Los viejos peronistas no renunciamos a nuestra identidad, pero la disputa sobre si el Partido Justicialista o Menem son o no, ya no tiene sentido. Creo que uno es lo que hace, no lo que dice ser. Menem no tiene nada que ver ni con nuestra historia ni con nuestra lucha. El entregó el país, vendió la economía, regaló los resortes clave de nuestras riquezas al extranjero, apretó a los obreros, creó un plan de flexibilización laboral... Todo lo que hizo bajo el nombre de modernización del Estado fue enterrar nuestros mejores proyectos.
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