“Y aunque nuestra esperanza tiene un poco de locura quijotesca, no podemos olvidarnos del mayor ejemplo que nos sirve de guía y de inspiración como pueblo: también fue quijotesca y fue locura la esperanza de San Martín.” Juan D. Perón
Los hombres, las grandes causas y los procesos históricos
Napoleón Bonaparte no hubiese llegado a ser quien fue sin la Revolución Francesa, de igual manera que no es posible comprender el genio de San Martín y de Perón sin considerarlos como productos de épocas convulsionadas, tiempos de enfrentamientos profundos entre el subsuelo sublevado de la patria y los círculos privilegiados que se creían ungidos para gobernar.
Personalidad, talento y el óleo sagrado de Samuel (en épocas de grandes transformaciones sociales y políticas) pueden hacer de un hombre un gran conductor, alguien que ve más lejos y cuya voluntad es más fuerte que la de otros. En palabras de Fernández Vega: “La crisis constituye, entonces, el espacio privilegiado para la acción del genio político, una figura carente de respeto por las reglas, capaz de domesticar fuerzas y crear nuevas realidades.” (1) “Los más grandes capitanes son emergentes individuales de altos momentos del desarrollo histórico de la civilización...” (2), o mejor dicho, el caudillo, el líder, el conductor existe porque las ideas, los sueños y las necesidades de las masas se encarnan, se expresan en hombres y mujeres concretos capaces de sintetizar la diversidad social, política y cultural de los pueblos en un proyecto histórico.
Vivián Trías nos ayuda a caracterizar el fenómeno del caudillismo: “1- El caudillismo es un hecho dual, dicotómico. El caudillo no puede concebirse sin la masa, existe por ella y para ella, a través de ella se realiza. La masa, a su vez se expresa y dinamiza mediante el caudillo. (...) 2- En general, los caudillos surgen en tiempos bravíos, revueltos, tormentosos. Son hijos de las fases más agudamente críticas de la historia, de coyunturas problemáticas y confusas en que las gentes necesitan orientación y guía. Satisfacen una necesidad histórica, son los depositarios de esa necesidad histórica. (...) 3- El fenómeno caudillismo (masa-caudillo) es teleológico, nace con un finalismo determinado. Se configura para alcanzar objetivos concretos, para colmar necesidades específicas. La naturaleza de su finalidad condiciona su propia índole...” (3)
Desde esta perspectiva, podemos afirmar que San Martín y Perón supieron cabalgar sobre la historia, transformándose en dos de los más grandes conductores del continente americano, siendo producto y a la vez artífices junto a su pueblo de dos grandes procesos revolucionarios: la revolución hispanoamericana, devenida en gesta emancipadora, y la revolución peronista.
Guerra y política
Karl Schmitt establece como criterios específicos de lo “político” a la distinción de amigo y enemigo. Son aquellas categorías a las cuales es posible referir las acciones y los motivos políticos. Es en última instancia, la posibilidad real de un enemigo la que define la esfera política, y es la guerra como medio político extremo, la que hace posible dicha distinción. En definitiva, para Schmitt lo “político” no se refiere a un área particular de la actividad humana sino que indica sólo el grado de intensidad de una asociación o disociación de hombres, cuyas motivaciones pueden ser de diferente índole (religiosa, nacional, económica, etc.). Desde estas posiciones Schmitt discute fundamentalmente con los liberales, quienes han producido el desplazamiento de las ideas de conflictividad y violencia por fuera de los límites de la política, la cual remiten a la simple conciliación de diferencias menores mediante el debate racional y a la rutinaria administración de la maquinaria estatal.
Ciertas definiciones de las fuerzas armadas hablan de su existencia a fin de promover mediante la fuerza o la amenaza de la misma medidas políticas que no pueden promoverse de otra forma. Clausewitz, a su vez, nos vuelve a plantear esta relación: la guerra como acto político, como extensión de la política por otros medios, poniendo de relieve el objetivo político al que se subordina el uso de la violencia.
Retomando a Schmitt, la guerra es en última instancia, como posibilidad o como amenaza latente, el substrato sobre el que se realiza la política, el presupuesto que la condiciona. Es como punto extremo o caso crítico, el que revela su esencia. Es esta potencialidad conflictiva la que permite a la política convertirse en herramienta de movilización y transformación en función de defender los intereses materiales y simbólicos de los distintos actores sociales y políticos. Y justamente la sola posibilidad de la lucha es la que enciende las pasiones, permitiendo a los hombres requerir y requerirse el sacrificio de la propia vida y autorizándolos a derramar la sangre de otros hombres, como explica Schmitt.
Los conceptos desarrollados por Karl Schmitt nos permiten afirmar que si bien política y guerra no son idénticos, también es cierto que la primera no puede representarse ni comprenderse sin las figuras de la segunda, y que muchas veces la política deviene en guerra sin por ello perder su naturaleza. (4)
Volviendo a los hombres que nos convocaron, guerra y política, política y guerra se confunden, se imbrican en ellos, militares los dos, hombres comprometidos con grandes causas, constructores y organizadores de voluntades colectivas. Y fueron esas grandes causas las que animaron la trayectoria de estos hombres y fue la fuerza de estas causas y la del pueblo que supieron poner en movimiento la que los llevó a una confrontación en muchos casos extrema. Fue sin lugar a dudas la política el marco de sentido de la acción guerrera de San Martín. Fue una decisión política la que lo llevó a definir el enemigo y a lanzarse a combatirlo. La misma concepción política que lo guió en su lucha contra los invasores franceses junto al pueblo español en una guerra nacional que se convirtió “... rápidamente en revolución democrática dirigida a concretar la soberanía popular, el crecimiento económico y la unión nacional.” (5) Las ideas liberales revolucionarias, hijas de la Revolución Francesa, que lo empujaron a proseguir la misma empresa del otro lado del océano, en el continente americano.
San Martín fue un conductor político y militar, y fueron sus ideas y su estrategia política las que dirigieron su accionar militar. Así, desobedeció al gobierno de Buenos Aires negándose a desviarse de su gran objetivo estratégico: derrotar definitivamente a los realistas en Sudamérica. Y en esos momentos de tensión con el Directorio Supremo, fue el pueblo mendocino en Cabildo abierto el que relegitimó su autoridad como conductor de la expedición libertadora. “La intuición popular de Mendoza salvó así la libertad de América, porque los pueblos y los héroes se entendieron siempre...” (6) Y de la misma manera, inició tratativas con sectores liberales del ejército español en diferentes oportunidades, para sumarlos a la causa de la revolución hispanoamericana, o bien para fomentar las disidencias dentro de las fuerzas oponentes. (7) San Martín comprendió siempre que su objetivo era político y que la confrontación militar debía ser precedida, acompañada y continuada por la acción política que creara las condiciones más apropiadas para la consecución de dicho objetivo.
Y fue la guerra como posibilidad última y a veces no tan última la que no en pocas oportunidades emergió violentamente en el discurso y en la acción política del General Perón. Él hizo de la política un vehículo de los intereses del pueblo y de la nación, y a partir de esto le devolvió su carácter, su esencia de conflicto y confrontación. Asumiendo que cuando las leyes y los canales institucionales no bastaban para materializar esos intereses, fundamentalmente cuando aquellos sectores afectados en sus privilegios lo enfrentaron abierta o solapadamente, era necesario recurrir a la fuerza de la movilización popular y en muchos casos a la acción directa. Identificando al enemigo (Braden o Perón) y a sus aliados locales (la oligarquía), y arrogándose la representación de la nación toda frente a ellos. A razón de esto conviene recordar las palabras de Arturo Jauretche: “Ahora hay radicales que no se atreven a decir que la U.C.R. no es un partido político sino la unión civil de los argentinos para realizar la Nación por encima de las facciones del Régimen que son los partidos. Encuentran eso totalitario olvidando que en todo caso serán los fascistas los que se han copiado de Yrigoyen. La definición era perfecta y no encuentro que haya habido nunca una fuerza revolucionaria que no fuese totalitaria, es decir que negase totalmente a cualquier facción al constituirse ella en la Nación misma porque, así es totalitaria la Revolución de Mayo, la Francesa y la Rusa tanto como la Alemana o la Italiana.” (8)
Política y guerra se confundieron también cuando los bombardeos, los fusilamientos, la proscripción, la cárcel, la represión de la Revolución Fusiladora y los gobiernos que la sucedieron. Pero la violencia brutal de la oligarquía sólo sirvió para agudizar las contradicciones y encender aún más las pasiones: “... nuestro Movimiento tenía el ideal, pero no tenía odios. Ese fue un gran defecto porque el ideal, si bien asegura continuidad en el esfuerzo, carece de la intensidad en la lucha que sólo da el odio.” (9) Y aún cuando Perón incorporó en su discurso político la figura de la batalla de aniquilamiento, era consciente de que: “En la guerra política, las demostraciones suelen ser más importantes que en la guerra militar porque, mientras en la segunda se busca el aniquilamiento, en la primera muchas veces con una retirada es suficiente. En la política sucede como en la táctica del siglo XVII cuando el despliegue de los ejércitos, si se hacía ventajosamente, producían ya la retirada enemiga que evitaba un empeñamiento desventajoso.” (10)
La lucha política, al igual que la guerra, implica básicamente dos voluntades opuestas que accionan la una contra la otra. Implica también estrategias enfrentadas, intereses en disputa, sujetos sociales y políticos más o menos organizados, identidades, símbolos y una doctrina, un cuerpo de ideas y valores que cohesiona y moviliza a la lucha. La guerra, a su vez, está determinada por objetivos y decisiones políticas, y en muchos casos implica la movilización de todos los recursos materiales, humanos y morales de las naciones que la realizan.
Y si bien conducir militarmente es mandar y conducir políticamente es persuadir, “... la teoría de la conducción contiene, tanto para la lucha activa como para la política, los mismos principios con los cambios impuestos en los medios de la acción. La lucha de dos voluntades contrapuestas, sigue siendo lo mismo.” (11) “Como en la conducción militar, la teoría del arte de la conducción política, tiene un principio fundamental: el de la economía de fuerzas que presupone la necesidad de ser más fuerte en el momento y en el lugar donde se produce la decisión. Luego vienen los principios secundarios como la sorpresa, la continuidad de los esfuerzos, la buena disposición de los medios, la planificación adecuada de las acciones dedicando los medios principales a los objetivos principales, etc. Aplicarlos al campo político, es lo de menos porque solo varían los medios, la lucha es la misma.” (12)
Líneas finales
Para finalizar, creemos importante considerar que no todas fueron victorias en la vida política y militar de estos hombres. También sufrieron grandes derrotas de las que supieron reponerse, lo cual habla del temple, la convicción y la perseverancia de estas dos figuras. En Cancha Rayada los realistas, con fuerzas inferiores y mediante un sorpresivo ataque nocturno, infringieron un duro revés al Ejército Unido comandado por San Martín. Días después en la ciudad de Santiago de Chile, el General renovó su compromiso ante la multitud popular: “La patria existe y triunfará y yo empeño mi palabra de honor de dar, en breve, un día de gloria a la América.” (13) La batalla de Maipú, poco menos de un mes después, definió definitivamente el éxito de la Revolución en el actual territorio de la República de Chile. La autoproclamada Revolución Libertadora (más conocida como la Revolución Fusiladora) fue una dura derrota para el General Perón, pero el convencimiento de contar con las fuerzas populares de su lado, le permitió trazarse el objetivo de recuperar el poder. Dieciocho años de lucha hicieron posible su retorno.
Nos queda, por último, recordar que esas “guerras” emprendidas por San Martín y por Perón, esos dos militantes de la causa popular que supieron ponerse al frente de los pueblos de estas latitudes, aún no han concluido, aún se siguen librando en todo el continente. Comprenderlas y comprometernos con la causa de todos esos patriotas que a lo largo de nuestra historia pudieron conocer la derrota pero lo que no conocieron jamás fue el deshonor, es la tarea que nos toca.
Notas:
(1) J. F. Vega, Las guerras de la política, de Maquiavelo a Perón, Edhasa, Buenos Aires, 2005, p. 163.
(2) J. F. Vega, ob. cit., p. 165.
(3) V. Trías, Nasser, marxismo y caudillismo, Editorial Cimarrón, Buenos Aires, 1973, p. 27.
(4) Con respecto a la relación entre política y guerra, Argumedo señala: “Así, cualquier utopía de un mundo pacífico debe necesariamente plantear la resolución de estas tres líneas básicas de enfrentamiento entre los seres humanos: el respeto a las identidades culturales, la equidad social y la cooperación entre países y regiones soberanos, sin subordinación ni expoliaciones, serían la base un mundo donde los acuerdos y compromisos puedan reemplazar la idea de la política entendida como guerra, como una lógica de antagonismos entre amigos y enemigos. Porque mientras existan pueblos enteros, fracciones sociales, hombres y mujeres humillados, sometidos a condiciones miserables de vida, será difícil la paz en la historia.” A. Argumedo, Los silencios y las voces en América Latina, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1996, p. 215.
(5) N. Galasso, Seamos libres y lo demás no importa nada, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2000, p. 30.
(6) J. D. Perón, “San Martín y la Nación en Armas”, Discurso pronunciado por el Excelentísimo Señor Presidente de la Nación Juan Domingo Perón, al declarar clausurado el Año Sanmartiniano en Mendoza, en Hechos e Ideas, Año 2 N° 8, Tercera Época, Enero-Abril 1975, Argentina, p. 97.
(7) J. Miller, Memorias del General Miller, Emecé Editores, Buenos Aires, 1997, p. 289-290.
(8) A. Jauretche, Carta a Benjamín Abalos, 9 de julio de 1942, en www.elhistoriador.com.ar
(9) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, Un militar entre obreros y guerrilleros, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2001, p. 57.
(10) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, ob. cit., p. 130-131.
(11) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, ob. cit., p. 99.
(12) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, ob. cit., p. 126-127.
(13) En N. Galasso, Seamos libres..., ob. cit., p. 248.
* Este texto forma parte del trabajo “DE LOCURAS QUIJOTESCAS y el arte de la conducción en ciertos episodios inconclusos de la historia política y militar de las provincias del sur americano”, 2006.
Napoleón Bonaparte no hubiese llegado a ser quien fue sin la Revolución Francesa, de igual manera que no es posible comprender el genio de San Martín y de Perón sin considerarlos como productos de épocas convulsionadas, tiempos de enfrentamientos profundos entre el subsuelo sublevado de la patria y los círculos privilegiados que se creían ungidos para gobernar.
Personalidad, talento y el óleo sagrado de Samuel (en épocas de grandes transformaciones sociales y políticas) pueden hacer de un hombre un gran conductor, alguien que ve más lejos y cuya voluntad es más fuerte que la de otros. En palabras de Fernández Vega: “La crisis constituye, entonces, el espacio privilegiado para la acción del genio político, una figura carente de respeto por las reglas, capaz de domesticar fuerzas y crear nuevas realidades.” (1) “Los más grandes capitanes son emergentes individuales de altos momentos del desarrollo histórico de la civilización...” (2), o mejor dicho, el caudillo, el líder, el conductor existe porque las ideas, los sueños y las necesidades de las masas se encarnan, se expresan en hombres y mujeres concretos capaces de sintetizar la diversidad social, política y cultural de los pueblos en un proyecto histórico.
Vivián Trías nos ayuda a caracterizar el fenómeno del caudillismo: “1- El caudillismo es un hecho dual, dicotómico. El caudillo no puede concebirse sin la masa, existe por ella y para ella, a través de ella se realiza. La masa, a su vez se expresa y dinamiza mediante el caudillo. (...) 2- En general, los caudillos surgen en tiempos bravíos, revueltos, tormentosos. Son hijos de las fases más agudamente críticas de la historia, de coyunturas problemáticas y confusas en que las gentes necesitan orientación y guía. Satisfacen una necesidad histórica, son los depositarios de esa necesidad histórica. (...) 3- El fenómeno caudillismo (masa-caudillo) es teleológico, nace con un finalismo determinado. Se configura para alcanzar objetivos concretos, para colmar necesidades específicas. La naturaleza de su finalidad condiciona su propia índole...” (3)
Desde esta perspectiva, podemos afirmar que San Martín y Perón supieron cabalgar sobre la historia, transformándose en dos de los más grandes conductores del continente americano, siendo producto y a la vez artífices junto a su pueblo de dos grandes procesos revolucionarios: la revolución hispanoamericana, devenida en gesta emancipadora, y la revolución peronista.
Guerra y política
Karl Schmitt establece como criterios específicos de lo “político” a la distinción de amigo y enemigo. Son aquellas categorías a las cuales es posible referir las acciones y los motivos políticos. Es en última instancia, la posibilidad real de un enemigo la que define la esfera política, y es la guerra como medio político extremo, la que hace posible dicha distinción. En definitiva, para Schmitt lo “político” no se refiere a un área particular de la actividad humana sino que indica sólo el grado de intensidad de una asociación o disociación de hombres, cuyas motivaciones pueden ser de diferente índole (religiosa, nacional, económica, etc.). Desde estas posiciones Schmitt discute fundamentalmente con los liberales, quienes han producido el desplazamiento de las ideas de conflictividad y violencia por fuera de los límites de la política, la cual remiten a la simple conciliación de diferencias menores mediante el debate racional y a la rutinaria administración de la maquinaria estatal.
Ciertas definiciones de las fuerzas armadas hablan de su existencia a fin de promover mediante la fuerza o la amenaza de la misma medidas políticas que no pueden promoverse de otra forma. Clausewitz, a su vez, nos vuelve a plantear esta relación: la guerra como acto político, como extensión de la política por otros medios, poniendo de relieve el objetivo político al que se subordina el uso de la violencia.
Retomando a Schmitt, la guerra es en última instancia, como posibilidad o como amenaza latente, el substrato sobre el que se realiza la política, el presupuesto que la condiciona. Es como punto extremo o caso crítico, el que revela su esencia. Es esta potencialidad conflictiva la que permite a la política convertirse en herramienta de movilización y transformación en función de defender los intereses materiales y simbólicos de los distintos actores sociales y políticos. Y justamente la sola posibilidad de la lucha es la que enciende las pasiones, permitiendo a los hombres requerir y requerirse el sacrificio de la propia vida y autorizándolos a derramar la sangre de otros hombres, como explica Schmitt.
Los conceptos desarrollados por Karl Schmitt nos permiten afirmar que si bien política y guerra no son idénticos, también es cierto que la primera no puede representarse ni comprenderse sin las figuras de la segunda, y que muchas veces la política deviene en guerra sin por ello perder su naturaleza. (4)
Volviendo a los hombres que nos convocaron, guerra y política, política y guerra se confunden, se imbrican en ellos, militares los dos, hombres comprometidos con grandes causas, constructores y organizadores de voluntades colectivas. Y fueron esas grandes causas las que animaron la trayectoria de estos hombres y fue la fuerza de estas causas y la del pueblo que supieron poner en movimiento la que los llevó a una confrontación en muchos casos extrema. Fue sin lugar a dudas la política el marco de sentido de la acción guerrera de San Martín. Fue una decisión política la que lo llevó a definir el enemigo y a lanzarse a combatirlo. La misma concepción política que lo guió en su lucha contra los invasores franceses junto al pueblo español en una guerra nacional que se convirtió “... rápidamente en revolución democrática dirigida a concretar la soberanía popular, el crecimiento económico y la unión nacional.” (5) Las ideas liberales revolucionarias, hijas de la Revolución Francesa, que lo empujaron a proseguir la misma empresa del otro lado del océano, en el continente americano.
San Martín fue un conductor político y militar, y fueron sus ideas y su estrategia política las que dirigieron su accionar militar. Así, desobedeció al gobierno de Buenos Aires negándose a desviarse de su gran objetivo estratégico: derrotar definitivamente a los realistas en Sudamérica. Y en esos momentos de tensión con el Directorio Supremo, fue el pueblo mendocino en Cabildo abierto el que relegitimó su autoridad como conductor de la expedición libertadora. “La intuición popular de Mendoza salvó así la libertad de América, porque los pueblos y los héroes se entendieron siempre...” (6) Y de la misma manera, inició tratativas con sectores liberales del ejército español en diferentes oportunidades, para sumarlos a la causa de la revolución hispanoamericana, o bien para fomentar las disidencias dentro de las fuerzas oponentes. (7) San Martín comprendió siempre que su objetivo era político y que la confrontación militar debía ser precedida, acompañada y continuada por la acción política que creara las condiciones más apropiadas para la consecución de dicho objetivo.
Y fue la guerra como posibilidad última y a veces no tan última la que no en pocas oportunidades emergió violentamente en el discurso y en la acción política del General Perón. Él hizo de la política un vehículo de los intereses del pueblo y de la nación, y a partir de esto le devolvió su carácter, su esencia de conflicto y confrontación. Asumiendo que cuando las leyes y los canales institucionales no bastaban para materializar esos intereses, fundamentalmente cuando aquellos sectores afectados en sus privilegios lo enfrentaron abierta o solapadamente, era necesario recurrir a la fuerza de la movilización popular y en muchos casos a la acción directa. Identificando al enemigo (Braden o Perón) y a sus aliados locales (la oligarquía), y arrogándose la representación de la nación toda frente a ellos. A razón de esto conviene recordar las palabras de Arturo Jauretche: “Ahora hay radicales que no se atreven a decir que la U.C.R. no es un partido político sino la unión civil de los argentinos para realizar la Nación por encima de las facciones del Régimen que son los partidos. Encuentran eso totalitario olvidando que en todo caso serán los fascistas los que se han copiado de Yrigoyen. La definición era perfecta y no encuentro que haya habido nunca una fuerza revolucionaria que no fuese totalitaria, es decir que negase totalmente a cualquier facción al constituirse ella en la Nación misma porque, así es totalitaria la Revolución de Mayo, la Francesa y la Rusa tanto como la Alemana o la Italiana.” (8)
Política y guerra se confundieron también cuando los bombardeos, los fusilamientos, la proscripción, la cárcel, la represión de la Revolución Fusiladora y los gobiernos que la sucedieron. Pero la violencia brutal de la oligarquía sólo sirvió para agudizar las contradicciones y encender aún más las pasiones: “... nuestro Movimiento tenía el ideal, pero no tenía odios. Ese fue un gran defecto porque el ideal, si bien asegura continuidad en el esfuerzo, carece de la intensidad en la lucha que sólo da el odio.” (9) Y aún cuando Perón incorporó en su discurso político la figura de la batalla de aniquilamiento, era consciente de que: “En la guerra política, las demostraciones suelen ser más importantes que en la guerra militar porque, mientras en la segunda se busca el aniquilamiento, en la primera muchas veces con una retirada es suficiente. En la política sucede como en la táctica del siglo XVII cuando el despliegue de los ejércitos, si se hacía ventajosamente, producían ya la retirada enemiga que evitaba un empeñamiento desventajoso.” (10)
La lucha política, al igual que la guerra, implica básicamente dos voluntades opuestas que accionan la una contra la otra. Implica también estrategias enfrentadas, intereses en disputa, sujetos sociales y políticos más o menos organizados, identidades, símbolos y una doctrina, un cuerpo de ideas y valores que cohesiona y moviliza a la lucha. La guerra, a su vez, está determinada por objetivos y decisiones políticas, y en muchos casos implica la movilización de todos los recursos materiales, humanos y morales de las naciones que la realizan.
Y si bien conducir militarmente es mandar y conducir políticamente es persuadir, “... la teoría de la conducción contiene, tanto para la lucha activa como para la política, los mismos principios con los cambios impuestos en los medios de la acción. La lucha de dos voluntades contrapuestas, sigue siendo lo mismo.” (11) “Como en la conducción militar, la teoría del arte de la conducción política, tiene un principio fundamental: el de la economía de fuerzas que presupone la necesidad de ser más fuerte en el momento y en el lugar donde se produce la decisión. Luego vienen los principios secundarios como la sorpresa, la continuidad de los esfuerzos, la buena disposición de los medios, la planificación adecuada de las acciones dedicando los medios principales a los objetivos principales, etc. Aplicarlos al campo político, es lo de menos porque solo varían los medios, la lucha es la misma.” (12)
Líneas finales
Para finalizar, creemos importante considerar que no todas fueron victorias en la vida política y militar de estos hombres. También sufrieron grandes derrotas de las que supieron reponerse, lo cual habla del temple, la convicción y la perseverancia de estas dos figuras. En Cancha Rayada los realistas, con fuerzas inferiores y mediante un sorpresivo ataque nocturno, infringieron un duro revés al Ejército Unido comandado por San Martín. Días después en la ciudad de Santiago de Chile, el General renovó su compromiso ante la multitud popular: “La patria existe y triunfará y yo empeño mi palabra de honor de dar, en breve, un día de gloria a la América.” (13) La batalla de Maipú, poco menos de un mes después, definió definitivamente el éxito de la Revolución en el actual territorio de la República de Chile. La autoproclamada Revolución Libertadora (más conocida como la Revolución Fusiladora) fue una dura derrota para el General Perón, pero el convencimiento de contar con las fuerzas populares de su lado, le permitió trazarse el objetivo de recuperar el poder. Dieciocho años de lucha hicieron posible su retorno.
Nos queda, por último, recordar que esas “guerras” emprendidas por San Martín y por Perón, esos dos militantes de la causa popular que supieron ponerse al frente de los pueblos de estas latitudes, aún no han concluido, aún se siguen librando en todo el continente. Comprenderlas y comprometernos con la causa de todos esos patriotas que a lo largo de nuestra historia pudieron conocer la derrota pero lo que no conocieron jamás fue el deshonor, es la tarea que nos toca.
Notas:
(1) J. F. Vega, Las guerras de la política, de Maquiavelo a Perón, Edhasa, Buenos Aires, 2005, p. 163.
(2) J. F. Vega, ob. cit., p. 165.
(3) V. Trías, Nasser, marxismo y caudillismo, Editorial Cimarrón, Buenos Aires, 1973, p. 27.
(4) Con respecto a la relación entre política y guerra, Argumedo señala: “Así, cualquier utopía de un mundo pacífico debe necesariamente plantear la resolución de estas tres líneas básicas de enfrentamiento entre los seres humanos: el respeto a las identidades culturales, la equidad social y la cooperación entre países y regiones soberanos, sin subordinación ni expoliaciones, serían la base un mundo donde los acuerdos y compromisos puedan reemplazar la idea de la política entendida como guerra, como una lógica de antagonismos entre amigos y enemigos. Porque mientras existan pueblos enteros, fracciones sociales, hombres y mujeres humillados, sometidos a condiciones miserables de vida, será difícil la paz en la historia.” A. Argumedo, Los silencios y las voces en América Latina, Ediciones del Pensamiento Nacional, Buenos Aires, 1996, p. 215.
(5) N. Galasso, Seamos libres y lo demás no importa nada, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2000, p. 30.
(6) J. D. Perón, “San Martín y la Nación en Armas”, Discurso pronunciado por el Excelentísimo Señor Presidente de la Nación Juan Domingo Perón, al declarar clausurado el Año Sanmartiniano en Mendoza, en Hechos e Ideas, Año 2 N° 8, Tercera Época, Enero-Abril 1975, Argentina, p. 97.
(7) J. Miller, Memorias del General Miller, Emecé Editores, Buenos Aires, 1997, p. 289-290.
(8) A. Jauretche, Carta a Benjamín Abalos, 9 de julio de 1942, en www.elhistoriador.com.ar
(9) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, Un militar entre obreros y guerrilleros, Ediciones Colihue, Buenos Aires, 2001, p. 57.
(10) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, ob. cit., p. 130-131.
(11) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, ob. cit., p. 99.
(12) Carta de Perón a Alberte en E. Gurrucharri, ob. cit., p. 126-127.
(13) En N. Galasso, Seamos libres..., ob. cit., p. 248.
* Este texto forma parte del trabajo “DE LOCURAS QUIJOTESCAS y el arte de la conducción en ciertos episodios inconclusos de la historia política y militar de las provincias del sur americano”, 2006.
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