jueves, 3 de diciembre de 2009

La Batalla de Ayacucho: UNIDAD, INDEPENDENCIA Y VICTORIA (Fernando Ramón Bossi)

En la mañana del 9 de diciembre de 1824, en la Pampa de la Quinua, dos ejércitos se preparan para la batalla. Dos ejércitos frente a frente. Dos ejércitos y también dos proyectos: uno cargado de futuro, justicia y ansias de libertad; el otro, sólo con el peso infame de 300 años de soberbia, rapiña y ultraje. Son, de un lado, 5780 patriotas y una pieza de artillería, del otro, 9310 soldados con once cañones. Desde las alturas del Condorcanqui el Estado Mayor realista observa las maniobras de los patriotas. Allí están De la Serna, Canterac, Villalobos, Valdés, Monet, Feráz, el "Carnicero" Carratalá, García Camba y otros. Cuenta este último, en sus memorias, que al divisar a las tropas patriotas, con sus casacas oscuras y sin el brillo de los escuadrones realistas, algún generales español exclamó: "¡parecen monjes!, no podemos perder contra esas tropas". Caro iba a pagar el comentario.

En la Sabaneta, a poca distancia del Condorcanqui, el general Antonio José de Sucre preparaba su estrategia: cuatro batallones en el ala derecha, el "Bogotá", "Voltígeros", "Pichincha" y "Caracas" al mando de Córdoba. En el ala izquierda La Mar al frente de otros cuatro batallones, el "Primero", "Segundo", "Tercero" y la "Legión Peruana". En el centro dos regimientos encabezados por Miller, los Granaderos y los Húsares de Colombia. La reserva, al mando de Lara, con tres batallones, "Rifles", "Vargas" y "Vencedores", y la única pieza de artillería.

"De los esfuerzos de hoy, depende la suerte de la América del Sur. Otro día de gloria va a coronar vuestra admirable constancia, ¡Soldados!, ¡viva el Libertador!, ¡Viva Bolívar, el Libertador de Perú!", decía arengando a las fuerzas patriotas el General Sucre. La suerte estaba echada.

El general Jerónimo Valdéz inició el ataque contra el ala izquierda de La Mar. Inmediatamente los generales Antonio Monet y Alejandro González Villalobos arremetieron contra la divisiones del centro y derecha de Sucre. Pero allí estaba Córdoba y la reserva de Lara. "¡División! ¡De frente! ¡Armas a discreción y a paso de vencedores!", fue la famosa frase de Córdoba con que ordenó la carga victoriosa. Mucho menos homérica, pero propia de un hombre hijo de los llanos fue la arenga de Lara: "¡Zambos del carajo! ¡Al frente están los godos puñeteros! El que manda la batalla es Antonio José de Sucre, que como ustedes saben, no es ningún cabrón, Conque así, apretarse los cojones y... ¡a ellos!". La victoria fue completa. La pampa de Ayacucho, en quechua "Rincón de los Muertos" hizo gala de su nombre para las tropas españolas. Lo primero que hace Sucre, luego de concluida la batalla es pensar en su jefe Simón Bolívar y, apresurado, le escribe desde el mismo campo de combate: "... los últimos restos del poder español en América han expirado en este campo afortunado....".

Decía el patriota puertorriqueño Pedro Eugenio de Hostos: "Ayacucho no es el esfuerzo de un solo pueblo; es el esfuerzo de todos los pueblos meridionales del Continente; no es el resultado de una lucha parcial, es el resultado de una lucha general; no es la victoria de un solo ejército, es la victoria de todos los ejércitos sudamericanos; no es el triunfo militar de un solo capitán, es el triunfo intelectual de todos los grandes capitanes, desde la fantasía fascinadora que se llamó Bolívar hasta la conciencia impasible que se llamó San Martín; no es el campo de batalla de peruanos y españoles, es el campo de batalla de América y España; no es la colisión de dos contrarios, es la última colisión de un porvenir contra otro porvenir; no es la batalla de una guerra, es la batalla decisiva de una lucha secular".

¿Qué proyectos se enfrentaron en Ayacucho? Uno, el de la continuidad del antiguo régimen, el proyecto del colonialismo; el otro, el proyecto bolivariano de la Patria Grande. Venezolanos, neogranadinos, ecuatorianos, rioplatenses, chilenos, guaraníes, peruanos y altoperuanos combatimos juntos contra el poder colonial más temible de la época. Y lo derrotamos. La fórmula: la unidad; el objetivo: la independencia; el resultado: ¡la victoria!

Hoy, a casi 180 años de la gloriosa batalla, los pueblos de América Latina y el Caribe debemos incorporar las lecciones de Ayacucho. El gran proyecto bolivariano de aquellos tiempos no prosperó, los egoístas intereses de las oligarquías nativas más la acción disgregadora de los imperialismos de turno hicieron imposible cristalizar los sueños del Libertador. Veintitantas repúblicas nacieron así como consecuencia de los intereses de las minorías privilegiadas. La dependencia, la miseria, el hambre y demás calamidades que produce la pobreza y la opresión se abrieron paso con la Patria dividida. Se pretendió apagar la llama de Ayacucho. Los colonialistas de hoy y esas mismas oligarquías pretenden ahora seguir dominándonos, con las mismas armas de ayer y con otras más sofisticadas.

Pero América Latina y el Caribe arremeten nuevamente. Los pueblos oprimidos han comenzado a caminar nuevamente ¡A paso de vencedores! Los ¡zambos del carajo! de Venezuela ya tienen su presidente llanero, patriota y revolucionario. Los brasileños y argentinos se aprestan dispuestos a los próximos combates. El pueblo boliviano está movilizado y ya le ha causado severas derrotas al proyecto neoliberal. Cuba siempre alumbrando con dignidad y resistencia. La propuesta anexionista del nuevo colonialismo, el ALCA, sufre la embestida de los pueblos que se niegan a quedar sujetos a mayor sometimiento. La propuesta integradora con soberanía, el ALBA, irrumpe con la decisión de quien llega para quedarse. Vientos de unidad e independencia soplan por la América meridional. Nuevos triunfos se avecinan en El Salvador, Uruguay y Panamá. Colombia ya le dijo no a las pretensiones del fascismo. La espada de Bolívar camina por América Latina.

El año próximo celebraremos el 180 aniversario de la Batalla de Ayacucho. El Congreso Bolivariano de los Pueblos, organización que reúne a las más importantes fuerzas patrióticas, democráticas y revolucionarias de América Latina y el Caribe se pronunció categóricamente: el año 2004, en homenaje a la Batalla de Ayacucho, será el Año de la Lucha por la Unidad de Nuestra América.

Ese es el gran desafío de América Latina y el Caribe: la unidad para alcanzar la definitiva independencia y la victoria. Ayacucho es la fuente de donde nuestros pueblos deberán beber y empaparse:

¿Qué nos enseña Ayacucho?

A los patriotas: La "Patria es la América", señalaba el Libertador Simón Bolívar. Sin unidad no habrá salida para ninguno de nuestros países. "Nos unimos o nos hundimos", ha dicho en varias oportunidades el Presidente venezolano Hugo Chávez. Hoy, como ayer, no hay espacios para "patrias chicas", ni para repúblicas invertebradas. El patriotismo en la actualidad se debe entender a la luz de Ayacucho, como patriotismo latinoamericano caribeño.

A los revolucionarios: Sólo en la unidad de las fuerzas sociales progresista está la clave de la victoria. El frente popular de aquella época estaba constituido en el Ejército Libertador, y éste representaba los intereses de las grandes mayorías del pueblo. Hoy, el frente popular se presenta en los movimientos políticos y sociales que se oponen al neoliberalismo, en todos los sectores y las clases perjudicadas por el modelo de entrega y opresión que sólo tendrán perspectiva de progreso en el marco de países soberanos, con justicia social y democracia participativa. Es por eso que las fuerzas revolucionarias actuales deberán bregar por un amplio frente nacional, patriótico y democrático que acumule las fuerzas necesarias para enfrentar con éxito a las poderosas fuerzas de los sectores antipopulares y antinacionales.

A los jóvenes: En ellos está la responsabilidad de las futuras victorias. El Estado Mayor del ejército libertador de Ayacucho estaba constituido mayoritariamente por jóvenes. Sucre tenía 29 años, Córdoba 25 años, Miller 29 años, Silva 32 años, Suárez, 34. En la juventud actual, sin compromisos con las viejas clases dirigentes, de cara a un futuro de paz y dignidad, está la reserva fundamental del proyecto libertador.

A las mujeres: El infatigable mensaje de valor y heroísmo de Manuela Sáenz, quien en Ayacucho ganó su grado de Coronela por haber peleado de igual a igual contra el opresor.

A los pueblos: Siempre en la unidad y únicamente en la unidad se podrá derrotar a cualquier enemigo, por poderoso que sea, que pretenda sojuzgarlo. Ayacucho nos enseña que los mismos indios, criollos, negros, mulatos, hombres y mujeres, en igualdad de condiciones y con la firmeza en la decisión de ser libres, que derrotaron al más poderoso imperio de su época, podrán hoy hacer lo mismo con el imperialismo que nos somete. "Luego de Dios, no hay nada en el mundo que tenga más fuerza que un pueblo unido", reza una pintada popular en las calles de Caracas.

"Ayacucho es, pues, más que una gloria de estos pueblos, más que un servicio hecho al progreso, más que un hecho resultante de otros hechos, más que un derecho conquistado, más que una promesa hecha a la historia y a los contemporáneos de que los vencedores en el campo de batalla eran la civilización contra el quietismo, la justicia contra la fuerza, la libertad contra la tiranía, la república contra la monarquía; Ayacucho es un compromiso contraído por toda la América que dejó de ser española en aquel día", decía el patriota Eugenio de Hostos en 1870. Y creemos que ese compromiso asumido en Ayacucho merece hacerse realidad.

Ya aparece un organización, un instrumento para ejecutar ese compromiso, el Congreso Bolivariano de los Pueblos, y ya asoma el borrador de un programa para efectivizarlo: el ALBA, Alternativa Bolivariana para América Latina. ¿Qué más necesitamos para constituirnos en una gran nación libre e independiente? Aquellas banderas desplegadas en Ayacucho: UNIDAD, INDEPENDENCIA Y VICTORIA.

Marchemos, como hace 180 años, ¡A paso de vencedores!

"Fue apóstol, vivió como héroe y murió como mártir" (Roberto Bardini)

Faltaban 11 días para Navidad. A la orden de "¡fuego!", un pelotón de fusilamiento unitario acribilló de ocho tiros en el pecho al coronel federal Manuel Dorrego, ex gobernador de Buenos Aires. Había sido estudiante de leyes, militar indisciplinado en los cuarteles pero valiente en el campo de batalla, apasionado político y patriota hasta los huesos. Fue una víctima más del crónico desencuentro entre argentinos.

Dorrego nació el 11 de junio de 1787 en Buenos Aires. Fue el menor de cinco hermanos, hijos del rico comerciante portugués José Antonio de Dorrego y la argentina María de la Ascensión Salas. En 1803, a los 15 años, ingresó en el Real Colegio de San Carlos y a inicios de 1810 comenzó a estudiar Derecho en la Universidad de San Felipe, en Santiago de Chile. Pronto abandonó las aulas y se unió al movimiento independentista chileno. Exaltado, cambió el traje civil y los libros por el uniforme y las armas. En la milicia del país andino ganó las tres estrellas de capitán al sofocar un movimiento contrarrevolucionario. Tenía 23 años.

Antes de concluir 1810, Dorrego regresa a Buenos Aires y con el grado de mayor se une a las fuerzas armadas encabezadas por Cornelio Saavedra rumbo al norte. En el combate de Cochabamba sufre dos heridas y gana el ascenso a teniente coronel. Más tarde, bajo las órdenes de Manuel Belgrano, lucha en Tucumán (24 de septiembre de 1812) y Salta (20 de febrero de 1813). El ejército de Belgrano marcha hacia Potosí sin Dorrego: se queda en la retaguardia, arrestado por indisciplina. Eso le evita las derrotas de Vilcapugio (1º de octubre de 1813) y Ayohuma (14 de noviembre de 1813), y quizá la muerte en servicio.

El payador uruguayo José Curbelo lo recuerda así:
Argentino, Americano
En la idea y en los hechos
Impulsivo y corajudo
En los embates guerreros
Recibió sendas heridas
En Sansana y Nazareno
Y le pidió a sus soldados
Para seguir combatiendo
Lo alzaran sobre el caballo
Así fue Manuel Dorrego

A pesar de todo, ese mismo agitado año, Dorrego asciende a coronel y encabeza la creación de milicias gauchas. Apenas ha cumplido 26 años. Los momentos de inacción, sin embargo, lo descontrolan. El inflexible general José de San Martín ordena su confinamiento por nuevas actitudes de indisciplina y en mayo de 1814 es trasladado a Buenos Aires. Allí se pone a las órdenes del general Carlos María de Alvear.

Temperamental en todo
Bromista en los campamentos
Pudo hasta indisciplinarse
Pero puesto en el gobierno
Supo muy bien dónde iba
En defensa de su pueblo
Ni emperador del Brasil
Ni centralismo porteño
Entreveraron las huellas
Que marcó Manuel Dorrego

Alvear le propone al caudillo oriental, José Gervasio Artigas (1764-1850) la independencia de la Banda Oriental a cambio de que retire su influencia de las provincias del litoral. Artigas había dirigido la insurrección de los orientales contra las autoridades españolas en el llamado Grito de Asencio y fue proclamado por sus compatriotas como Primer Jefe de los Orientales. El 20 de enero de 1814, abandonó el sitio de Montevideo -cuyo mando comenzó a monopolizar José Rondeau- y apoyó los pronunciamientos de los paisanos de Entre Ríos y Corrientes. El líder rioplatense rechaza el ofrecimiento de Alvear. Dorrego parte a enfrentarse con el rebelde, con quien -paradójicamente- tiene ideas bastante cercanas. El militar derrota al artiguista Fernando Otorgués en las cercanías del arroyo Marmarajá (6 de octubre de 1814), pero es vencido por Fructuoso Rivera en Guayabos (10 de enero de 1815).

Cada vez que algún retazo
Perteneciente a este suelo
De las Provincias Unidas
Anduvo corriendo un riesgo
Se alzó con su voz valiente
Reclamando ese derecho
Y por la soberanía
Él supo jugarse entero
Así cruzó por la vida
Luchando Manuel Dorrego

Joseph Conrad, autor de novelas marineras, escribe en el cuento La Laguna (1898): "Un hombre no debe hablar sino del amor o la guerra. Tú sabes qué es la guerra y en la hora del peligro me has visto lanzarme en busca de la muerte como tantos otros en busca de la vida". Amor y guerra, muerte y vida: estas palabras pueden aplicarse a la trayectoria de Dorrego, quien a su regreso a Buenos Aires, en 1815, se casa con Angela Baudrix. De la unión nacieron dos hijas: Isabel en 1816 y Angelita en 1821.

El impetuoso Dorrego se lanza a la lucha política. Se declara partidario de un gobierno federativo y fomenta la autonomía de Buenos Aires. Con Manuel Moreno y otros patriotas se opone a Juan Martín de Pueyrredón, Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Finalmente, para no participar en el enfrentamiento civil, solicita que su regimiento se una al ejército que San Martín prepara en Mendoza para la Campaña de los Andes. No alcanza a partir: el 15 de noviembre de 1816, Pueyrredón ordena su destierro. Lo embarcan y recién al tercer día de viaje se entera que su destino es el puerto de Baltimore, en Estados Unidos.

El 9 de julio de 1819, Pueyrredón renuncia y es reemplazado por el general José Rondeau. Dorrego regresa a Buenos Aires al año siguiente. Recupera su grado de coronel, obtiene el mando militar de Buenos Aires y es designado temporalmente gobernador interino. Presenta su candidatura a gobernador en la provincia pero es derrotado por Martín Rodríguez. Con caballerosidad, hace reconocer por sus tropas el triunfo de su adversario. Pero el hecho de estar en la oposición hace que el gobierno lo destierre en Mendoza. Una mejor idea hubiera sido darle el mando de un regimiento y ordenarle combatir. La inactividad o el ostracismo no son buenos para Dorrego: huye a Montevideo.

[Nota al margen: además de los problemas políticos internos de las Provincias Unidas, desde septiembre de 1816 existía la amenaza militar externa de los portugueses en la Banda Oriental. Las autoridades nacionales no procedían con la energía necesaria para expulsarlos. Artigas, el principal perjudicado, culpaba con razón a las autoridades de Buenos Aires por la falta de respaldo. Algunos historiadores sostienen que se debería reconocer que el caudillo oriental procedió como "un auténtico patriota argentino" hasta su derrota en 1820.]

Por una América Unida
Compartía el alto sueño
Que tuvo Simón Bolívar
Desencontrado en el tiempo
Por intereses extraños
Ajenos al sentimiento
De los hombres que lucharon
Y que hasta su sangre dieron
A veces incomprendidos
Como fue Manuel Dorrego

Dorrego regresa a Buenos Aires -junto con exiliados como Carlos María de Alvear, Manuel de Sarratea y Miguel Estanislao Soler- gracias a la Ley del Olvido (noviembre de 1821). En 1823, fue electo representante ante la Junta de Gobierno y desde su periódico El Argentino respaldó las ideas federalistas, en oposición al gobierno de Bernardino Rivadavia, lo cual le hizo ganar prestigio en las provincias. En 1825, se entrevistó con Simón Bolívar, a quien consideró el único capaz de contener los planes expansionistas del Imperio de Brasil.

El militar convertido en político resulta elegido representante por Santiago del Estero en el Congreso Nacional. Cuando se discute la Constitución de 1826 se destaca en los debates sobre la forma de gobierno y el derecho al sufragio. Desde el periódico El Tribuno continúa atacando la posición centralista de Rivadavia, lo que aumenta su prestigio en las provincias.

Al referirse a la constitución rivadaviana de ese año, Dorrego afirma: "Forja una aristocracia, la más terrible porque es la aristocracia del dinero. Échese la vista sobre nuestro país pobre, véase qué proporción hay entre domésticos asalariados y jornaleros y las demás clases del Estado (...). Entonces sí que sería fácil influir en las elecciones, porque no es fácil influir en la generalidad de la masa, pero sí en una corta porción de capitalistas; y en ese caso, hablemos claro, el que formaría la elección sería el Banco, porque apenas hay comerciantes que no tengan giro con el Banco, y entonces sería el Banco el que ganaría las elecciones, porque él tiene relación en todas las provincias".



Allá por el veintiséis
Diputado en el Congreso
Defendía el derecho cívico
De los empleados a sueldo
Excluidos de votar
Con el absurdo pretexto
Que el depender de un patrón
Ataría su pensamiento
En defensa del humilde
Se alzó el verbo de Dorrego

Acosado, Rivadavia renuncia a la presidencia. Vicente López es designado mandatario provisional. En agosto de 1827, Dorrego es electo gobernador de la provincia de Buenos Aires. Pero ante el tratado de paz firmado con Brasil, los unitarios ven la posibilidad de recuperar el poder aprovechando el descontento de los jefes militares de regreso. Ex compañeros de exilio, como Soler y Alvear, junto con los generales Martín Rodríguez, Juan Lavalle y José María Paz comienzan a conspirar para derrocar al gobierno federal.

El 1° de diciembre de 1828, Lavalle ocupa Buenos Aires con sus tropas. Dorrego se dirige al sur de la provincia y le pide apoyo a Juan Manuel de Rosas, entonces comandante de campaña. Rosas le aconseja que vaya a Santa Fe y le solicite respaldo a Estanislao López, pero Dorrego decide enfrentar a Lavalle. Las fuerzas de uno y otro se chocan en Navarro. El gobernador cae prisionero y el vencedor ordena, sin ninguna grandeza, que muera fusilado el 13 de diciembre. La decisión estremece a la capital y las provincias.

Del veintisiete al veintiocho
En su gestión de gobierno
Propulsó el federalismo
Que siempre fuera su credo
Y cayó buscando luz
Entre las sombras envuelto
No pudo montar de vuelta
Como lo hizo en Nazareno
Y en un trece de diciembre
Se apagó Manuel Dorrego

El valiente general unitario Gregorio Aráoz de Lamadrid, un tucumano que peleó la guerra de independencia y en las luchas que siguieron en Vilcapugio, Ayohuma y Sipe Sipe, permanece junto a su ex camarada Dorrego hasta el abrazo final. A él le entrega el condenado cartas para su mujer y las dos hijas. A la esposa le escribe: "Mi querida Angelita: En este momento me intiman que dentro de una hora debo morir. Ignoro por qué; mas la Providencia divina, en la cual confío en este momento crítico, así lo ha querido. Perdono a todos mis enemigos y suplico a mis amigos que no den paso alguno en desagravio de lo recibido por mí. Mi vida: educa a esas amables criaturas. Sé feliz, ya que no lo has podido ser en compañía del desgraciado Manuel Dorrego". Tiene 41 años.

Aráoz de Lamadrid es un oficial curtido que combatió en Tucumán, Córdoba, San Juan y Mendoza. También conoció el exilio en Bolivia y Chile. Dorrego le pide al compadre su chaqueta para morir y le solicita que le entregue a su esposa Ángela la que él lleva puesta. El duro Aráoz se "quiebra" ante la entereza de su amigo-adversario y llora frente a la tropa como un adolescente.
Navarro, diciembre 13 de 1828

Sr. Ministro:

Participo al Gobierno Delegado que el Coronel Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división. La historia, señor Ministro, juzgará imparcialmente si el Coronel Dorrego ha debido o no morir. Si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera persuadirse el pueblo de Buenos Aires que la muerte del coronel Dorrego es el sacrificio mayor que puedo hacer en su obsequio.

Saludo al señor Ministro con toda atención.
Juan Lavalle

Allí en la Estancia de Almeida

Se ordenó el fusilamiento
Con un pañuelo amarillo
Sus ojos enceguecieron
Cuando el padre Juan José
Lo acompañaba en silencio
Sonaron ocho disparos
Y quedó escrito en un pliego
Besos para esposa e hija
Que Dios proteja mi suelo
Ahorren sangre de venganza
Firmao' Manuel Dorrego

Ángela Baudrix, la viuda, queda en la miseria. Sus hijas tienen seis y 12 años de edad. Tiempo después se ven obligadas a trabajar de costureras en el taller de Simón Pereyra, un proveedor de uniformes para el ejército y especulador en la compra-venta de tierras. [Nota al margen: en una de sus extensas propiedades, ubicada en El Palomar, en 1925 se inició la construcción del Colegio Militar de la Nación, del que egresarían varios discípulos de Lavalle. Un general Aramburu, por ejemplo, fusilador de un general Valle.]

Juan Lavalle nació en Buenos Aires el 17 de octubre de 1797. Desde los 14 años hasta su muerte, a los 44, su vida estuvo consagrada a las armas. Al mando de Dorrego, luchó contra Artigas y combatió en la batalla de Guayabos. El escritor Esteban Echeverría (1805-1851), autor de El Matadero y La Cautiva, que también era unitario, lo describió como "una espada sin cabeza".

En cambio, el periodista e historiador José Manuel de Estrada (1842-1894), considerado uno de los más lúcidos intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX, escribió un homenaje a Manuel Dorrego que puede considerarse un conmovedor epitafio:

"Fue un apóstol y no de los que se alzan en medio de la prosperidad y de las garantías, sino apóstol de las tremendas crisis. Pisó la verde campiña convertida en cadalso, enseñando a sus conciudadanos la clemencia y la fraternidad, y dejando a sus sacrificadores el perdón, en un día de verano ardiente como su alma, y sobre el cual la noche comenzaba a echar su velo de tinieblas, como iba a arrojar sobre él la muerte su velo de misterio. Se dejó matar con la dulzura de un niño, él que había tenido dentro del pecho todos los volcanes de la pasión. Supo vivir como los héroes y morir como los mártires".