El egresado de Letras, hace una comparación entre el mundo intelectual y social, antes y después de la asunción de Juan Domingo Perón, el rol ideológico de Evita; el presente y futuro kirchnerista.
Llegó luego a Buenos Aires y, poco a poco, su interés por la literatura fue cediendo ante el de las ciencias sociales. “Además –agrega Carlos Altamirano– necesitaba ganarme la vida; así, empecé a trabajar en temas sociales y cursé varias materias de Sociología en la UBA”.
Con Beatriz Sarlo realizaron una serie de trabajos donde se cruzan sus respectivas competencias. “Fue entonces –admite– que retomé el interés y el contacto con los textos literarios, desde una perspectiva sociológica”. A partir de entonces su producción se fue deslizando cada vez más hacia lo que da en llamarse “historia intelectual”, siguiendo una denominación de origen anglosajón, “intelectual history”, para diferenciarla de la historia tradicional de las ideas. Entre sus obras: “Ensayos argentinos” (con Beatriz Sarlo), “Peronismo y cultura de izquierda”, “Bajo el signo de las masas”; y recientemente un trabajo sobre los intelectuales, “Los intelectuales, nota de investigación”.
Fue también cofundador, junto con Sarlo, de la prestigiosa revista “Punto de Vista”.
- A través de la relectura de publicaciones de temas político-culturales en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, Carlos Floria observaba la decadencia de los debates actuales: en la década del 30 las polémicas entre nacionalistas, conservadores, izquierdistas o liberales tenían un nivel hoy inhallable. ¿Comparte esta percepción?
- Mi impresión es que todavía en los ’30, y hasta en los ’40, el mundo intelectual estaba relativamente unificado. No diría que todos los protagonistas tenían un trato frecuente, pero sí que se conocían. A partir de 1955 el mundo intelectual se amplía. Sin duda se trata de una fecha política con repercusión social. Ese mundo recluta nuevos miembros en otras clases, y tienden a generarse sub-culturas dentro del mundo intelectual. Es frecuente que los hombres de la cultura de izquierda hablen para la izquierda. Los conservadores tienen sus supuestos y piensan para otros conservadores o para quienes están más próximos. Los nacionalistas son una especie en extinción. Tal vez también los católicos hablan para sí mismos. No rechazo la descripción de Floria, pero la re-situaría en este proceso de ampliación del espacio de los intelectuales y de la fragmentación interna. Se hablaba a quienes formaban parte de la misma tribu o del mismo espacio tribal.
- Esa ampliación del mundo intelectual, ¿sería, a su juicio, producto de lo que el peronismo había suscitado en la Argentina?
- Ciertamente. Y muy poco tiempo después de la caída del peronismo, se produjo una división dentro del “pacto anti-peronista” de 1954 y 1955. En el ’56 ya podían verse fisuras allí donde confluían la mayoría de las familias ideológicas de la Argentina: los católicos, los laicos, los nacionalistas y los liberales. Ese conjunto que no pudo definir otro objetivo común que el derrocamiento de Perón, no alcanzó después la convexidad que le permitiera mantener la unidad lograda en ese año y medio. Allí se produjo una fuerte fractura ligada a qué hacer con el peronismo: ¿cómo integrar este hecho que no admitía retorno a la situación de 1943?
El peronismo va a reconfigurar el mundo político e ideológico dividiendo a la sociedad en campos antagónicos de difícil simplificación. Va a dividir a los católicos, a los nacionalistas, a los radicales, a los conservadores, a los demócrata-cristianos y a las izquierdas. Obviamente, ello no pudo dejar de influir en el campo intelectual donde estas posiciones estaban representadas. A partir de 1955 el ambiente político-intelectual argentino siguió esa dinámica ideológica.
El clima reinante inmediato a la caída de Perón era: en la Argentina estamos en el año cero, o muy próximos al año cero; si no en 1810, tal vez como en 1852. Había que discutir desde la Constitución que nos iba a regir (la de 1949, la de 1853) hasta el rumbo de la economía, el papel de la industria en la configuración de la economía: desde la visión que otorga al Estado un papel de vanguardia, dirigente, estratégico, con visión desarrollista, hasta la menos favorable a que los actores económicos (como se dice hoy) sean los encargados de definir la cuestión (una versión más liberal).
¿Qué lugar tendría en la nueva república, en el nuevo orden, lo que se había expresado a través de Perón? Para algunos se trataba de trabajar para extirpar –así se decía– todo lo que el totalitarismo peronista había inculcado en las masas. Ninguna verdadera democracia podría construirse mientras estos elementos estuvieran presentes. Por lo tanto, unos se inclinaban a prolongar el régimen provisional, el de la Revolución Libertadora; y otros pensaban que sólo bastaban las elecciones, porque ellos serían los herederos. Esta era la tendencia general dentro del radicalismo, aun cuando no fue el único factor de la división entre radicales Intransigentes y radicales del Pueblo. Esta discusión dividió a todas las fuerzas. Un sector del conservadurismo se articuló con los núcleos más liberales de la conjunción liberal-conservadora; otro, el de Vicente Solano Lima, buscó retomar ciertos elementos de la tradición populista del conservadurismo, asumir el legado del peronismo y reintegrarlo. Con los católicos va a ocurrir lo mismo, y se reflejará en la Democracia Cristiana.
El Partido Socialista también se dividió, aunque no sólo por esto. Durante un tiempo, el Partido Comunista pareció escapar a esta dinámica, pero no por mucho y terminó corroído por las divisiones. Obviamente, también jugaban otros factores, pero pesaba “el hecho peronista”, como decían los nacionalistas. Frente a lo que ellos llamaban la izquierda liberal, se daba un hecho que no se podía sobrevolar, ignorar o disolver con una campaña ideológica. Esta sería la versión de Mario Amadeo, que expresó a un sector importante del nacionalismo católico. Correlativamente a este proceso en el mundo de las ideas, el ámbito universitario registró otros cambios. Se trata del incremento constante de su población, y por lo tanto del mundo intelectual. La matrícula universitaria irá creciendo cada vez más hasta llegar a la universidad de masas que conocemos hoy.
- El ingreso de nuevos interlocutores en el escenario cultural, ¿produce en las viejas élites un fenómeno de repliegue, una actitud autista?
-En efecto, eso ocurrió desde mediados de los ’50. La posibilidad de renovar y de poner a prueba las propias hipótesis o convicciones se restringe si uno busca sólo a aquellos interlocutores que comparten los supuestos a partir de los cuales se razona. En los ’80, en los años del alfonsinismo, pareció que esta clausura tendía a romperse. Afloró la idea de que los intelectuales debían hablar “a la sociedad” y no sólo a los propios adeptos. Y si bien esta expectativa no se generalizó, no creo que haya desaparecido. Hay revistas procedentes de la izquierda intelectual, como Punto de Vista, que tienen un reconocimiento en espacios que no son de izquierda. El hecho que Beatriz Sarlo, su directora, sea una intelectual no sólo seguida o interrogada por los medios de la izquierda, sino con audiencia y lectores tanto en el mundo del diario La Nación como en el de la misma revista Criterio, por ejemplo, es un caso muy claro; y no el único. Hoy el mundo intelectual está mucho más comunicado que en 1970. Evidentemente, la dureza de la experiencia de los años 76 -82 tuvo un papel determinante. A partir del ’83 el ámbito universitario tendió a ser reconocido, al menos por un tiempo, como un espacio universal; quienes daban clases o hablaban en la universidad, lo hacían por su competencia en un ámbito determinado del conocimiento, en una disciplina determinada. Esto abrió un espacio de interacción entre personas que incluso no formaban parte de la misma tribu, ideológicamente hablando. Es probable que la crisis de las creencias ideológicas, que hasta los años 70 habían llevado a un enfrentamiento muy exasperado, haya contribuido a este proceso de comunicación.
- ¿Qué elementos marcan, sin embargo, la decadencia del debate en el mundo intelectual no obstante su heterogeneidad?
- No se trata de un problema circunscripto a los intelectuales. La Argentina en general encuentra difícil darle un rostro al futuro, y los intelectuales no escapan a ese límite. La nuestra es una sociedad muy inclinada a la nostalgia. Cada uno reivindica “su” pasado: el de la Argentina del Centenario, el de los años peronistas del ’45 en adelante, el de los años desarrollistas, el de la militancia setentista… Somos una sociedad que piensa que lo mejor está en el pasado. Tenemos dificultades para conectarnos con el futuro. Futuro que no tiene porqué traducirse en un único proyecto, sino tal vez en varios. Nos debemos ese debate.
- La dificultad de proyectarse y de acordar sobre qué cuestiones discutir, ¿tendría su correlato en la desconexión de nuestro país con el mundo?
-La desconexión de la Argentina con el mundo guarda relación con su ignorancia del mundo: se cree que hay cosas que sólo suceden en la Argentina. Por ejemplo: la desconfianza de los ciudadanos respecto de la política. Cuando uno está en Italia, en Francia, ve que la prensa y los intelectuales dicen lo mismo. De modo que la ignorancia del mundo no implica sólo ignorancia de posibilidades o perspectivas, sino también de problemas que no son de nuestra exclusividad, sino que más bien se relacionan con la difícil etapa por la que atraviesa la civilización occidental en su conjunto.
La ignorancia del mundo no tiene un único efecto. Por ejemplo, alimenta la idea que se propagó entre fines de los ’80 y principios de los ’90 de que había un mundo donde las cosas salían muy fácilmente si uno tomaba ciertos caminos. Algo fácil y rápido, sin costos. Una visión de los Estados Unidos trasmitida por personas que parecían no haber estado en ese país. Allí todo funcionaba… La ignorancia del mundo hace también que se alimenten representaciones fantásticas del mundo exterior: la Argentina es el blanco deseado por la codicia exterior o, por el contrario, puede encontrar fácilmente la respuesta a sus problemas en el exterior. En ambos casos encontramos la misma ignorancia del mundo y la misma desconexión.
Creo que estamos perdiendo la oportunidad de aprovechar el estímulo que significa la celebración del próximo bicentenario de la Independencia para pensar cuál debe ser la inserción de la Argentina en el mundo. En 2004-2005, una vez atravesada la emergencia, se daban las condiciones para empezar una discusión al respecto. Pero, al parecer, el Bicentenario tendrá una celebración vacía en términos de perspectivas, de visiones. Necesitamos superar esta inercia con algo que no sea simplemente hacer una y otra vez la recapitulación de nuestros males.
- Ciertas categorías de ubicación política se han ido desdibujado, pero cuando se habla de católicos –en rigor, una categoría religiosa–, el concepto puede prestarse a confusión dado que hay católicos peronistas, anti-peronistas, nacionalistas, liberales… ¿Cómo define usted al grupo católico argentino en categorías políticas?
- Cuando uno habla de católicos no hace referencia a los bautizados sino a los católicos en cuanto actores políticos. En el mundo católico percibo un segmento popular, y a veces populista, y otro más elaborado, complejo, intelectual. No creo que estos dos impulsos convivan tranquilamente en el catolicismo. Representan dos clases de actores: los primeros están más vinculados al movimiento social, y por lo tanto con posibilidades de entrar en comunicación más o menos fluida con el peronismo, que es lo que conecta al mundo popular. Los otros pertenecen a un catolicismo más intelectual, que en el pasado tenía dos versiones: la nacionalista y la liberal. Hoy diría que la nacionalista –con excelentes plumas, como la de Marcelo Sánchez Sorondo– ya ha prácticamente desaparecido. Mientras que la vertiente que busca reconciliar al catolicismo con el mundo moderno está más próxima al liberalismo. Veo más ligada a la militancia a la que tiene mayor comunicación con el mundo popular. Es la que representaría, por ejemplo, un Fortunato Mallimaci, a quien aprecio mucho.
- Si hoy es imposible decir que peronismo e izquierda son irreconciliables, en los años 60 y 70 hubo un matrimonio fallido, pero matrimonio al fin. Desde el punto de vista político, Juan Domingo Perón era un hombre de derecha, más amante del autoritarismo que de la democracia. ¿Por qué usted considera legítimo hablar de peronismo de izquierda?¿No se trata de una comedia de engaños?
-Dejando de lado lo que haya de comedia de engaños (que siempre hay), creo que la izquierda peronista tiene dos raíces: una externa y otra interna. Respecto de la primera, ya en los años iniciales de Perón, algunos círculos consideraban que el sindicalismo peronista constituía la base para un partido revolucionario. Detestaban muchas cosas, pero creían que –aunque de manera poco elaborada– el peronismo expresaba una aspiración de las masas de tipo nacional-revolucionario. Mario Amadeo detectó muy bien esto cuando habló de izquierda anti-liberal. Una izquierda que dice: “peronismo más nosotros”, es decir, le añade un plus de radicalidad a aquello que está dentro del peronismo. Está convencida –aquí aparece el elemento marxista– del papel mesiánico que la historia le confía a la clase obrera, al proletariado. Esta sería la raíz externa.
La interna diría que es posterior al ’55, y tiene una base juvenil que hace sus primeras experiencias de lucha contra la Revolución Libertadora, pero sobre todo contra Frondizi. Para este sector no es posible un esquema peronista sin Perón; por lo tanto no hay izquierda peronista sin Perón, la única pieza que no puede ser absorbida por el sistema. Por el contrario, para la raíz externa la cuestión de Perón era enteramente instrumental; más aún, al comienzo cree que Perón no va a volver, y se piensa a sí misma como heredera del radicalismo ideológico del movimiento peronista.
Juan José Hernández Arregui es el teórico del peronismo de izquierda. Y la divergencia que va a tener con Jorge Abelardo Ramos radica precisamente en la figura de Perón. Para Ramos el peronismo en ese momento sólo podía ser fiel a sí mismo yendo más allá de sí. Mientras que para Arregui sólo permaneciendo fiel a su origen y bajo la conducción de Perón, el peronismo podía cumplir su papel de movimiento de liberación. Así es como los montoneros se van a encontrar más próximos a Arregui que a otros teóricos de una izquierda cercana, pero no interna, al peronismo. En otra versión, tanto Rodolfo Puiggrós como Arregui van a pensar esto en términos de una dialéctica interna del peronismo, distante de una dialéctica externa con cuadros, grupos, que desde afuera traccione a las masas peronistas para darles una dirección revolucionaria.
-¿Y cómo juega la cuestión del autoritarismo en el peronismo?
- Ese es un tema ajeno a la familia peronista.
- ¿Y la división dentro de los católicos entre peronistas y anti-peronistas?
- La caída de Perón le crea un problema a los nacionalistas católicos aun después del desplazamiento de Lonardi. Ellos mismos son desplazados del equipo del gobierno. Y esto tiene que ver con el conflicto que acababa de tener Perón con la Iglesia, y que había arrojado a gran parte de los católicos a las filas de la oposición. Para éstos la reconciliación con Perón debía atravesar el difícil conflicto de la crisis con Roma. Este problema no existía para Puiggrós o para Ramos, que consideraban que la religión era finalmente una superestructura. Que Perón persiguiera a los curas en cierto momento podía significar una jacobinización del peronismo. Las primeras defensas de Perón surgen claramente desde esta izquierda. ¿Quiénes defienden al peronismo inmediatamente después de caído? Arturo Jauretche, Ramos, Puiggrós.
- Partiendo de la premisa de que la mediación de los partidos políticos es insoslayable en la democracia, ¿qué sucede cuando se pone todo el énfasis en la sociedad civil?
- La cuestión de los partidos tiene que ver con lo que se llama democracia de partidos. No todos entienden la democracia como democracia de partidos. La idea de una relación inmediata con el pueblo, sin que medien representantes o instituciones intermedias, forma parte de cierto imaginario democrático que podría autodenominarse “democracia radical”. Muchos movimientos sociales asumen que ese espacio les pertenece y que no es de los partidos. Piensan que el movimiento social debe absorberlo todo y que los políticos y los partidos quedan superados. Estamos hablando de ideas. En nuestro 2001-2002 los temas en las asambleas barriales eran muy repetitivos, nunca se iba más allá del “que se vayan todos”. Se hablaba de disconformidad, y traducían impulsos anárquicos de una sociedad que por momentos parecía rechazar toda instancia de mediación y representación. Su contraparte era la demanda de un amo, de un jefe que ponga límites a los impulsos desintegradores. El año 2002 no arrojó nada nuevo, pero afortunadamente no produjo lo peor; esto es, el descarrilamiento de la Argentina. Sin embargo, tampoco produjo el surgimiento de nuevas fuerzas políticas; de modo que terminó en reclamo de gobierno.
- ¿Se trata de un reclamo de instituciones o de personas?
- En principio es un reclamo de autoridad. Para una sociedad no hay nada más difícil de soportar que la incertidumbre. Llega un momento en que pide gobierno. Esta fue la demanda que explotó.
-¿Y qué futuro avizora?
En principio no estamos ante un precipicio. Tratando de pensar lo que pueda ocurrir –no lo que me gustaría que ocurriese–, sin proyectar aspiraciones, atendiendo a lo que ocurre efectivamente, diría que Néstor Kirchner ha contado con la gran ventaja de asumir con muy pocas expectativas depositadas en él. Pero había algo que estaba en el aire: que haya gobierno que gobierne. La administración de Fernando de la Rúa había producido una gran incertidumbre, porque no iba hacia ninguna parte. Un gobierno –sea conservador, liberal o socialista– tiene la obligación de dar certidumbre a sus gobernados. Se espera que no incremente las incertidumbres sino que las reduzca. Eso le dio a Kirchner dos años de crédito, en los que se mostró dispuesto a usar todos los enormes recursos del Ejecutivo.
- Muchos señalan que estamos ante una crisis terminal de los partidos tradicionales…
- Distingamos. Una cosa es Buenos Aires y otra el resto, el conjunto de la Argentina. Si uno sale del paisaje de Buenos Aires, encuentra que en el país hay partidos: el peronismo, el radicalismo y fuerzas locales. La constante impugnación de los partidos es un fenómeno porteño, multiplicado por los medios.
-¿Usted considera, entonces, la crisis del radicalismo y la compleja crisis del peronismo como una proyección porteña?
- Sería también exagerado afirmarlo, pero la percepción tiene su foco central en Buenos Aires. No se puede “leer” toda la Argentina desde el prisma de esta ciudad. Aquí el “fenómeno Macri” tal vez se consolide como una fuerza, pero habrá que ver a nivel nacional… Nadie puede afirmar hoy esa consolidación ni tampoco puede descartarla. Otro hecho que no ocurre, todavía al menos, es la presencia de una fuerza de centroizquierda. Es posible que esa crisis de los partidos dé paso a una recomposición. Pero difícilmente se pueda esperar la identificación que suscitaron los partidos históricos, porque acaso eso ya no sea posible dadas las características de la sociedad moderna. Me refiero a las fuertes identidades colectivas más propias de los siglos XIX y XX.
- Este gobierno se vio favorecido en lo económico por la coyuntura internacional…
- En este sentido Kirchner fue un presidente afortunado. Asumió con compromisos mínimos: por ejemplo, reactivar la producción. Ni siquiera el tema de los derechos humanos –independientemente de lo que él hizo o dejó de hacer en el pasado– formó parte de su campaña electoral. Como si fuera un presidente del Frepaso, al asumir inmediatamente lo hizo suyo, y neutralizó una zona sin mucho peso electoral pero sí de opinión. Un recurso político. Se movió muy rápidamente en el tema de la Corte, tema que estaba instalado en la opinión pública de la Capital Federal. Durante un tiempo fue un “presidente de opinión”. Su asignatura pendiente es la construcción de una fuerza política a partir de circunstancias favorables, como la coyuntura económica internacional.
Llegó luego a Buenos Aires y, poco a poco, su interés por la literatura fue cediendo ante el de las ciencias sociales. “Además –agrega Carlos Altamirano– necesitaba ganarme la vida; así, empecé a trabajar en temas sociales y cursé varias materias de Sociología en la UBA”.
Con Beatriz Sarlo realizaron una serie de trabajos donde se cruzan sus respectivas competencias. “Fue entonces –admite– que retomé el interés y el contacto con los textos literarios, desde una perspectiva sociológica”. A partir de entonces su producción se fue deslizando cada vez más hacia lo que da en llamarse “historia intelectual”, siguiendo una denominación de origen anglosajón, “intelectual history”, para diferenciarla de la historia tradicional de las ideas. Entre sus obras: “Ensayos argentinos” (con Beatriz Sarlo), “Peronismo y cultura de izquierda”, “Bajo el signo de las masas”; y recientemente un trabajo sobre los intelectuales, “Los intelectuales, nota de investigación”.
Fue también cofundador, junto con Sarlo, de la prestigiosa revista “Punto de Vista”.
- A través de la relectura de publicaciones de temas político-culturales en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX, Carlos Floria observaba la decadencia de los debates actuales: en la década del 30 las polémicas entre nacionalistas, conservadores, izquierdistas o liberales tenían un nivel hoy inhallable. ¿Comparte esta percepción?
- Mi impresión es que todavía en los ’30, y hasta en los ’40, el mundo intelectual estaba relativamente unificado. No diría que todos los protagonistas tenían un trato frecuente, pero sí que se conocían. A partir de 1955 el mundo intelectual se amplía. Sin duda se trata de una fecha política con repercusión social. Ese mundo recluta nuevos miembros en otras clases, y tienden a generarse sub-culturas dentro del mundo intelectual. Es frecuente que los hombres de la cultura de izquierda hablen para la izquierda. Los conservadores tienen sus supuestos y piensan para otros conservadores o para quienes están más próximos. Los nacionalistas son una especie en extinción. Tal vez también los católicos hablan para sí mismos. No rechazo la descripción de Floria, pero la re-situaría en este proceso de ampliación del espacio de los intelectuales y de la fragmentación interna. Se hablaba a quienes formaban parte de la misma tribu o del mismo espacio tribal.
- Esa ampliación del mundo intelectual, ¿sería, a su juicio, producto de lo que el peronismo había suscitado en la Argentina?
- Ciertamente. Y muy poco tiempo después de la caída del peronismo, se produjo una división dentro del “pacto anti-peronista” de 1954 y 1955. En el ’56 ya podían verse fisuras allí donde confluían la mayoría de las familias ideológicas de la Argentina: los católicos, los laicos, los nacionalistas y los liberales. Ese conjunto que no pudo definir otro objetivo común que el derrocamiento de Perón, no alcanzó después la convexidad que le permitiera mantener la unidad lograda en ese año y medio. Allí se produjo una fuerte fractura ligada a qué hacer con el peronismo: ¿cómo integrar este hecho que no admitía retorno a la situación de 1943?
El peronismo va a reconfigurar el mundo político e ideológico dividiendo a la sociedad en campos antagónicos de difícil simplificación. Va a dividir a los católicos, a los nacionalistas, a los radicales, a los conservadores, a los demócrata-cristianos y a las izquierdas. Obviamente, ello no pudo dejar de influir en el campo intelectual donde estas posiciones estaban representadas. A partir de 1955 el ambiente político-intelectual argentino siguió esa dinámica ideológica.
El clima reinante inmediato a la caída de Perón era: en la Argentina estamos en el año cero, o muy próximos al año cero; si no en 1810, tal vez como en 1852. Había que discutir desde la Constitución que nos iba a regir (la de 1949, la de 1853) hasta el rumbo de la economía, el papel de la industria en la configuración de la economía: desde la visión que otorga al Estado un papel de vanguardia, dirigente, estratégico, con visión desarrollista, hasta la menos favorable a que los actores económicos (como se dice hoy) sean los encargados de definir la cuestión (una versión más liberal).
¿Qué lugar tendría en la nueva república, en el nuevo orden, lo que se había expresado a través de Perón? Para algunos se trataba de trabajar para extirpar –así se decía– todo lo que el totalitarismo peronista había inculcado en las masas. Ninguna verdadera democracia podría construirse mientras estos elementos estuvieran presentes. Por lo tanto, unos se inclinaban a prolongar el régimen provisional, el de la Revolución Libertadora; y otros pensaban que sólo bastaban las elecciones, porque ellos serían los herederos. Esta era la tendencia general dentro del radicalismo, aun cuando no fue el único factor de la división entre radicales Intransigentes y radicales del Pueblo. Esta discusión dividió a todas las fuerzas. Un sector del conservadurismo se articuló con los núcleos más liberales de la conjunción liberal-conservadora; otro, el de Vicente Solano Lima, buscó retomar ciertos elementos de la tradición populista del conservadurismo, asumir el legado del peronismo y reintegrarlo. Con los católicos va a ocurrir lo mismo, y se reflejará en la Democracia Cristiana.
El Partido Socialista también se dividió, aunque no sólo por esto. Durante un tiempo, el Partido Comunista pareció escapar a esta dinámica, pero no por mucho y terminó corroído por las divisiones. Obviamente, también jugaban otros factores, pero pesaba “el hecho peronista”, como decían los nacionalistas. Frente a lo que ellos llamaban la izquierda liberal, se daba un hecho que no se podía sobrevolar, ignorar o disolver con una campaña ideológica. Esta sería la versión de Mario Amadeo, que expresó a un sector importante del nacionalismo católico. Correlativamente a este proceso en el mundo de las ideas, el ámbito universitario registró otros cambios. Se trata del incremento constante de su población, y por lo tanto del mundo intelectual. La matrícula universitaria irá creciendo cada vez más hasta llegar a la universidad de masas que conocemos hoy.
- El ingreso de nuevos interlocutores en el escenario cultural, ¿produce en las viejas élites un fenómeno de repliegue, una actitud autista?
-En efecto, eso ocurrió desde mediados de los ’50. La posibilidad de renovar y de poner a prueba las propias hipótesis o convicciones se restringe si uno busca sólo a aquellos interlocutores que comparten los supuestos a partir de los cuales se razona. En los ’80, en los años del alfonsinismo, pareció que esta clausura tendía a romperse. Afloró la idea de que los intelectuales debían hablar “a la sociedad” y no sólo a los propios adeptos. Y si bien esta expectativa no se generalizó, no creo que haya desaparecido. Hay revistas procedentes de la izquierda intelectual, como Punto de Vista, que tienen un reconocimiento en espacios que no son de izquierda. El hecho que Beatriz Sarlo, su directora, sea una intelectual no sólo seguida o interrogada por los medios de la izquierda, sino con audiencia y lectores tanto en el mundo del diario La Nación como en el de la misma revista Criterio, por ejemplo, es un caso muy claro; y no el único. Hoy el mundo intelectual está mucho más comunicado que en 1970. Evidentemente, la dureza de la experiencia de los años 76 -82 tuvo un papel determinante. A partir del ’83 el ámbito universitario tendió a ser reconocido, al menos por un tiempo, como un espacio universal; quienes daban clases o hablaban en la universidad, lo hacían por su competencia en un ámbito determinado del conocimiento, en una disciplina determinada. Esto abrió un espacio de interacción entre personas que incluso no formaban parte de la misma tribu, ideológicamente hablando. Es probable que la crisis de las creencias ideológicas, que hasta los años 70 habían llevado a un enfrentamiento muy exasperado, haya contribuido a este proceso de comunicación.
- ¿Qué elementos marcan, sin embargo, la decadencia del debate en el mundo intelectual no obstante su heterogeneidad?
- No se trata de un problema circunscripto a los intelectuales. La Argentina en general encuentra difícil darle un rostro al futuro, y los intelectuales no escapan a ese límite. La nuestra es una sociedad muy inclinada a la nostalgia. Cada uno reivindica “su” pasado: el de la Argentina del Centenario, el de los años peronistas del ’45 en adelante, el de los años desarrollistas, el de la militancia setentista… Somos una sociedad que piensa que lo mejor está en el pasado. Tenemos dificultades para conectarnos con el futuro. Futuro que no tiene porqué traducirse en un único proyecto, sino tal vez en varios. Nos debemos ese debate.
- La dificultad de proyectarse y de acordar sobre qué cuestiones discutir, ¿tendría su correlato en la desconexión de nuestro país con el mundo?
-La desconexión de la Argentina con el mundo guarda relación con su ignorancia del mundo: se cree que hay cosas que sólo suceden en la Argentina. Por ejemplo: la desconfianza de los ciudadanos respecto de la política. Cuando uno está en Italia, en Francia, ve que la prensa y los intelectuales dicen lo mismo. De modo que la ignorancia del mundo no implica sólo ignorancia de posibilidades o perspectivas, sino también de problemas que no son de nuestra exclusividad, sino que más bien se relacionan con la difícil etapa por la que atraviesa la civilización occidental en su conjunto.
La ignorancia del mundo no tiene un único efecto. Por ejemplo, alimenta la idea que se propagó entre fines de los ’80 y principios de los ’90 de que había un mundo donde las cosas salían muy fácilmente si uno tomaba ciertos caminos. Algo fácil y rápido, sin costos. Una visión de los Estados Unidos trasmitida por personas que parecían no haber estado en ese país. Allí todo funcionaba… La ignorancia del mundo hace también que se alimenten representaciones fantásticas del mundo exterior: la Argentina es el blanco deseado por la codicia exterior o, por el contrario, puede encontrar fácilmente la respuesta a sus problemas en el exterior. En ambos casos encontramos la misma ignorancia del mundo y la misma desconexión.
Creo que estamos perdiendo la oportunidad de aprovechar el estímulo que significa la celebración del próximo bicentenario de la Independencia para pensar cuál debe ser la inserción de la Argentina en el mundo. En 2004-2005, una vez atravesada la emergencia, se daban las condiciones para empezar una discusión al respecto. Pero, al parecer, el Bicentenario tendrá una celebración vacía en términos de perspectivas, de visiones. Necesitamos superar esta inercia con algo que no sea simplemente hacer una y otra vez la recapitulación de nuestros males.
- Ciertas categorías de ubicación política se han ido desdibujado, pero cuando se habla de católicos –en rigor, una categoría religiosa–, el concepto puede prestarse a confusión dado que hay católicos peronistas, anti-peronistas, nacionalistas, liberales… ¿Cómo define usted al grupo católico argentino en categorías políticas?
- Cuando uno habla de católicos no hace referencia a los bautizados sino a los católicos en cuanto actores políticos. En el mundo católico percibo un segmento popular, y a veces populista, y otro más elaborado, complejo, intelectual. No creo que estos dos impulsos convivan tranquilamente en el catolicismo. Representan dos clases de actores: los primeros están más vinculados al movimiento social, y por lo tanto con posibilidades de entrar en comunicación más o menos fluida con el peronismo, que es lo que conecta al mundo popular. Los otros pertenecen a un catolicismo más intelectual, que en el pasado tenía dos versiones: la nacionalista y la liberal. Hoy diría que la nacionalista –con excelentes plumas, como la de Marcelo Sánchez Sorondo– ya ha prácticamente desaparecido. Mientras que la vertiente que busca reconciliar al catolicismo con el mundo moderno está más próxima al liberalismo. Veo más ligada a la militancia a la que tiene mayor comunicación con el mundo popular. Es la que representaría, por ejemplo, un Fortunato Mallimaci, a quien aprecio mucho.
- Si hoy es imposible decir que peronismo e izquierda son irreconciliables, en los años 60 y 70 hubo un matrimonio fallido, pero matrimonio al fin. Desde el punto de vista político, Juan Domingo Perón era un hombre de derecha, más amante del autoritarismo que de la democracia. ¿Por qué usted considera legítimo hablar de peronismo de izquierda?¿No se trata de una comedia de engaños?
-Dejando de lado lo que haya de comedia de engaños (que siempre hay), creo que la izquierda peronista tiene dos raíces: una externa y otra interna. Respecto de la primera, ya en los años iniciales de Perón, algunos círculos consideraban que el sindicalismo peronista constituía la base para un partido revolucionario. Detestaban muchas cosas, pero creían que –aunque de manera poco elaborada– el peronismo expresaba una aspiración de las masas de tipo nacional-revolucionario. Mario Amadeo detectó muy bien esto cuando habló de izquierda anti-liberal. Una izquierda que dice: “peronismo más nosotros”, es decir, le añade un plus de radicalidad a aquello que está dentro del peronismo. Está convencida –aquí aparece el elemento marxista– del papel mesiánico que la historia le confía a la clase obrera, al proletariado. Esta sería la raíz externa.
La interna diría que es posterior al ’55, y tiene una base juvenil que hace sus primeras experiencias de lucha contra la Revolución Libertadora, pero sobre todo contra Frondizi. Para este sector no es posible un esquema peronista sin Perón; por lo tanto no hay izquierda peronista sin Perón, la única pieza que no puede ser absorbida por el sistema. Por el contrario, para la raíz externa la cuestión de Perón era enteramente instrumental; más aún, al comienzo cree que Perón no va a volver, y se piensa a sí misma como heredera del radicalismo ideológico del movimiento peronista.
Juan José Hernández Arregui es el teórico del peronismo de izquierda. Y la divergencia que va a tener con Jorge Abelardo Ramos radica precisamente en la figura de Perón. Para Ramos el peronismo en ese momento sólo podía ser fiel a sí mismo yendo más allá de sí. Mientras que para Arregui sólo permaneciendo fiel a su origen y bajo la conducción de Perón, el peronismo podía cumplir su papel de movimiento de liberación. Así es como los montoneros se van a encontrar más próximos a Arregui que a otros teóricos de una izquierda cercana, pero no interna, al peronismo. En otra versión, tanto Rodolfo Puiggrós como Arregui van a pensar esto en términos de una dialéctica interna del peronismo, distante de una dialéctica externa con cuadros, grupos, que desde afuera traccione a las masas peronistas para darles una dirección revolucionaria.
-¿Y cómo juega la cuestión del autoritarismo en el peronismo?
- Ese es un tema ajeno a la familia peronista.
- ¿Y la división dentro de los católicos entre peronistas y anti-peronistas?
- La caída de Perón le crea un problema a los nacionalistas católicos aun después del desplazamiento de Lonardi. Ellos mismos son desplazados del equipo del gobierno. Y esto tiene que ver con el conflicto que acababa de tener Perón con la Iglesia, y que había arrojado a gran parte de los católicos a las filas de la oposición. Para éstos la reconciliación con Perón debía atravesar el difícil conflicto de la crisis con Roma. Este problema no existía para Puiggrós o para Ramos, que consideraban que la religión era finalmente una superestructura. Que Perón persiguiera a los curas en cierto momento podía significar una jacobinización del peronismo. Las primeras defensas de Perón surgen claramente desde esta izquierda. ¿Quiénes defienden al peronismo inmediatamente después de caído? Arturo Jauretche, Ramos, Puiggrós.
- Partiendo de la premisa de que la mediación de los partidos políticos es insoslayable en la democracia, ¿qué sucede cuando se pone todo el énfasis en la sociedad civil?
- La cuestión de los partidos tiene que ver con lo que se llama democracia de partidos. No todos entienden la democracia como democracia de partidos. La idea de una relación inmediata con el pueblo, sin que medien representantes o instituciones intermedias, forma parte de cierto imaginario democrático que podría autodenominarse “democracia radical”. Muchos movimientos sociales asumen que ese espacio les pertenece y que no es de los partidos. Piensan que el movimiento social debe absorberlo todo y que los políticos y los partidos quedan superados. Estamos hablando de ideas. En nuestro 2001-2002 los temas en las asambleas barriales eran muy repetitivos, nunca se iba más allá del “que se vayan todos”. Se hablaba de disconformidad, y traducían impulsos anárquicos de una sociedad que por momentos parecía rechazar toda instancia de mediación y representación. Su contraparte era la demanda de un amo, de un jefe que ponga límites a los impulsos desintegradores. El año 2002 no arrojó nada nuevo, pero afortunadamente no produjo lo peor; esto es, el descarrilamiento de la Argentina. Sin embargo, tampoco produjo el surgimiento de nuevas fuerzas políticas; de modo que terminó en reclamo de gobierno.
- ¿Se trata de un reclamo de instituciones o de personas?
- En principio es un reclamo de autoridad. Para una sociedad no hay nada más difícil de soportar que la incertidumbre. Llega un momento en que pide gobierno. Esta fue la demanda que explotó.
-¿Y qué futuro avizora?
En principio no estamos ante un precipicio. Tratando de pensar lo que pueda ocurrir –no lo que me gustaría que ocurriese–, sin proyectar aspiraciones, atendiendo a lo que ocurre efectivamente, diría que Néstor Kirchner ha contado con la gran ventaja de asumir con muy pocas expectativas depositadas en él. Pero había algo que estaba en el aire: que haya gobierno que gobierne. La administración de Fernando de la Rúa había producido una gran incertidumbre, porque no iba hacia ninguna parte. Un gobierno –sea conservador, liberal o socialista– tiene la obligación de dar certidumbre a sus gobernados. Se espera que no incremente las incertidumbres sino que las reduzca. Eso le dio a Kirchner dos años de crédito, en los que se mostró dispuesto a usar todos los enormes recursos del Ejecutivo.
- Muchos señalan que estamos ante una crisis terminal de los partidos tradicionales…
- Distingamos. Una cosa es Buenos Aires y otra el resto, el conjunto de la Argentina. Si uno sale del paisaje de Buenos Aires, encuentra que en el país hay partidos: el peronismo, el radicalismo y fuerzas locales. La constante impugnación de los partidos es un fenómeno porteño, multiplicado por los medios.
-¿Usted considera, entonces, la crisis del radicalismo y la compleja crisis del peronismo como una proyección porteña?
- Sería también exagerado afirmarlo, pero la percepción tiene su foco central en Buenos Aires. No se puede “leer” toda la Argentina desde el prisma de esta ciudad. Aquí el “fenómeno Macri” tal vez se consolide como una fuerza, pero habrá que ver a nivel nacional… Nadie puede afirmar hoy esa consolidación ni tampoco puede descartarla. Otro hecho que no ocurre, todavía al menos, es la presencia de una fuerza de centroizquierda. Es posible que esa crisis de los partidos dé paso a una recomposición. Pero difícilmente se pueda esperar la identificación que suscitaron los partidos históricos, porque acaso eso ya no sea posible dadas las características de la sociedad moderna. Me refiero a las fuertes identidades colectivas más propias de los siglos XIX y XX.
- Este gobierno se vio favorecido en lo económico por la coyuntura internacional…
- En este sentido Kirchner fue un presidente afortunado. Asumió con compromisos mínimos: por ejemplo, reactivar la producción. Ni siquiera el tema de los derechos humanos –independientemente de lo que él hizo o dejó de hacer en el pasado– formó parte de su campaña electoral. Como si fuera un presidente del Frepaso, al asumir inmediatamente lo hizo suyo, y neutralizó una zona sin mucho peso electoral pero sí de opinión. Un recurso político. Se movió muy rápidamente en el tema de la Corte, tema que estaba instalado en la opinión pública de la Capital Federal. Durante un tiempo fue un “presidente de opinión”. Su asignatura pendiente es la construcción de una fuerza política a partir de circunstancias favorables, como la coyuntura económica internacional.
2 comentarios:
el artículo tiene toda la actualidad que necesito para mi exámen de Historia. Gracias
me ha parecido sumamente esclarecedor, esa capacidad de análisis y de exposición en la dinámica de una entrevista, celebro el encuentro con Carlos Altamirano y ya anoto su bibliografía para mis "retiros de lectura".
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