En su pretendida respuesta del 20 de mayo pasado, Atilio Boron recurre al remanido recurso de caricaturizar mis palabras para insistir con su descalificación del actual gobierno y del anterior. Quienes puedan releer mi nota, publicada el 6 de mayo, lo podrán comprobar sin esfuerzo. Puede suponerse que podría seguir pendiente la discusión sobre si la relación de fuerzas debe evaluarse solamente desde las luchas sociales o, en cambio, debemos considerar las construcciones políticas y el reconocimiento de liderazgos. Por cierto que considero, cuando hablamos de política, a fuerza de ser redundante, que lo que cuenta es esto último. Al menos es lo que debe primar. Y desde allí, ¿qué duda cabe de que el saldo de 2001 y los meses que siguieron no encuentra nada que trascienda lo que el kirchnerismo ha venido a ofrecernos?
En mi nota destaco cómo el Gobierno actual se nutre del cuestionamiento que el movimiento social llevó a cabo contra el neoliberalismo y en favor a los derechos humanos. Todo lo cual no es poco, ni supone temas específicos. Han connotado la totalidad de nuestra escena política y abierto posibilidades insospechadas muy poco tiempo atrás. Lo que no oculta, por el contrario, lo mucho que queda pendiente. No tiene mucho sentido seguir desplegando el listado de las cosas que no se hacen por supuesta incompetencia, falta de voluntad o “limitaciones de clase”, tanto aquí como en otras coordenadas de nuestro continente. Dejemos de lado los errores inevitables y evaluaciones discutibles propias de un camino que se hace al andar. ¿No será un tanto más acorde con el pensamiento sistemático suponer que pesan otro tipo de razones que llevan a que nos planteemos las cosas de un modo distinto de lo que lo hacíamos en los ‘70? ¿No nos dice nada la implosión de la URSS o el nuevo curso seguido por China y Vietnam? Y difícilmente podamos decir, particularmente en el caso chino, que no se hayan ensayado a fondo todos los caminos concebibles. Siempre recuerdo una afirmación del dirigente del PRT Luis Matini, hace unos años. Con los programas de los ’70, si nos regalaran el poder, los militares no tendrían hoy que dar un golpe. Al mes, la gente nos sacaba corriendo de la Rosada.
No son situaciones muy diferentes las que deben atender Lula o Tabaré. Boron no nos brinda elementos de juicio que permitan suponer condiciones para ensayar algún tipo de socialismo en la periferia. ¿Acaso un nuevo eslabón débil, a la espera que se sume un país decisivo del “centro”? ¿Y quién haría las veces de lo que fuera Alemania en la apuesta de los bolcheviques? En su defecto, ¿un nuevo Vietnam, para recomponer el cerco periférico sobre el centro opulento? Improbable... Sin duda estamos en otro tiempo y nos tenemos que hacer cargo. Lo que hoy no podemos postergar es concebir un programa que permita buscar un curso para una “democracia avanzada” en nuestros países (la llamemos como la llamemos). Siempre supondrá un camino más corto hacia perspectivas más evolucionadas cuando las condiciones globales lo pongan a la orden del día.
Porque éste es un aspecto que no se puede evadir. O se persiste en la ilusión de reiterar los cursos que se suponían hasta los ’70 como ineludibles para concebir un nuevo poder, o repensamos la experiencia del siglo XX para abrir cursos más acordes con la construcción de bloques que procuren una nueva hegemonía. Este es el camino que vienen explorando todos los regímenes que han hecho causa común en América latina. Y si sus propios líderes insisten en requerirse y alentarse mutuamente, ¿a qué viene, y desde dónde, incentivar diferencias? Aun con errores, limitaciones y hallazgos, resulta impropio comparar a aquellos que deben confrontar con enemigos más endebles (las burguesías venezolanas, ecuatorianas y bolivianas lo son), o que cuentan con recursos estratégicos consistentes a favor, propios de circunstancias particulares (respaldo en las Fuerzas Armadas o de etnias con singular arraigo), respecto de quienes tienen que enfrentarse a bloques dominantes con muchos más recursos. Incluso así, lo que pasa en cada país es precario si no cuenta con el respaldo de sus vecinos.
Por eso debemos reiterar que la “relación de fuerzas” debe evaluarse en términos políticos. Tiene que suponer construcciones políticas como el MAS y el PT, o liderazgos como Lula o Chávez. Vale la pena recordar de dónde veníamos y no perder de vista que al caudal de las luchas populares, que Boron bien enumera, le siguieron las 5 candidaturas con posibilidades en 2003, en orden de llegada: Menem, Kirchner, López Murphy, Rodríguez Saá y Carrió. ¿No nos dice nada la abundancia de semejante oferta? En nuestro país no ha madurado nada que esté por encima de la propuesta de los Kirchner. No creo que Boron tenga expectativas en Carrió, Castells o De Angeli.
La relación de fuerzas la tenemos que evaluar desde las particularidades, y las disposiciones para sustentar rumbos y responder a contraofensivas con consistencia y perseverancia. Por cierto que hay que discernir para qué defender y fortalecer a este gobierno. No es porque supongamos que con la reorganización del PJ vamos a contar con un arma decisiva. Pero sí podemos darnos cuenta de que son pasos inteligentes dirigidos a convocar un bloque que sea más consistente que lo que hasta ahora tenemos, sin regalarles nada a los que ensayan construir una oposición con posibilidades. Es sabido que en la estrategia de los K se trata de un primer paso hacia algo más amplio y confiable. Hoy estamos frente a una ofensiva de la derecha que reclama de manera imperiosa un frente unido para enfrentarla. Y no todo tiene que venir de arriba. Desde esa prioridad, los balances y el señalamiento de los errores pueden ser fructíferos.
Que nos gustaría que lo existente diera para más, por cierto. Pero la realidad es testaruda y la pregunta que cabe es: ¿en qué referencia o experiencia nos basaríamos? ¿Dónde se puede encontrar esbozado el “bien” que con elocuencia Eduardo Grüner nos dice que no está disponible? La buena sociedad se construye en el compromiso para enfrentar las amenazas del presente. De nada sirven tampoco las invocaciones a un libre albedrío que jamás tuvo incidencia en ninguna realidad social, ni siquiera en una reunión de consorcio. Para quienes no nos ilusionamos con iluminaciones que supongan verdaderos mesías por venir, intentamos apuntalar lo que la realidad brinda.
Este gobierno tiene el enorme mérito, muy poco burgués, de abrir espacios para el desarrollo de experiencias y procesos de acumulación bastante diversos en el campo popular. En ese terreno podremos ensayar alternativas, siempre y cuando atendamos a no dilapidar estos espacios y establecer lazos con quienes participan de ellos con sentido de pertenencia al campo del pueblo, tomando distancia de quienes devienen en meros francotiradores. Así podremos contar con mejores condiciones para seguir avanzando. La realidad es como es, muy testaruda, y, en este contexto, hoy por hoy, para bien o para mal, a la izquierda de los K no hay nadie.
En cuanto al daño que puede producir la variante “francotirador”, de la pléyade de pretendientes a directores técnicos, en el campo de batalla de las ideas, en los medios y en los ámbitos pertinentes como las universidades y colegios, debemos decir que, lamentablemente, tienen una apreciable capacidad de generar duda, incertidumbre y desmovilización. Mal que nos pese, puede ser la diferencia entre seguir avanzando o una nueva derrota. El letargo en que se encuentran nuestras universidades, si bien tiene que ver con lo menguado de las fuerzas con las que hemos partido, también se explica por la gravitación de los agoreros de diverso cuño. Por suerte, pareciera que estamos recuperando la iniciativa y saliendo de la parálisis. La carta firmada por alrededor de mil quinientos creadores e intelectuales constituye un hecho inédito que alienta esperar un nuevo rumbo.
* Profesor titular de Política Latinoamericana (UBA).
En mi nota destaco cómo el Gobierno actual se nutre del cuestionamiento que el movimiento social llevó a cabo contra el neoliberalismo y en favor a los derechos humanos. Todo lo cual no es poco, ni supone temas específicos. Han connotado la totalidad de nuestra escena política y abierto posibilidades insospechadas muy poco tiempo atrás. Lo que no oculta, por el contrario, lo mucho que queda pendiente. No tiene mucho sentido seguir desplegando el listado de las cosas que no se hacen por supuesta incompetencia, falta de voluntad o “limitaciones de clase”, tanto aquí como en otras coordenadas de nuestro continente. Dejemos de lado los errores inevitables y evaluaciones discutibles propias de un camino que se hace al andar. ¿No será un tanto más acorde con el pensamiento sistemático suponer que pesan otro tipo de razones que llevan a que nos planteemos las cosas de un modo distinto de lo que lo hacíamos en los ‘70? ¿No nos dice nada la implosión de la URSS o el nuevo curso seguido por China y Vietnam? Y difícilmente podamos decir, particularmente en el caso chino, que no se hayan ensayado a fondo todos los caminos concebibles. Siempre recuerdo una afirmación del dirigente del PRT Luis Matini, hace unos años. Con los programas de los ’70, si nos regalaran el poder, los militares no tendrían hoy que dar un golpe. Al mes, la gente nos sacaba corriendo de la Rosada.
No son situaciones muy diferentes las que deben atender Lula o Tabaré. Boron no nos brinda elementos de juicio que permitan suponer condiciones para ensayar algún tipo de socialismo en la periferia. ¿Acaso un nuevo eslabón débil, a la espera que se sume un país decisivo del “centro”? ¿Y quién haría las veces de lo que fuera Alemania en la apuesta de los bolcheviques? En su defecto, ¿un nuevo Vietnam, para recomponer el cerco periférico sobre el centro opulento? Improbable... Sin duda estamos en otro tiempo y nos tenemos que hacer cargo. Lo que hoy no podemos postergar es concebir un programa que permita buscar un curso para una “democracia avanzada” en nuestros países (la llamemos como la llamemos). Siempre supondrá un camino más corto hacia perspectivas más evolucionadas cuando las condiciones globales lo pongan a la orden del día.
Porque éste es un aspecto que no se puede evadir. O se persiste en la ilusión de reiterar los cursos que se suponían hasta los ’70 como ineludibles para concebir un nuevo poder, o repensamos la experiencia del siglo XX para abrir cursos más acordes con la construcción de bloques que procuren una nueva hegemonía. Este es el camino que vienen explorando todos los regímenes que han hecho causa común en América latina. Y si sus propios líderes insisten en requerirse y alentarse mutuamente, ¿a qué viene, y desde dónde, incentivar diferencias? Aun con errores, limitaciones y hallazgos, resulta impropio comparar a aquellos que deben confrontar con enemigos más endebles (las burguesías venezolanas, ecuatorianas y bolivianas lo son), o que cuentan con recursos estratégicos consistentes a favor, propios de circunstancias particulares (respaldo en las Fuerzas Armadas o de etnias con singular arraigo), respecto de quienes tienen que enfrentarse a bloques dominantes con muchos más recursos. Incluso así, lo que pasa en cada país es precario si no cuenta con el respaldo de sus vecinos.
Por eso debemos reiterar que la “relación de fuerzas” debe evaluarse en términos políticos. Tiene que suponer construcciones políticas como el MAS y el PT, o liderazgos como Lula o Chávez. Vale la pena recordar de dónde veníamos y no perder de vista que al caudal de las luchas populares, que Boron bien enumera, le siguieron las 5 candidaturas con posibilidades en 2003, en orden de llegada: Menem, Kirchner, López Murphy, Rodríguez Saá y Carrió. ¿No nos dice nada la abundancia de semejante oferta? En nuestro país no ha madurado nada que esté por encima de la propuesta de los Kirchner. No creo que Boron tenga expectativas en Carrió, Castells o De Angeli.
La relación de fuerzas la tenemos que evaluar desde las particularidades, y las disposiciones para sustentar rumbos y responder a contraofensivas con consistencia y perseverancia. Por cierto que hay que discernir para qué defender y fortalecer a este gobierno. No es porque supongamos que con la reorganización del PJ vamos a contar con un arma decisiva. Pero sí podemos darnos cuenta de que son pasos inteligentes dirigidos a convocar un bloque que sea más consistente que lo que hasta ahora tenemos, sin regalarles nada a los que ensayan construir una oposición con posibilidades. Es sabido que en la estrategia de los K se trata de un primer paso hacia algo más amplio y confiable. Hoy estamos frente a una ofensiva de la derecha que reclama de manera imperiosa un frente unido para enfrentarla. Y no todo tiene que venir de arriba. Desde esa prioridad, los balances y el señalamiento de los errores pueden ser fructíferos.
Que nos gustaría que lo existente diera para más, por cierto. Pero la realidad es testaruda y la pregunta que cabe es: ¿en qué referencia o experiencia nos basaríamos? ¿Dónde se puede encontrar esbozado el “bien” que con elocuencia Eduardo Grüner nos dice que no está disponible? La buena sociedad se construye en el compromiso para enfrentar las amenazas del presente. De nada sirven tampoco las invocaciones a un libre albedrío que jamás tuvo incidencia en ninguna realidad social, ni siquiera en una reunión de consorcio. Para quienes no nos ilusionamos con iluminaciones que supongan verdaderos mesías por venir, intentamos apuntalar lo que la realidad brinda.
Este gobierno tiene el enorme mérito, muy poco burgués, de abrir espacios para el desarrollo de experiencias y procesos de acumulación bastante diversos en el campo popular. En ese terreno podremos ensayar alternativas, siempre y cuando atendamos a no dilapidar estos espacios y establecer lazos con quienes participan de ellos con sentido de pertenencia al campo del pueblo, tomando distancia de quienes devienen en meros francotiradores. Así podremos contar con mejores condiciones para seguir avanzando. La realidad es como es, muy testaruda, y, en este contexto, hoy por hoy, para bien o para mal, a la izquierda de los K no hay nadie.
En cuanto al daño que puede producir la variante “francotirador”, de la pléyade de pretendientes a directores técnicos, en el campo de batalla de las ideas, en los medios y en los ámbitos pertinentes como las universidades y colegios, debemos decir que, lamentablemente, tienen una apreciable capacidad de generar duda, incertidumbre y desmovilización. Mal que nos pese, puede ser la diferencia entre seguir avanzando o una nueva derrota. El letargo en que se encuentran nuestras universidades, si bien tiene que ver con lo menguado de las fuerzas con las que hemos partido, también se explica por la gravitación de los agoreros de diverso cuño. Por suerte, pareciera que estamos recuperando la iniciativa y saliendo de la parálisis. La carta firmada por alrededor de mil quinientos creadores e intelectuales constituye un hecho inédito que alienta esperar un nuevo rumbo.
* Profesor titular de Política Latinoamericana (UBA).
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