lunes, 29 de septiembre de 2008

ALBERTO MOLINA-MARIA VICTORIA WALSH-EDUARDO CORONEL-ISMAEL SALAME-JOSE BELTRAN

29 de setiembre: "Combate de la calle Corro". Mueren emboscados por la infantería, un tanque y un helicóptero todos los integrantes del Secretariado Nacional montonero: Alberto "Tito" Molina, María Victoria "Vicky" Walsh, Ismael "Turco" Salame, Eduardo "Tucu" Coronel, Jose "Carlitos" Beltrán. Resisten durante varias horas y logran romper el cerco extendiendose los combates a los alrededores. A los pocos días de ocurrido y estando aún la casa semidestruida bajo custodia militar, un grupo de milicianos pintó en el frente de la casa aún humeante del combate: "Aquí murieron cinco héroes montoneros".

Fue un hecho de gran trascendencia que inclusive ocupó páginas enteras de los principales diarios del país.

Los detalles de lo acontecido surgen del texto de la carta que Rodolfo Walsh, padre de Victoria -Vicki- envió a sus amigos. Y si bien el relato se centra en ella, en el mismo se puede apreciar el rol jugado por el resto de sus compañeros. Todos ellos eran militantes Montoneros, estaban efectuando una reunión de su organización y se asumieron como tales desde el primer momento en que se entabló el combate y todos murieron en las diversas alternativas del mismo.


CARTA A MIS AMIGOS
RODOLFO WALSH

Hoy se cumplen tres meses de la muerte de mi hija María Victoria, después de un combate con las fuerzas del Ejército. Sé que la mayoría de aquellos que la conocieron la lloraron. Otros, que han sido mis amigos o me han conocido de lejos, hubieran querido hacerme llegar una voz de consuelo. Me dirijo a ellos para agradecerles, pero también para explicarles cómo murió Vicky y por qué murió.

El comunicado del Ejército que publicaron los diarios no difiere demasiado, en esta oportunidad, de los hechos. Efectivamente, Vicky era Oficial 2º de la Organización Montoneros, responsable de la prensa sindical, y su nombre de guerra era Hilda. Efectivamente estaba reunida ese día con cuatro miembros de la Secretaría Política que combatieron y murieron con ella.

La forma en que ingresó a Montoneros no la conozco en detalle. A la edad de 22 años, edad de su probable ingreso, se distinguía por sus decisiones firmes y claras. Por esta época comenzó a trabajar en el diario La Opinión y en un tiempo muy breve se convirtió en periodista. El periodismo en sí no le interesaba. Sus compañeros la eligieron delegada sindical. Como tal debió enfrentar en un conflicto difícil al director del diario, Jacobo Timerman, a quien despreciaba profundamente. El conflicto se perdió y cuando Timerman empezó a denunciar como guerrilleros a sus propios periodistas, ella pidió licencia y no volvió más.

Fue a militar a una villa miseria. Era su primer contacto con la pobreza extrema en cuyo nombre combatía. Salió de esa experiencia convertida a un ascetismo que impresionaba. Su primer marido, Emiliano Costa, fue detenido a principios de 1975 y no lo vio más. La hija de ambos nació poco después. El último año de mi hija fue muy duro. El sentido del deber la llevó a relegar toda gratificación individual, a empeñarse mucho más allá de sus fuerzas físicas. Como tantos muchachos que repentinamente se volvieron adultos, anduvo a los saltos, huyendo de casa en casa. No se quejaba, sólo su sonrisa se volvía un poco más desvaída. En las últimas semanas varios de sus compañeros fueron muertos; no pudo detenerse a llorarlos. La embargaba una terrible urgencia por crear medios de comunicación en el frente sindical, que era su responsabilidad. Nos veíamos una vez por semana; cada quince días. Eran entrevistas cortas, caminando por la calle, quizás diez minutos en el banco de una plaza. Hacíamos planes para vivir juntos, para tener una casa donde hablar, recordar, estar juntos en silencio. Presentíamos, sin embargo, que eso no iba a ocurrir, que uno de esos fugaces encuentros iba a ser el último, y nos despedíamos simulando valor, consolándonos de la anticipada pérdida.

Mi hija estaba dispuesta a no entregarse con vida. Era una decisión madurada, razonada. Conocía, por infinidad de testimonios el trato que dispensan militares y marinos a quienes tienen la desgracia de caer prisioneros; el despellejamiento en vida, la mutilación demiembros, la tortura sin límites en el tiempo ni en el método, que procura al mismo tiempo la degradación moral y la delación. Sabía perfectamente que en una guerra de esas características, el pecado no era hablar, sino caer. Llevaba siempre encima una pastilla de cianuro -la misma con que se mató nuestro amigo Paco Urondo- con la que tantos otros han pbtenido una última victoria sobre la barbarie.

El 28 de septiembre, cuando entró en la casa de la calle Corro, cumplía 26 años. Llevaba en brazos a su hija porque a último momento no encontró con quien dejarla. Se acostó con ella, en camisón. Usaba unos absurdos camisones blancos que siempre le quedaban grandes.

A las 7 del 29 la despertaron los altavoces del Ejército, los primeros tiros. Siguiendo el plan de defensa acordado, subió a la terraza con el Secretario Político Molina, mientras Coronel, Salame y Beltrán respondían al fuego desde la planta baja. He visto la escena con sus ojos: la terraza sobre las casas bajas, el cielo amaneciendo, y el cerco. El cerco de 150 hombres, los FAP emplazados, el tanque. Me ha llegado el testimonio de uno de esos hombres, un conscripto.

"El combate duró más de una hora y media. Un hombre y una muchacha tiraban desde arriba. Nos llamó la atención la muchcha, porque cada vez que tiraba una ráfaga y nosotros nos zambullíamos, ella se reía".

He tratado de entender esa risa. La metralleta era una Halcón y mi hija nunca había tirado con ella aunque conociera su manejo por las clases de instrucción. Las cosas nuevas, sorprendentes, siempre la hicieron reir. Sin duda era nuevo y sorprendente para ella que ante una simple pulsación del dedo brotara una ráfaga y que ante esa ráfaga 150 hombres se zambulleran sobre los adoquines, empezando por el coronel Roualdes, jefe del operativo.

A los camiones y el tanque se sumó un helicóptero que giraba alrededor de la terraza, contenido por el fuego. "De pronto -dice el soldado- hubo un silencio. La muchacha dejó la metralleta, se asomó depie sobre el parapeto y abrió los brazos. Dejamos de tirar sin que nadie lo ordenara y pudimos verla bien. Era flaquita, tenía el pelo corto y estaba en camisón. Empezó a hablarnos en voz alta pero muy tranquila. No recuerdo todo lo que dijo. Pero recuerdo la última frase; en realidad, no me deja dormir".

'Ustedes no nos matan -dijo-, nosotros elegimos morir.' Entonces ella y el hombre se llevaron una pistola a la sien y se mataron frente a nosotros".

Abajo ya no había resistencia. El coronel abrió la puerta y tiró una granada. Después entraron los oficiales. Encontraron una nena de algo más de un año, sentadita en una cama, y cinco cadáveres.

En el tiempo transcurrido he reflexionado sobre esa muerte. Me he preguntado si mi hija, si todos los que mueren como ella, tenían otro camino. La respuesta brota desde lo más profundo de mi corazón y quiero que mis amigos la conozcan. Vicky pudo elegir otros caminos queeran distintos sin ser deshonrosos, pero el que eligió era el más justo, el más generoso, el más razonado. Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones.

Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace en ella.

Esto es lo que quería decir a mis amigos y lo que desearía que ellos trasmitieran a otros por los medios que su bondad les dicte.

28 de diciembre de 1976


* En Héroes, historias de la Argentina Revolucionaria. (E. Jauretche, G. Levenson)

martes, 23 de septiembre de 2008

Discurso de Cristina en la Asamblea General de las Naciones Unidas

PALABRAS DE LA PRESIDENTA DE LA NACIÓN, CRISTINA FERNÁNDEZ DE KIRCHNER, EN LA APERTURA DE LA ASAMBLEA GENERAL DE LAS NACIONES UNIDAS, EN LA CIUDAD DE NUEVA YORK (23 de septiembre de 2008)


Señores jefes y jefas de Estado, jefes y jefas de Delegación; señor presidente de esta Asamblea: en mi carácter de primera mandataria mujer electa en la historia de mi país, me dirijo a esta Honorable Asamblea abordando como primer tema de mi intervención la cuestión de los derechos humanos.

Saben ustedes que para mi país la política de respeto irrestricto y vigencia de los derechos humanos es una de las políticas de Estado. Precisamente en este marco es que quiero instar a los miembros de esta Asamblea para que el Tratado sobre la desaparición forzosa de personas, que fuera impulsado fervientemente por mi país y que me tocó signar, como Primera Dama de la República Argentina, en París el año pasado junto a otras 73 delegaciones, sea ratificado por la totalidad de los países que lo han signado. Hasta ahora solamente lo hemos ratificado 4 países: Argentina, Albania, México y Honduras. Sé que está a punto de hacerlo la República de Francia pero es imprescindible que todos nos comprometamos fuertemente en que las personas y su inviolabilidad sean definitivamente uno de los principios liminares en la gestión de todos los Estados.

En este sentido también quiero presentar hoy frente a ustedes la iniciativa latinoamericana para identificación de desaparecidos. Quiero comentarles que con la Fundación Guatemalteca de Antropología Forense, el Equipo Argentino de Antropología Forense y el Equipo Peruano de Antropología Forense, estamos impulsando esta iniciativa que es la de instalar bancos de identidad genética para precisamente dar cuenta de las violaciones a los Derechos Humanos y poder identificar adecuadamente a las víctimas.

Para nosotros el testimonio invalorable de mujeres que nos acompañan hoy en esta Asamblea, las Abuelas de Plaza de Mayo, que fueron las que idearon la constitución de este banco genético, han recuperado, arrebatados al olvido y a la desaparición, a 95 nietos de los 500 desaparecidos, hijos de detenidos políticos desaparecidos durante la última dictadura argentina.

La labor de estas mujeres es el testimonio viviente de cómo se puede aún en la adversidad y contra todo lo que ha significado el terrorismo de Estado, no solamente en mi país sino en otras repúblicas, sobreponerse a la muerte y luchar por la vida. La recuperación de estos chicos atestigua la posibilidad y la necesidad de apoyar este tipo de iniciativas, así como también la labor que se ha cumplido precisamente en la identificación de las víctimas de la guerra de los Balcanes y también de las víctimas del atentado del 11 de septiembre al World Trade Center.

En esta lucha contra la impunidad, que es una política de Estado en la República Argentina, no podemos dejar de mencionar una cuestión que para nosotros constituye, sin lugar a dudas, otro hito en esta lucha inclaudicable. Mi país, la República Argentina sufrió durante los años ´92 y ´94 dos atentados, uno la voladura de la Embajada de Israel en 1992 y el segundo la voladura de la AMIA. En esta misma Asamblea el año pasado el ex presidente Kirchner solicitó a la INTERPOL que ratificara los pedidos de captura que la Justicia de mi país había formulado sobre ciudadanos iraníes acusados por la Justicia de participar en aquel hecho, el de la AMIA. Días después fue ratificada por la INTERPOL y fue liberada precisamente la orden de captura internacional. Yo pido aquí, a la República Islámica de Irán que por favor, en cumplimiento de normas del derecho internacional, acceda a que la Justicia argentina pueda juzgar en juicios públicos, transparentes y con las garantías que da un sistema democrático, a aquellos ciudadanos que han sido acusados.

Quiero dar aquí, en el seno de esta Asamblea que agrupa a todos los países, con la convicción que siempre he tenido por el respeto a la inocencia hasta que no sea condenado alguien por juez competente y sentencia firme, de que en mi país esos ciudadanos tendrán un juicio justo, público y oral con todas las garantías que el ordenamiento vigente de la República Argentina y también el contralor de la comunidad internacional, inevitable y muy bueno además por la gravedad de los hechos, garantizan a la República Islámica de Irán que va a haber equidad, justicia y verdad en el juicio.

Por eso en cumplimiento del derecho internacional y esencialmente porque actitudes para poder acceder a la Justicia son las que verdaderamente testimonian nuestro respeto por la verdad, por la justicia y por las libertades, es que insto una vez más a acatar este pedido de la Justicia argentina, que fuera además aceptado por INTERPOL y que sin lugar a dudas contribuirá a dar verdad para todos, no solamente para los argentinos sino para toda la comunidad internacional, en tiempos donde la verdad y la justicia resultan valores esquivos en materia internacional.

Quiero también en este ámbito, y tal cual lo venimos haciendo desde el año 2003, formular un reclamo para la reformulación de los organismos multilaterales, este que nos comprende a todos, Naciones Unidas, y también los organismos multilaterales de crédito.

Este, el que nos comprende a todos, que es necesario para poder volver a reconstruir una multilateralidad que se ha perdido y que ha tornado al mundo mucho más inseguro. Reformular este organismo ya no es una cuestión únicamente de posiciones dogmáticas frente al mundo sino de necesidad concreta y real que todos los estados tenemos para poderle dar funcionalidad, operatividad y esencialmente resultados a las intervenciones que realice este organismo.

En este sentido quiero rescatar humildemente de nuestra región, la América del Sur, que hemos podido dar testimonio en este último tiempo de cómo se reconstruye una multilateralidad a pesar de las diferencias de enfoque y de visión que podemos tener los distintos gobiernos de la región. Desde aquí diviso al señor presidente de la hermana República de Bolivia, Evo Morales, presidente legítimo de la República de Bolivia. Quiero decir que hace unos días estuvimos la UNASUR, que es una entidad que agrupa a las naciones de la América del Sur, apoyando la legitimidad democrática de ese país, en un ejercicio de multilateralidad concreta donde jefes y jefas de Estado, que no siempre tenemos la misma visión ni los mismos intereses a la hora de tomar decisiones, pudimos construir por unanimidad una resolución y un curso de acción que ayudara precisamente a la hermana República de Bolivia azotada por quienes no respetan esencialmente la voluntad democrática de los pueblos expresada libre y sin proscripciones en las urnas.

No fue la única experiencia de multilateralidad que hemos tenido, también antes el Grupo de Río en República Dominicana, cuando se produce el episodio entre la hermana República de Ecuador y la hermana República de Colombia, también intervinimos los distintos jefes y jefas de Estado y logramos encauzar una conflictividad que en otro momento hubiera derivado, a la luz de las experiencias históricas, seguramente en un hecho armado entre dos naciones hermanas.

Quiero decir con esto entonces que el ejercicio de la multilateralidad no es para nosotros un discurso de ocasión, es una profunda convicción y además es una construcción política concreta y objetiva que tiene resultados allí, en lo que normalmente se denomina las regiones emergentes, que somos capaces de dar ejemplos de construcción multilateral para la superación de los conflictos.

La otra reforma que siempre hemos impulsado es la de los organismos multilaterales de crédito, pero fundamentalmente la de un modelo económico que centró en la economía de ficción y en el mundo de las finanzas el centro de la generación de riqueza. Los días que corren testimonian que aquellas cuestiones, aquellas posiciones, no eran producto de un sesgo ideológico o de cerrados dogmas, sino

de la observación puntual y objetiva sobre las cosas que estaban sucediendo.

Hoy ya no pueden hablar del efecto caipirinha o del efecto tequila, del efecto arroz, o del efecto que siempre denotaba que la crisis venía de los países emergentes hacia el centro. Hoy, si tuviéramos que ponerle un nombre, deberíamos decir tal vez el efecto jazz, el efecto que va desde el centro de la primera economía del mundo y se expande hacia todo el mundo. No nos pone contentos ni alegres esta situación, por el contrario, la consideramos también una oportunidad histórica para poder revisar comportamientos y políticas, porque se nos dijo a los países de la región de la América del Sur, durante la vigencia del Consenso de Washington, que el mercado todo lo solucionaba, que el Estado no era necesario, que el intervencionismo estatal era nostalgias de grupos que no habían comprendido cómo había evolucionado la economía. Sin embargo, señoras y señores jefes de Estado, y jefes y jefas de delegación, se produce la intervención estatal más formidable de la que se tenga memoria precisamente desde el lugar donde nos habían dicho que el Estado no era necesario, en el marco además de un fenomenal déficit fiscal y comercial.

Mi país, la República Argentina, que de seguir creciendo a las tasas que lo ha venido haciendo desde el año 2003, este año cumpliría el ciclo de crecimiento económico más importante de sus casi 200 años de historia, ha sostenido siempre la necesidad de la presencia de un Estado, fundamentalmente porque el mercado no asigna recursos a los sectores más vulnerables y porque concebimos al Estado como un articulador entre los intereses de la sociedad y, precisamente, los intereses del mercado.

Desde el año 2003 una Argentina que estaba endeudada en el 160 por ciento de su PBI hoy ha reducido su deuda a casi el 50 por ciento del PBI; hemos pagado íntegramente la deuda al Fondo Monetario Internacional; he anunciado hace aproximadamente 15 días que vamos a saldar definitivamente la deuda con el Club de París, con quien sosteníamos esta deuda con fecha de corte desde el 10 de diciembre de 1983, el mismo año que asumió el primer presidente democrático luego de la dictadura. Y ayer aquí en Nueva York, en el Consejo de Relaciones Exteriores, he anunciado que la Argentina ha recibido una propuesta de tres importantísimos bancos que representan a tenedores de bonos que no ingresaron al canje del año 2005, y que además proponen hacerlo en condiciones más favorables para mi país, la Argentina, que aquel canje.

No solamente creemos que entonces ha sido correcta la estrategia, sino que esencialmente se hace imprescindible la revisación por parte de todos nosotros, con mucho ejercicio de humildad intelectual, de lo que está pasando fundamentalmente hoy en los mercados, y cuáles son las soluciones para superar esta situación. Contamos con una gran ventaja, con la que no contamos los países emergentes, no va a venir ninguna calificadora de riesgos, tampoco va a venir el Fondo Monetario Internacional a decir lo que tiene que hacer este gran país que ha crecido históricamente a raíz de la economía real, y que realmente hoy tiene problemas a partir de una economía de casino o de ficción, donde se ha creído que el capitalismo solamente puede producir dinero. Yo siempre digo que el capitalismo, señoras y señores, ha sido imaginado para ganar dinero, pero a partir de la producción de bienes, de servicios y de conocimientos, el dinero solo no produce más dinero, necesariamente tiene que pasar por el circuito de la producción, del trabajo, del conocimiento, de los servicios, de los bienes, para que entonces en un círculo virtuoso pueda además generar bienestar a toda la sociedad.

Finalmente, señoras y señores, quiero hacer mención a una cuestión que atañe no sólo a mi país, más allá de su ubicación puntual geográfica, sino que atañe a esta Asamblea y también a la necesidad de encarar el siglo XXI sin enclaves coloniales. Me refiero puntualmente a la cuestión de nuestras Islas Malvinas, donde a pesar de las resoluciones de este honorable cuerpo, donde a pesar de todas las instancias que se han tomado en este ámbito para que el Reino Unido acceda, en virtud de lo que dispone el artículo 33 de la Carta Orgánica de las Naciones Unidas, a negociar en paz entre las partes, se niega terminantemente a abordar con la República Argentina la discusión sobre el tema Islas Malvinas. Yo creo señoras y señores que quien integra el Consejo de Seguridad, quien es una de las principales naciones del mundo en la defensa de la libertad, de los derechos humanos y de la democracia, debe dar testimonio concreto de que no solamente es un discurso sino que está convencido de que es necesario terminar con esta vergüenza que significa, en pleno siglo XXI, un enclave colonial. Yo quiero pedir una vez más, como lo han hecho los distintos presidentes que me precedieron, porque Malvinas es para los argentinos también una política de Estado, la colaboración, como siempre lo ha hecho este honorable cuerpo, para instar una vez más al Reino Unido a que acceda a cumplir con las normativas del derecho internacional y esencialmente a dar testimonio de que en serio se quiere construir un mundo y una ciudadanía diferente.

Finalmente quiero dirigirme a todos los hombres y mujeres que tienen responsabilidades institucionales gubernamentales, en cualquiera de los poderes del Estado de sus respectivos países, para abogar una vez más por la transformación de una política a nivel internacional que tenga en esta casa su expresión más cabal. La reforma de los instrumentos que solicitamos no es solamente una cuestión de maquillaje o de fórmulas y cambios apenas para disimular que todo siga igual, la situación actual, la complejidad del mundo que viene en materia de alimentos, en materia de energía, exige por parte de todos revisar comportamientos, revisar paradigmas y aceptar con humildad que es necesario construir un mundo diferente al que hemos tenido hasta ahora, donde el respeto a los derechos humanos, a la voluntad de los pueblos, el respeto a los que son diferentes, a los que no piensan igual que nosotros o que rezan a otro Dios, no solamente es un catalogo de buenas intenciones en la carta de Naciones Unidas sino una realidad que puede comenzar a vivirse un poco más todos los días.

Muchas gracias y muy buenos días.

domingo, 21 de septiembre de 2008

CARTA ABIERTA IV: El laberinto argentino

El espacio constituido por centenares de intelectuales, artistas y académicos plantea en su cuarto documento su mirada sobre la coyuntura política nacional, tal como quedó planteada tras el golpe recibido por el gobierno en su choque con el “complejo agromediático”. Aerolíneas, el pago al Club de París, actualización jubilatoria, políticas de medios y culturales en el centro del debate.

La excepcionalidad

Corren tiempos en que es posible percibir que en materia política hay una excepcionalidad. Excepcionalidad que a pesar de todo se mantiene. El gobierno había surgido de una fuerte fisura en el sistema de representación y no venía –no debía venir– a restaurarla meramente. Tenía conciencia de que vendría un tiempo original y lo recorrió con entusiasmo y vivaz espontaneidad. Avanzó por ciertos caminos inesperados, no esgrimió doctrinas revolucionarias –ni casi ninguna otra–, pero mostró un rumbo propicio a una renovación de la vida colectiva. Quería significar que había llegado el momento de revisar las históricas falencias de una democracia carente de condiciones para cuestionar la injusticia social. La larga promesa de una democracia que se mire en el espejo de la justicia social sigue siendo el horizonte de nuestra época. Nada puede ser interpretado al margen de esta llamada genuina.

Medido en el ambiente histórico de este reclamo, el gobierno no ahorró audacias en ciertos temas y se mostró rutinariamente conservador en otros. Y aunque abundan las recaídas anodinas, no necesariamente justificadas por el recio embate de las neoderechas que ha recibido y el que acaba de recibir del complejo agromediático, no dejó de invocar sobre la marcha una cuota significativa de espíritu militante. Esta fuerza se mantiene, aunque en parte haya sido sofocada y en parte esté amenazada por trivialidades de ocasión. Continúa así el impulso reivindicativo ante los escollos presentes que hay que atravesar, y que debe ser empalmado con el compromiso con las generaciones del pasado que, en la memoria, siguen alentando esta tarea.

Hay que advertir que muchas veces el gobierno no evidenció apartarse demasiado de las fórmulas de retroceso más obvias luego de una ardua batalla de la que sale magullado. La excepcionalidad se mantiene porque ni puede volver a los cauces del orden conocido –allí lo repudian, esperan su caída–, ni debe dejar que naufraguen sus anteriores pasos adelantados en los refugios que ofrece una clase política “normalizadora”, garante de una vuelta a la “neutralización política”. Esto no ha ocurrido, pero las tensiones que alientan las más variadas direcciones en que puede salirse de la crisis están a la orden del día.

No creemos equivocarnos si decimos que falta la elaboración, explicitación y proyección de algo previo a ciertas medidas importantes. Lo es la estatización de Aerolíneas, pero lo previo hubiese sido crear certezas mayores sobre su destino de empresa pública antes de enviar el proyecto de ley al Parlamento; lo es el pago de la deuda al Club de París, pero lo previo hubiera exigido mostrar esa medida en conexión a mejores argumentos sobre la economía pública y las deudas sociales internas; lo es el proyecto de ley de jubilaciones, pero hubiera sido conveniente que se dijera previamente que se evitarían alquimias matemáticas sobre esta vital cuestión.

En cuanto a los incidentes ferroviarios en el Ferrocarril Sarmiento, ahí lo previo hubiera sido reconocer de inmediato las condiciones inaceptables en que viajan millones de personas que son víctimas así de una grave injusticia social. Y a la par de repudiar la destrucción de los bienes públicos, examinar los graves sucesos a la luz de criterios más amplios, en el sentido de las orientaciones hacia el cambio general de las pésimas condiciones de vida en vastas zonas del conurbano. Todo ello, antes de incurrir en un lenguaje de imputaciones que recuerdan tramos oscuros de la historia inmediata, cualquiera sea la explicación ulterior de los condenables acontecimientos de violencia contra el equipamiento ferroviario.

Falta algo previo, decimos. Es la elaboración de bases más permanentes de acción y lenguaje en cuanto a las transformaciones que se le adeudan al pueblo argentino y a las acechanzas que se ciernen. Por eso es necesario hablar del laberinto argentino, para que no se reitere la sensación de que medidas justificables se lanzan en la cabal ausencia de recursos de movilización cultural efectivos. Ante la reacción de las fuerzas siempre reconocibles de la reacción conservadora –revestidas hoy de numerosos ropajes, incluso de los aparentemente contrarios a los que opacamente representan–, hay que evitar la tentación de parecérseles, aun si se piensa esto para tomar un respiro. La salida del laberinto exige temas, análisis y decisiones que deben ser redescubiertos, sobre el fondo de una excepcionalidad que se mantiene. Y que tiene sus deudas con un contexto regional signado por los triunfos electorales de fuerzas progresistas y Estados con diálogos renovados con los movimientos populares. Si Argentina se mueve con fluidez y premura en esta escena compartida, es también porque sabe que cuando las campanas doblan su anuncio nos compete. La situación del pueblo boliviano sometido al ataque de formas nuevas, de formas antepasadas o de las últimas invenciones del racismo, el imperialismo, el golpismo y el separatismo –todo ello por partes o fusionado– obliga a la movilización de todos los recursos políticos, culturales y reflexivos para acompañar al gobierno de Evo Morales.

Los símbolos y las acciones

Nos cabe ahora una descripción sobre lo que ocurrió en estos últimos meses en nuestro país. Las nuevas bases sociales de la neoderecha se movían en un doble sentido: en el goce de sus reflejos desestabilizadores y en el pedido simultáneo de que se pusiera fin a tanta pasión desatada, “que cesara tanto conflicto”. Sordamente, amenazaban. Pero cuando terminaban de dejar su carga exonerativa, pasaban a empuñar la bandera de la armonía y del “hartazgo por la disputa”. Era el gobierno el que aparecía como confrontativo y los realmente confrontativos aparecían como moderados, partidarios de la “democracia gris”. Si el conflicto es el centro de la política –esto es, si la democracia siempre agita colores encendidos– se le podría cuestionar al gobierno la dificultad para anclar ese conflicto en fuerzas sociales efectivamente reconocidas, esto es, no que existiese una comprensible confrontación sino que ésta fuera meramente estridente, vocinglera e imprecisa. Vulnerados los horizontes colectivos de creencias, un conservadurismo que no se molestaba en aparecer faccioso, conseguía hablar en nombre de intereses genéricos y de los símbolos compartidos. Entrábamos al laberinto argentino.

El ámbito popular movilizado en defensa del gobierno era acusado de encarnar al “pueblo cautivo” al que había que rescatar con una “ética autonomista”. Miles de personas cantaban frente al estanciero Luciano Miguens, en el Monumento de los Españoles, “si éste no es el pueblo, el pueblo dónde está”. No se recordará con satisfacción este momento de la historia nacional. Por otra parte, un personaje político exiguo, partiquino de momentos menores de la política, quedaba de repente en posición de decidir sobre el empate de votos en el Senado, desatando un nudo –la forma inicial del laberinto– de manera imprevisible, agrietando severamente las máximas instancias institucionales, revelando la fragilidad esencial de todos los andamiajes políticos conocidos y originando un pobre folklore que podía expresarse en las fugaces y calculadas picarescas del minotauro Cleto.

Lo grave y lo trastocado corrían de la mano. El laberinto argentino, lo que en el siglo XIX célebres autores denominaron la esfinge argentina, reaparece en la necesidad de investigar el núcleo más íntimo de la vida popular, con muchas superficies y planos ocupados por el desvío de los legados y por una gran captura moral que reactiva fantasmagorías conservadoras en los sectores medios, para cuya crítica no alcanza el concepto de “zoncera” sino la pregunta crucial sobre el entrecruzamiento del activismo mediático, la ocupación masiva de calles en las zonas de la urbe socialmente más favorecidas y las épicas basadas en un reconstruido desprecio de clase, revestido ahora de populismo de derecha, todo ello contra un gobierno popular. Un gobierno que aun ensimismado en muchos obstáculos nacidos de sus propios laberintos, avanzó conceptos fundamentales para rehacer el sentido de lo democrático, lo público y lo justo.

El laberinto argentino contiene así a las nuevas derechas con base popular-mediática que juegan entre la admonición moralista y la promoción de una civilización del miedo en los grandes centros urbanos. Y contiene asimismo a las propias marañas de las que las fuerzas populares, sobreponiéndose, deben extraer nuevos argumentos y convicciones. Sin duda, no se esperaba que un camino que era dificultoso, contradictorio e intuitivo, aunque sustentado en una nueva discusión vigorosa sobre los destinos colectivos, quedara de repente tan expuesto y desnudo. No se esperaba que el agrarismo y sus adyacentes perspectivas comunicacionales recrearan un lenguaje movilizador en otros tiempos invocado por otros estilos y grupos sociales. Los activistas agrarios se dejaron barnizar por lenguajes eventuales de izquierda que al sumarse al cobertizo reaccionario hacían abandono de su propia historia para acrecentar lógicas de oportunidad y de error histórico. Confundían la masividad de las movilizaciones agraristas con una política popular y a las alianzas del nuevo poder conservador con una red social transformadora.

¿Sorprende este giro? Su explicación se encuentra en los variados déficit de interpretación que ya son alarmantes en los laberintos de la sociedad argentina. Se ha hecho abandono de los modos más rigurosos de análisis político, lo que incluso pudo notarse en los propios descuidos con que se tomaron las medidas gubernamentales. Pero nada es más dramático que las encrucijadas imperiosas que deben resolver los movimientos sociales, ellos sí obligados a resolver una conocida disyuntiva. Ni deben estar cómodos siendo apéndices estatales –y siempre existe la tentación de embargarlos por parte del Estado– o, en contrapartida, convirtiéndose en desastrados agentes de acciones que favorecen intereses extrínsecos a los de las causas populares –lo que también supone que sean expropiados por los lenguajes más vulgares de la compleja espesura de la coalición entre ciertos medios de comunicación y determinados grupos económicos–. Estos dilemas, cuando no consiguen ser resueltos, llegan al paroxismo con personajes que desde el inicio ya fueron fundados como caricaturescos y que aprovecharon la oportunidad para acentuar su bufonería, pidiéndole algunas vacas a la Sociedad Rural, o bailando en torneos de televisión con pancartas que mostraban a Fuentealba, el maestro asesinado en Neuquén, volviendo a vergonzosas épocas de paternalismo social saludadas por las “notas de color” a cargo del movilero de turno. Son farsas fáciles de percibir en sus signos de degradación. Pero contienen en germen un problema crucial, por el que la necesidad de arraigo y difusión de los movimientos sociales, no debe ser canjeada por el alistamiento silvestre en las retóricas televisivas.

El momento laberíntico que vive la sociedad argentina también se verificaba en pensamientos que se revestían de argumentaciones populistas o antiimperialistas, aunque para ofrecerse directamente como guardia de corps de la alianza de los agronegociantes. Véase la galería de fotos correspondientes. No era una defección episódica. Era un trastocamiento general de los significados. No se esperaba semejante inversión de los trazos habituales que unían las palabras con las cosas. Acciones que con otra ambientación eran declaradas ilegales por los labradores agromediáticos y los nuevos movilizados, ahora parecían el non plus ultra del republicanismo ilustrado. En cambio, medidas de gobierno avaladas por la Constitución se presentaban como ilegítimas o arbitrarias.

Un estallido interno de magnitud inesperada y difícil mensura recorre ahora la vida política argentina. Pero un laberinto es también un jeroglífico en donde es menester encontrar los nuevos hilos constitutivos de una verdad histórico-social. Estamos en un momento donde se lucha por la verdad –la verdad en el lenguaje, en las cifras, en los significados, en las biografías– pero se ha extraviado lo que aun en épocas tan convulsas como éstas era la relación entre los signos y las cosas, las representaciones y las motivaciones básicas de la sociedad. Se pelea por la verdad sin que importe la verdad. Vivimos un momento faccioso. ¿Cómo tratar la dislocación ocurrida entre hechos y símbolos? ¿Cómo considerar la relación entre la serie de la justicia frente a los hechos del pasado y la de los hechos inequitativos del presente? ¿Cómo se ligan los lenguajes de la escisión y el conflicto social con composiciones heterogéneas de fuerzas? En general, estas diferencias se tramitan con la velocidad de una vida social condicionada por la acción de los medios comunicacionales y su fuerte capacidad de articular la escena y los tiempos. Pero si el set y la agenda son constituidos por actores definidos de gran poder, eso no exime al resto de los actores de pensar en otra temporalidad que necesariamente supone una crítica a esa veloz adecuación de trincheras y paso por el guardarropas de las luchas pasadas.

Las neoderechas gozan de este estado de volatilidad de las creencias y no dudan en “izquierdizar” sus embates cuando lo creen necesario para realmente decir otra cosa. Es el laberinto argentino. Entretanto, la izquierda real, aunque no tenga generalmente ese nombre, pues actúa en gran medida con sus claves nacional-populares y sus legados humanísticos y sociales de pie, está en los filamentos realmente existentes del movimiento social democrático, expresado en infinidad de variantes de lenguaje y militancia. Fue a las plazas históricas a defender la democracia y con consignas propias, interpretó que el gobierno, aun moviéndose improvisadamente en la tormenta, encarnaba los trazos fundamentales de una voz popular que a su vez le reclamaba más afinación y claridad en los argumentos. Los hilos a veces tenues pero continuos de las memorias populares van tejiendo, como también lo supieron hacer en otras jornadas del pasado, los ideales emancipatorios y lo hacen en el interior de dificultades inéditas e, incluso, desprovistos, muchas veces, de señales luminosas que no suelen partir de un gobierno que no ha sabido, no ha podido y tal vez no ha querido profundizar en la creación de una genuina base de sustentación popular.

Luego del vendaval, las instituciones públicas golpeadas intentan volver a los hechos. El gobierno afirma que frente a las palabras y las opiniones triunfarán los hechos. Hechos económicos, construcción de necesarias infraestructuras. Sin embargo, no puede olvidarse que los terrenos comunicacionales le fueron generalmente adversos y que es menester ahora descifrar los laberintos de la cultura. Como muchos dicen despreocupadamente, “los pueblos no comen símbolos” pero los símbolos son parte esencial de las condiciones bajo las que se piensan los pueblos. Ninguna sociedad que reclama niveles más precisos de debate se orienta tan solo por realizaciones económicas, teniendo en cuenta que lo de Aerolíneas es a la vez un hecho de la economía pública y también de fuerte simbolismo. Así, como lo demuestra el laberinto argentino, se lucha especialmente por símbolos, cualquiera sea la explicación profunda que se les dé a estas evidencias.

Asimismo, los condicionamientos y el cerco al que fue sometido el gobierno luego de las votaciones parlamentarias pueden justificar nuevas prudencias en el tratamiento de diversos temas pendientes, pero eso no debe ser el motivo por el cual se instituyan decisiones políticas y económicas con concesiones a los sectores nacionales e internacionales que operan el sitio precisamente al aspecto más progresista de aquellas decisiones. Entre el pago total de la deuda al Club de París, la reestatización de Aerolíneas y la ley de jubilaciones móviles se desplaza, quizás con movimientos espasmódicos, un gobierno que sabe que el terreno por el que transita está rodeado de arenas movedizas y de seductores espejismos que no llevan, necesariamente, hacia políticas populares, políticas que requieren audacias y voluntades no siempre disponibles. Pero aún resulta más arduo ese avance si no se busca construir los puentes hacia las mayorías populares postergadas y empobrecidas que son una base social de sustentación imprescindible junto con otros actores sociales.

Por otro lado, prosiguen los juicios a los personajes de los gobiernos dictatoriales y se halla firme la conciencia de que no debe cederse una noción económica que excluye terminantemente el ajustismo neoliberal. No se ha entregado la creencia de que simultáneamente debe afirmarse un ideal latinoamericanista, que aun con titubeos, también se ejerce sabiendo que hoy más que nunca la suerte de nuestro país, de sus proyectos democráticos, está fuertemente unida a lo que está aconteciendo en otras repúblicas hermanas, particularmente la Bolivia de Evo, la Venezuela de Chávez, el Paraguay de Lugo, el Ecuador de Correa y, desde una perspectiva algo más compleja, el Brasil de Lula. La provocación criminal de la derecha boliviana, el uso de la violencia contra el pueblo que apoya decididamente a su presidente y al proyecto democrático-popular que él encabeza, constituye una señal ominosa que no debe ser pasada por alto, en especial allí donde nos ofrece, en espejo, lo que hoy amenaza en nuestro propio país. Todo esto mantiene un horizonte a partir del cual sigue valiendo la pena pensar en que hay una diferencia; que hay una diferencia conceptual que sigue rechazando la paridad que muchos creen percibir entre el actual gobierno y los procesos económicos habituales de coacción y dominación. Efectivamente, no vemos tal paridad. Vemos una diferencia que es necesario pensar cómo sostener y ahondar. Lo haremos examinando más de cerca el laberinto argentino.

Crítica y conmemoración

Desde hace cierto tiempo se intenta horadar el cimiento básico de la época, que es la promoción de actos jurídicos sobre los símbolos más significativos de un pasado de horror. Esto no proviene solamente de los remanentes de las pasadas dictaduras. Se dice que el gobierno trató de un modo inadecuado la cuestión de la memoria y los derechos humanos. Algunos llegan a afirmar que el gobierno utiliza la política de derechos humanos –esto es, la política de la justicia en la memoria–, como un recurso a la impostura, pues mientras haría una política por lo menos descuidada en materia de derechos sociales y economía cabalmente distributiva, insiste en hablar sistemáticamente de las condenables violencias y atentados a la vida ocurridos en el pasado. Sólo una virulencia antes desconocida en el ataque a un gobierno democrático en el ciclo de este último cuarto de siglo –aunque fuertes dosis de neutralización destituyente habían acompañado el último tramo del gobierno de Alfonsín– permite el error al que lleva esta interpretación.

No vamos a insistir una vez más sobre la manera en que esta política de derechos humanos no es ni debe ser episódica, sino que constituye el nudo troncal de la época, su estructura última de significados. Los desavisados que la atacan con sus catilinarias revelan hasta que punto representan el último escalón refinado para que se vuelva al orden antiguo. Postulan que hay impostura en la política de la memoria asumida; postulan entonces, inevitablemente, un gesto de agravio gratuito que intenta desconectar el ciclo comenzado en el 2003 de sus más importantes bases expresivas y sus más profundas raíces de legitimación.

Es necesario dejar de heredar el país de la dictadura y hay indicios, en las políticas gubernamentales, de una efectiva búsqueda de modos más equitativos y dignos de la vida social. En el laberinto argentino también se halla, como hilo de Ariadna, la política realizadora regida por un manojo de nuevos derechos –en esencia, la articulación entre derechos humanos, derechos sociales y derechos democráticos–, cuyo acoplamiento creativo es motivo central de la crítica y la razón política.

Como todos sabemos, el gobierno ha tenido trazados convocantes y perdurables en estos terrenos, aunque a veces realizados con muchos balbuceos e ingenuidades. Y cuando decimos ingenuidad no es el modo del elogio moral que vería en el ingenuo lo contrario del astuto, sino que lo decimos al modo de la crítica: la ingenuidad es ver menos de lo que es necesario, considerar menos dimensiones que aquellas que la acción política debe tener en cuenta para no fracasar. Pasado un tiempo del rechazo parlamentario de las retenciones móviles, el gobierno sigue ceñido por el cerco de sus contrincantes avezados. Defienden sus intereses sectoriales y un tipo de articulación entre las instituciones estatales y las lógicas de mercado de clara subordinación de las primeras a las segundas. Y del lado del gobierno no se logra totalizar las dimensiones de esa confrontación, para lo que se deben examinar nuevas y originales singularidades. Un diagnóstico preciso de los modos en que funciona actualmente la economía y resignificaciones de los símbolos en juego supone no perder de vista los grandes panoramas históricos, nacionales y latinoamericanos, a la vez que se tiene la obligación de no dejar de observar los elementos menudos, precarios o marginales.

Estas relaciones entre lo general y lo particular tienen en la cultura –en el vivir social más amplio y en el vivir cotidiano– su territorio si no definitivo, sí de suma relevancia para forjar alternativas y lenguajes. Porque se trata de construir los conceptos, las teorías y las locuciones con los cuales aprehenderlas a la vez que tratar las memorias sociales en juego, recogerlas del olvido o entretejerlas novedosamente. No deja de haber en todo momento histórico un cierto laberinto. Siempre hay una guarida del Minotauro. Pero este laberinto, aquí y ahora en la Argentina, implica el peligro de paralizar las fuerzas activas de la sociedad, para lo cual se comenzó a convencerlas de que había que reconstruir las formas coactivas de la autoridad, salir de lo que llaman errático, volver al orden establecido, retomar lo que en el pasado muchos ensayistas latinoamericanos llamaron la “patria boba”, esto es, el desmonte de sentimientos colectivos en nombre de nuevas leyendas inertes, controladas por empresarios del sofocamiento político y cultural. Así, sueñan en la Argentina con un retroceso que va desde una política internacional comandada por los acreedores hasta el disciplinamiento de las escuelas en la ciudad de Buenos Aires, metáfora ideal de la aldea global autoritaria que se desea construir. ¿No actúa Macri en nombre de una indigente política del miedo con sus edictos ordenancistas, que tienen grandes apoyos, silenciosos y timoratos en una ciudad de Buenos Aires en la que casi se precisarán las fuerzas morales del Eternauta para rescatarla de su intensiva indiferencia?

Una ciudad activa, reconocida sede de experiencias populares significativas, de grandes aventuras intelectuales y artísticas, de buena parte de la historia del movimiento obrero, desde las huelgas de principio de siglo hasta –si queremos poner una fecha– los acontecimientos vinculados a la defensa del Frigorífico Lisandro de la Torre en 1959, no puede quedar en manos de pensamientos que apuestan a lo concreto –“la gente quiere soluciones”– pero son lo más abstracto concebible. Para oponerle una crítica imaginativa a estas visiones abstractas que pasan por ser lo concreto, es de lamentar la falta de una reflexión colectiva en el mundo cultural –la universidad pública habla ocasionalmente sobre estos temas– o la falta de incisivas críticas más inspiradas que desnuden esas frases sobre “lo concreto”, que como diría el gran Philip Marlowe sobre un cartel aduanero en una frontera del país del Norte, “nunca se vio condensar tantas mentiras en tan pocas palabras”. Sólo la disuasión, el cloroformo masivo que logró impugnar la vitalidad de la cultura nacional y decretó el reinado de la indiferencia o la inmunización ante lo grave que se presenta a nuestros ojos, permitió llegar a esa fraseología vacía que sustituye la lengua política por el marketing y la lavativa de las ideas. Que ha logrado calar hondo en los imaginarios sociales allí donde cuestiona toda felicidad posible si no se la encarna en una felicidad sostenida sobre el consumo y la materialidad de la riqueza; donde parecen quedar en el ostracismo existencial quienes actúan fuera de las luces del shopping center o de la espectacularización amplificada por los lenguajes massmediáticos. Es la felicidad asociada sólo y únicamente a la figura demandante del ciudadano-consumidor, de aquel que vive con gusto el desmembramiento de lo público en nombre de lo privado, de esas intimidades protegidas de contaminaciones insoportables.

La renovación y el horizonte contemporáneo de la cultura no puede ser el de una actualidad con un único plano y un tiempo lineal, sin historicidad viva, entregándole a la televisión el control de las pedagogías educacionales, y en el otro extremo, un funcionariado que baja de las estanterías el festejo que corresponde una vez al año, sin valoración de las exigencias del lenguaje, sin preguntarse por las prácticas de lectura sociales y sin considerar que se muere la política si se muere el pensamiento creador en las artes y las ciencias. Peligra, incluso, la lectura argentina, el lector argentino, a pesar del éxito ferial de las convocatorias específicas en torno de esa práctica –la lectura– fundadora de sociedades y naciones. Se debe liberar al arte del modo en que las formas más crudas del mercado lo intentan anexar, tanto para generar nuevos fetichismos que de hecho han arriado “las banderas de la imaginación” como, en cuanto a la ciencia, asociándola a jugadas empresariales que ni siquiera se intentaron en el antepasado capítulo desarrollista de la historia de nuestro país.

No concebimos en el actual momento de la política nacional que estas cuestiones deban postergarse en el debate, porque son cuestiones del laberinto argentino. Del laberinto hay que salir con ideas estratégicas para este nuevo siglo. Parte del laberinto es una liviana consideración de las llamadas “políticas de la memoria” que finalmente la concede al conjunto de acciones permitidas por las centrales globalizadas de archivo de símbolos de los pueblos y a los nuevos enciclopedismos desmanteladores. Todos los conocimientos pueden ahora ser fijados, conservados y preservados, pero sin relaciones singulares entre ellos, sin relieves que los articulen o que ponderen sus relaciones heterogéneas pero ligadas a la historia de cómo se han producido. Los efectos de la globalización –más allá que este nombre apologético no es el adecuado y hay que crear otro– permiten el singularismo desconectado de la historia, la construcción de una red sin cuerpos ni herencias significativas de lenguaje.

Se hace urgente entonces trazar nuevos planes culturales públicos que no resuelvan la relación entre la singularidad y los recursos de aprendizaje colectivo con proyectos reduccionistas que sustituyan prácticas históricas por amuletos que muchas veces son versiones degradadas de las necesarias innovaciones tecnológicas. Estas nunca ocurren al margen de grandes módulos de reflexión popular, cultural, intelectual, tanto espontánea como experta. No se trata ni de burocratizar el pasado festejando a los insurgentes pretéritos como si los reencontráramos en un mercado de ideas despegado de la vida, no se trata ni de vivir en sociedades regidas por la desmemoria de los medios de comunicación más concentrados ni por el modo en que éstos reorganizan el archivo social bajo impulsos del target, las audiencias fragmentadas, el estilo history channel y el divulgacionismo que aplana el relato crítico de las sociedades. De la misma manera que reducir las políticas culturales a operaciones de mercado, al glamour heredado de desfiles de moda o convertirlas en escenificación espectacular y en sponsoreo de grandes empresas, suele ser el discurso que fascina a aquellos que desde hace mucho rebajan la cultura a su exclusiva dimensión mercantil articulada a la lógica de lo cuantitativo.

Sólo un nuevo humanismo de fundamentos críticos puede hacer pasar las culturas colectivas por el estatuto más riguroso de los conocimientos, fusionado entonces con los horizontes masivos genuinos. Están en nuestro pasado los muertos de muchas luchas que impulsaron la reconstrucción simultánea del presente y del pasado, como un único gesto inescindible de conocimiento político. Por eso, pensar la justicia respecto del pasado resulta indesligable, finalmente, de los modos en que se imagina y materializan actos de justicia respecto del presente. Los símbolos requieren un trato cuidadoso, porque su mera invocación en un contexto que no les pertenece los deja al borde de la parodia o la indiferencia, y ésta no es una zona menor del laberinto argentino.

La discusión actual respecto de los íconos nacionales muestra ese rasgo de su conflictividad necesaria. Y que esa discusión suceda, exige que no sean tratados con premura ni con consensos fáciles respecto de creencias sociales que están profundamente delineadas por las fuerzas mediáticas. Es necesario situar los símbolos en su fragilidad. Ellos no siempre afirman lo mismo y si se los arroja desligados de una materia experiencial profunda quedan a disposición de sus usos reaccionarios. Esto es: como negación o como inversión de aquello para los que se los había convocado.

No es sólo tarea de las instituciones estatales dar esa disputa, pero ellas tienen mucha responsabilidad al respecto. Deben hacerlo con tanta autonomía de los poderes culturales fosilizados –aunque se proclamen “independientes”– como con sensibilidad democrática frente a las diversas expresiones sociales. Deben hacerlo con sus redes cazadoras de mariposas de sentido, con ojos abiertos a lo que sucede, con perspicacia crítica respecto de sus límites, con azoramiento hacia lo que desconocen. Instituciones estatales de esa índole pueden librar la batalla cultural. La conmemoración del Bicentenario debe escapar del celebracionismo trivial ni debe ser fachada de acciones de fuerzas económicas que la mejor tradición democrática de nuestras revoluciones fundadoras hubiera rechazado. Debe también ser festiva, pero sin privarse de movilizar el espíritu investigativo y la potencia crítica intelectual que permita que el laberinto argentino –la histórica complejidad de las luchas sociales– protagonice un nuevo capítulo nacional sin sentimiento de embotamiento, liberando y emancipando las fuerzas de la justicia, de la economía y del arte.

Carta Abierta así lo propugna, porque su vida política es un conjunto de decisiones simultáneas que surge de las asambleas abiertas, de la integración libre, del sentimiento emancipado del sujeto público, del antagonismo creador sin cierre conceptual posible, de la proliferación sin cartilla previa de la cultura crítica universal y nacional y del estado contingente de interrogación permanente. Y especialmente de las escrituras y reescrituras, que suponen que cada escritura es a la vez otra, que permite pensarse nuevamente.

Si esto fuera así por obra de una multitud de voluntades, tendrá el efecto, la extrañeza y el valor que pudo tener la celebración de Castelli en las ruinas de Tiahuanacu el primer aniversario del 25 de Mayo de 1810.

lunes, 15 de septiembre de 2008

Entrevista a John William Cooke

Desde La Habana, Cuba.
Septiembre de 1961.

John Willian Cooke y su esposa, Alicia Eguren, se encuentran en La Habana desde hace más de un año. Ambos forman parte de las milicias y colaboran -al mismo tiempo- en distintas publicaciones cubanas. Che ha entrevistado a Cooke en su residencia, el Hotel Riviera. Sus respuestas, sin duda, son de trascendencia por la influencia que ha tenido -y conserva aún- John Willian Cooke entre las filas peronistas.

-En la Argentina la Revolución Cubana cuenta con apreciable apoyo popular y los esfuerzos de la propaganda reaccionaria -abrumadora y constante- son vanos por contrarrestarlo. ¿A qué razones atribuye esta perspicacia popular, pese a la prensa y agencias internacionales?

-Lo que eso demuestra, en primer lugar, es la madurez de nuestro pueblo, lo arraigado que está en el sentido de la soberanía nacional.

Tengamos en cuenta que esta recolonización de la Argentina es doblemente anacrónica: por producirse en la época de los movimientos de liberación en todo el mundo y por serle impuesta a un país que se había librado de la dominación inglesa y tenía conciencia de lo que significa el ejercicio de la soberanía.

La consecuencia es que no solamente la represión es singularmente violenta, sino también la propaganda pro imperialista.

El pensamiento colonial utiliza el monopolio de la difusión para derramar una catarata de discursos, declaraciones, manifiestos, conferencias, editoriales, solicitadas, pastorales, etc., para confundir a la masa.

En el caso de Cuba, sólo se difunden groseras tergiversaciones, embustes y planteos arbitrarios. Sin embargo, las clases populares disciernen lúcidamente y saben que la suerte de la Revolución Cubana incide en su propia suerte.

-Con respecto a Cuba, ¿cuál es la forma que adopta esa táctica de ocultamiento?

-Hay una sucesión de trampas. Todos los datos son falsos, al punto que la mentira de ayer es desmentida por la mentira de hoy. Después se hace una mezcla de los problemas concretos de la nación cubana con los problemas de la guerra fría y con las discusiones técnicas en torno al comunismo. Nuestra masa evita esos falseamientos porque va a la médula del problema, o sea, la agresión del imperialismo contra un país hermano que osó liberarse: así no hay forma de equivocarse.

Con motivo de la reciente invasión de gusanos el servicio de los yankis, se vio cómo se desvirtuaba el problema planteándolo maliciosamente: se afirmó que la Revolución es comunista, como si eso fuese lo que estaba en debate.

Un cierto porcentaje de papanatas quedó atrapado en ese artificioso enigma -ya fuera para coincidir con la tesis o para discrepar con ella-, lo que implicaba que de ser concluyente la prueba sobre el carácter comunista del gobierno cubano, eso legitimaba que se agrediese a un país soberano.

¿Quién ha dicho que los Estados Unidos o los organismos internacionales tienen jurisdicción para hacer macartismo y determinar cuál régimen tiene derecho a ser respetado y cuál no?

- Supongo que Ud. sabrá que hubo algunos dirigentes peronistas que se "empantanaron".

-Eso demuestra que carecen de capacidad para dirigir nada y que invocan el nombre del Peronismo en vano. Con el pretexto de que nuestro gobierno era nazi, se buscó que Estados Unidos hiciese lo mismo que ahora hace con Cuba: los cipayos pedían la intervención yanki y de los organismos como la UN: un canciller uruguayo inventó la tesis de la "intervención multilateral", que es la que ahora se quiere resucitar contra los cubanos; se pidió que los países rompiesen relaciones con nosotros, por no ser "democráticos", etc.

Eran los mismos procedimientos y las mismas personas de aquí y del extranjero los que se movían para destruir nuestra soberanía. ¡Y cómo ardíamos de indignación contra el bradenismo y sus servidores! ¡Cómo protestábamos contra los Jules Dubois, los Figueres, los Haya de la Torre, los Ravines, contra Braden, Nelson Rockefeller, la gran prensa norteamericana y continental!

Pues bien: todos esos, y los miles de secuaces ahora hacen lo mismo contra Cuba, ayudados por los mismos aliados que entonces tuvieron en la Argentina, desde los políticos tradicionales hasta las fuerzas vivas, la intelectualidad cipaya. Las damas patricias y demás escoria enemiga de los descamisados.

¿O es que la UPI, la AP, el Time, etc., son reptiles cuando nos atacan a nosotros y "objetivos" cuando atacan a Cuba? Sumarse, aunque sea pasivamente a esa campaña, es dar razón retrospectivamente a los vendepatrias: es negarnos como movimiento nacional-liberador.

-Hay algunos pequeños sectores peronistas influenciados por el "nacionalismo" que son activamente enemigos de la Revolución Cubana.

-Supongo que en unos cuantos millones como somos, habrá de todo un poco. Hasta de quienes se dejen llevar por un extraño "nacionalismo" que ante algo concreto como el imperialismo que nos asfixia nos quiere hacer pelear contra los enemigos de ese imperialismo.

El único nacionalismo auténtico es el que busque liberarnos de la servidumbre real: ése es el nacionalismo de la clase obrera y demás sectores populares, y por eso la liberación de la Patria y la revolución social son una misma cosa, de la misma manera que semicolonia y oligarquía son también lo mismo.

Algunos sectores reaccionarios pudieron, en otras épocas, llamarse "nacionalistas" porque coincidían con el pueblo frente a los ataques a nuestra soberanía; ahora no, porque el anti imperialismo ha pasado a ser retórico en ellos, que vuelven a su raíz oligárquica y ante el caso de Cuba quedan al desnudo. Como ya quedaron cuando contribuyeron a la caída del gobierno popular en 1955.

Hay que tener la cabeza muy hueca para creerse peronista y aceptar a esos teóricos del absurdo, que combinan las añoranzas del imperio de la hispanidad medieval con el apoyo práctico al imperio bárbaro norteamericano, y el culto a gauchos embalsamados con el paternalismo aristócrata frente al cabecita negra, para oponerse, nada menos, a Fidel Castro.

Ocurre que Castro, a la cabeza de los hombres de la tierra, derrotó a puro coraje al ejército armado y entrenado por los yankis para proteger a la satrapia batistiana; y que cuando los gringos quisieron lleváselo por delante, los echó de Cuba y les quitó hasta el último dólar, más de mil millones que tenían invertidos en centrales azucareras, fábricas, empresas, bancas, etc. ¡Qué manera de apagar faroles! Sin embargo, parece que Fidel no es "nacionalista", porque nunca se dedicó a predicar el exterminio de estudiantes semitas ni a delatar herejes incursos en el crimen del marxismo.

-¿Ud. no cree, entonces, que esos defensores de "Occidente" tengan influencia en su movimiento?

-Solamente entre cierta capa burocrática, que, por otra parte, nunca sirvió para nada, ni en el gobierno ni fuera de él. Ahora hacen méritos para que los dejen participar en el festín político y administrativo del que están excluidos los revolucionarios consecuentes. No hacen más que confirmarle al pueblo lo que éste siempre supo sobre ellos.

Habrá siempre alguna confusión, por los que embarullan las cosas y por otros que, debiendo hablar, han callado. Pero el pueblo sabe que desde que Fidel Castro empezó a quitarle a los ricos para darle a los pobres fue la bestia negra (o roja) del continente.

Claro que los gansos que creen que el Peronismo es parte del dispositivo de la "civilización y de la democracia occidental" quedan identificados frente a Cuba con los socios de Aciel y de la Bolsa de Comercio, con los socialistas conservadores y los conservadores de la infamia, con los exquisitos del Jockey Club, el Círculo de Armas, con Ascua, Sur y las demás agrupaciones de conciencias muertas, con las numerosas instituciones, frentes y agrupaciones gorilas que piden nuestra sangre, con Gainza Paz, el almirante Rojas, el Dr. Vicchi, el brioso Toranzo Montero.

Todas esas fuerzas son virulentamente enemigas de la Revolución Cubana, a la que odian tanto como al "régimen depuesto", esas cosas no ocurren por casualidad, y nuestra masa no vive en la luna.

¿Hay algún personaje en la Argentina que logra, como Fidel Castro, que todas las cabezas del privilegio se unan para acusarlo de demagogo, comunista, totalitario, chusma, perjuro, punguista, motonetista, barba azul, asesino incendiario, anticristo, y otras lindezas semejantes, y contra el cual piden el cadalso, la bomba atómica o la muerte a manos de los "marines" yanquis? Creo recordar que sí. Y me resulta muy difícil entender cómo puede indignarnos la difamación contra la versión pampeana del monstruo y quedarnos mudos cuando la víctima es la versión tropical.

-Hubo quien no repudió la reciente invasión a Cuba alegando que al no abrir juicio cumplía con la "tercera posición".

-Con quien cumplió fue con su propia cobardía. A cambio de la riqueza que nos llevan los yankis nos dejan su histeria anticomunista que contagia a ciertos "dirigentes". En el país reina un clima de terrorismo ideológico: ya no basta con no ser comunista; hay que demostrarle a la reacción que se es anticomunista. Y se llega a emplear el mismo lenguaje de nuestros enemigos: en lugar de dar apoyo total, solidaridad sin retaceos a Cuba avasallada, se agregan condenas al "imperialismo soviético", lo cual equivale a aceptar las premisas del imperialismo agresor, que califica de crimen la negación de sus ansias hegemónicas y el derecho a elegir las formas de gobierno y los amigos que a cada país americano le resultan más convenientes.

La tercera posición es, precisamente, todo lo contrario. Significa no tener compromisos con los bloques mundiales, estar en libertad de tomar las decisiones más convenientes a los intereses nacionales. Significa tener criterio propio para apreciar cada hecho y cada actitud; no tenemos obligación de encontrar que cada cosa del señor Kruschev es perfecta o malvada; ni de estar de antemano en pro o en contra del bloque capitalista; en otras palabras, en cada momento y circunstancia nuestro tercerismo consiste en opinar libremente, no sumarnos al coro de los que ven en Estados Unidos la potencia rectora.

A pesar de que nuestro gobierno tuvo que maniobrar solo, en un mundo hostil, en lo fundamental jamás se apartó de su independencia; no suscribimos el Pacto de Caracas que establecía el peligro del "comunismo internacional" para así consumar el crimen contra Guatemala orquestado por Foster Dulles y otras bestias de la "guerra fría"; no firmamos los Acuerdos de Bretton Woods (Fondo Monetaria Internacional, Banco de Reconstrucción y Fomento); no nos atamos por pactos militares bilaterales, etc.

Nada de eso subsistió; las primeras medidas de la dictadura militar fueron adherirse a Bretton Woods, y hoy el FMI dirige nuestra política económica, y revocan por decreto el voto de Caracas; siguieron los pactos militares, los acuerdos sobre el Atlántico Sur, etc.

Hoy somos un apéndice del imperialismo, lo que requirió modificar totalmente la política internacional fijada por el Peronismo.

El tercerismo fue una forma de no ser absorbidos por el imperialismo yanki: en ningún caso puede ser excusa para plegarnos a su estrategia de guerra fría y para gritar junto con los derviches de la guerra contra las pueblos que han adoptado el socialismo.

Es lo que hacen los terceristas como India, Yugoslavia, Egipto, etc., que no han vacilado en apoyar fervorosamente a Cuba y que no ven al mundo como una división tajante donde los "buenos" son las potencias occidentales. Es una posición para encarar los problemas, no para eludirlos. En el caso de un país hermano sometido a persecuciones de toda índole por el Imperialismo, no ser terminantes, escatimar el apoyo, es renegar del tercerismo y apoyar al imperialismo.

Así como hay farsantes que son antiimperialistas cuando las causas son lejanas, y cipayos en las cuestiones argentinas, igualmente hay farsantes que gritan contra el imperialismo aquí y se suman a sus consignas en el orden mundial; estos últimos son los más peligrosos. La posición consecuente de un antiimperialista es desprenderse de los falsos esquemas como "Occidente y Oriente", "Mundo libre y mundo comunista" y demás zonceras.

Hay que estar con los argelinos, que son musulmanes, con los kenyanos, que son maumau, con los chinos, que son budistas, y con los cubanos, que son barbudos. Y decirlo claramente y ayudarlos todo lo que se pueda y tener la valentía de despreciar las voces que se alzaran para acusarnos de comunistas, trotskistas, cripto marxistas, camaradas de ruta, idiotas útiles, filo comunistas, infanto comunistas, etcétera.

-¿Existe algún pronunciamiento de Perón con respecto a la Revolución Cubana?

-¿Cómo cree usted que Perón podía desentenderse de un problema fundamental? Cuando dijo que la Revolución Cubana "tiene nuestro mismo signo", enunció una fórmula exacta que indica la común raíz antiimperialista y de justicia social.

Si Cuba ha elegido formas más radicales, ese es un derecho que ningún antiimperialista le puede negar; por otra parte, los procedimientos de 1945 tampoco sirven ahora para nosotros, y nuestro programa, según lo ha dicho repetidamente el propio Perón es de "revolución social", que salvo para los que viven en el limbo sólo se puede cumplir socializando grandes porciones de la economía y buscando las formas de transformación profunda y total que correspondan a nuestra realidad nacional.

En cuanto al apoyo de la Unión Soviética a Cuba, sólo quienes se plieguen al bando de la oligarquía pueden hablar de "entrega" y demás tonterías semejantes. Porque los cubanos no han delegado ningún atributo de su soberanía ni han entregado ningún resorte de su economía. ¿Que eso sirve a la URSS para hacerse propaganda? ¿Y a los cubanos qué les importa?

Los quisieron matar de hambre, dejarlos sin petróleo, dejarlos sin vender el azúcar, que es su única fuente de divisas, atemorizarlos, agredirlos, quemarles los cañaverales, etc.: el cipayaje estaba feliz porque serían castigados los "desplantes", la insolencia frente al coloso.

El mundo socialista les permitió salir de esa ruina a que estaban condenados, y he aquí que ciertos "antiimperialistas" resuelven que Cuba debió dejarse morir de hambre, o llamar a los embajadores norteamericanos para que la vuelvan a gobernar, para que no sufra la "democracia" y puedan seguir tranquilos Somoza, Ydígoras, Frondizi, Prado y demás paladines de la cruzada anticomunista. Todos regímenes democráticos que no podrán hacer lo que hace Fidel Castro: darle un fusil o una ametralladora a cada obrero, a cada campesino, a cada pobre.

En un documento del año pasado el general Perón indicó que el Movimiento debía apoyar a todos los movimientos de liberación regional, como Egipto, Argelia, Cuba, etc. Eso se ha respetado siempre, aunque ciertos sordos no han cumplido estas instrucciones ni las han transmitido a la masa. Y en una carta dice: "Yo sé bien lo que son las sanciones económicas.

En 1948 nos las aplicaron intensamente impidiendo la provisión de todo material petrolífero y dejando sin efecto la compra comprometida para nuestra producción de lino que, en ese momento, representaba más del sesenta por ciento de la producción mundial. Como en el caso de Cuba, fue la Unión Soviética la que nos sacó del apuro comprando el lino y ofreciéndonos material petrolífero". Tal vez deberíamos haber dejado que se pudriera el lino.

-¿Y no cree que también influyó la Iglesia?

-La creencia religiosa es una cuestión del fuero espiritual y como tal respetable. Pero cuando algunos sacerdotes opinan de política entonces no puede invocarse para ellos el privilegio de que se les respete como cuando desempeñan sus funciones espirituales: deben ser enjuiciados de acuerdo a sus actos y posiciones políticas.

Si se les hiciese caso en materia política, América no se hubiese independizado de España; o, tomando otra etapa posterior, en México reinarían los descendientes del emperador Maximiliano, Cuba sería colonia española, etc. Si se les otorgase imperio en materia política, nosotros nos debíamos haber puesto en 1955 contra Perón, como ellos querían; entonces conspiraron con los enemigos del pueblo, como ahora lo hacen en Cuba.

Durante seis años nuestros compañeros han ido a la cárcel, han sufrido torturas, han sido echados del trabajo, han sido fusilados, sin que los altos dignatarios de la Iglesia hiciesen más que algunos inocuos llamamientos a la paz general, uniendo a verdugos y victimados como si las culpas fuesen comunes; cuando discriminaron, fue para atacar al "régimen depuesto" y para condenar la rebeldía de nuestra masa.

No he leído la pastoral que condene a los asesinos del heroico general Valle, que era un católico sincero.

No he leído la pastoral que condene a los asesinos de la "0peración Masacre". No he sabido de ninguna epístola incandescente denunciando a los sicarios uniformados que aplicaban suplicios a la gente trabajadora. Pero basta que el señor Frondizi justifique la represión como defensa de "los altos valores del espíritu", para que entonces si se conmuevan esos duros corazones episcopales.

En cambio están muy preocupados y tristes porque en Cuba hay un gobierno revolucionario.

¿Por qué no dijeron nada cuando murieron 20.000 luchando contra el gobierno que mantenían los yankis, cuando Nixon abrazaba a Batista y lo colmaba de elogios? ¿Por qué no se preocupan de Angola, donde las fuerzas "occidentales" mantienen la esclavitud aplicando la tortura? ¿O de Argelia, que ha movido la indignación de muchos católicos franceses por el sadismo de las tropas coloniales, cuyas técnicas aprenden nuestros jefes militares? ¿Les parece que hay poco dolor en el mundo y en América, como para que se dediquen al único país donde el pueblo se siente libre?

-¿Usted rechaza, por lo tanto, la tesis de que el peronismo es un freno contra el avance del comunismo?

-Una cosa es que nosotros tengamos una visión de las cosas argentinas que difiere de la del Partido Comunista y tratemos de mantener la adhesión de las masas trabajadoras; otra muy diversa es unirnos al fanatismo regimentado que ve a los comunistas como criminales y a los países socialistas como enemigos del género humano. Esto es renunciar a la facultad de raciocinio y aceptar que el bando imperialista piense por nosotros.

No necesito ser comunista para considerar que el principal responsable de la guerra fría es el imperialismo occidental, ni para comprender que el enemigo más grande que hoy tiene el género humano es la brutal plutocracia norteamericana.

En el orden nacional, la manera de mantener nuestro prestigio en la masa no es actuando como ayudantes de los pastores para que el rebaño no se ponga arisco, sino ofreciendo soluciones revolucionarias a los problemas reales.

Los que están en la jugada de presentarnos como defensores del orden contra el comunismo desnaturalizan la esencia del peronismo. Y, además, cometen una estupidez. Salvo para los energúmenos que ven conspiraciones bolcheviques en cada lucha popular, el comunismo avanza porque hay razones económico-sociales que así lo determinan. Esas razonas no desaparecerán y se trata de ver quienes darán las soluciones.

Los que piensan en "conciliaciones" entre las clases o en paternalismos equilibristas están al margen del tiempo, como los que hablan de corregir los "abusos" del capitalismo. Pero los que quieran dar soluciones, los que como nosotros aspiran a mantener su vigencia como movimiento de masas, tienen que ir al fondo de los problemas.

No es posible enunciar aquí todas las cosas que debemos hacer, pero para terminar con el drama argentino hay algunas que son ineludibles, como ejemplo: dejar sin efecto convenios petrolíferos, eléctricos. etc.; denunciar tratados militares y compromisos belicistas; expropiar las instalaciones petrolíferas y demás bienes de los monopolios; expropiar a la oligarquía latifundista y a los grandes empresarios industriales; expropiar los bancos, puertos, servicios públicos; socializar grandes ramas de producción, hacer una reforma agraria que respete las características de nuestro agro pero que elimine muchas de las formas empresarias de explotación; planificar la economía en escala nacional; nacionalizar la gran industria pesada; controlar los sectores de la economía que deban mantenerse bajo el régimen de la propiedad privada, etc., etc.

Eso significa terminar con la democracia capitalista y sustituirla por nuevas estructuras que reflejen el predominio de las fuerzas de progreso, dirigidas por el proletariado. Es decir, que estaremos vulnerando el "derecho" de la libre empresa, de la propiedad y otros valores igualmente sacros: en otras palabras, seremos "comunistas".

Los factores de poder y la oligarquía en su conjunto nos consideran, desde ya, comunistas, porque nuestro triunfo implica el advenimiento de las masas que exigirán soluciones y las impondrán. Como dijo Perón: "las masas avanzarán con sus dirigentes a la cabeza o con la cabeza de sus dirigentes".

Nosotros lo sabemos y la reacción también lo sabe, así que los que se hacen los "ranas" no engañan a nadie, y menos a la oligarquía, que tiene sensibilidad de sobra cuando se trata de que no lo toquen sus privilegios.

Los que quieren desempeñar el papel de "defensores del orden" harán el deleite de los monseñores y de los espadones de moda, sirviendo de preservativos por poco tiempo. O impulsamos el avance de las masas -y entonces somos peligrosos y nos llamarán comunistas- o tratamos de frenarlas y entonces ayudamos a sembrar la confusión durante un tiempo y luego nos barrerán como a la demás resaca del orden caduco ocupando el Partido Comunista o quien sea, la dirección que hemos desertado.

-¿Qué piensa de la unidad de las fuerzas populares?

-La unidad es indispensable y será un paso previo al triunfo popular. Lo principal es para qué hacemos la unidad, cuáles son los objetivos cercanos (como por ejemplo las elecciones) y cuáles los grandes objetivos. Unidad para simple usufructo politiquero, no. Sí, en cambio, para dar las grandes batallas por la soberanía nacional y la revolución social. En la lucha contra el régimen como llegaremos más pronto a la unidad, forjada en la acción: dentro del régimen nos esperan sólo frustraciones y derrotas, y pequeños triunfos que serán desastres.

domingo, 7 de septiembre de 2008

7 de septiembre (E. Jauretche, G. Levenson *)

FERNANDO ABAL MEDINA-CARLOS GUSTAVO RAMUS

Habían transcurrido poco más de tres meses del secuestro del general Pedro Eugenio Aramburu, presidente de facto entre 1955 y 1958 y directo responsable de los fusilamientos del 9 de junio. El 7 de septiembre de 1970, policías provinciales balean en la pizzería "La Rueda" de Williams Morris a Fernando y Gustavo.

Desde entonces esa fecha fue consagrada por la militancia como el "Día del Montonero".

"Eran las 20 horas cuando entran en el bar Abal Medina y otro compañero. Ramus se queda afuera al volante de un Peugeot. Diez minutos después irrumpe en el lugar José Sabino Navarro. Otro montonero espera afuera al volante de un Fiat 1500. A las 20.20 llega un patrullero con dos policías armados y otro de civil.

Dos van hacia el Fiat, uno al Peugeot y el civil penetra en la pizzería.

Ramus muere en el coche al estallarle una granada que trataba de activar. Abal Medina es acribillado a balazos cuando intenta huir. Navarro, tras agotar sus municiones, quiebra el cerco policial y escapa, al igual que el otro montonero que había quedado al volante del Fiat. Desarmado, el otro compañero es detenido...".


LA MONTONERA

Con esas manos de quererte tanto
pintaba en las paredes "luche y vuelve"
manchando de esperanzas y de cantos
las veredas de aquel 69.

Con esas manos de enjugar sudores,
con esas manos de parir ternura
con esas manos que envolvieron
la fe en la nueva primavera
bordaba la esperanza montonera.

Con esas manos que pintaban
la historia de celeste y blanco
con esas manos de quererte tanto
¿Cómo quiere usted que no ande
de acá para allá
cargando la primavera
cayéndose y volviéndose a levantar
la montonera?

Que buen vasallo sería
si buen Señor tuviera.

¿Y cómo quiere usted que no ande
de acá para allá
luchando la primavera
cayéndose y volviéndose a levantar
la montonera?

Que buen vasallo sería
si buen Señor tuviera.

Joan Manuel Serrat


* En Héroes, historias de la Argentina Revolucionaria.

jueves, 4 de septiembre de 2008

No está nada mal, Scalabrini (Gabriel Fernández *)

Raúl Scalabrini Ortiz ofrece una vida y una obra dignas de ser tomadas en cuenta por los militantes jóvenes que se lanzan a la política en medio de un cúmulo de dudas e interrogantes. Especialmente por quienes, debido a su voluntad de aprendizaje, se zambullen en textos intentando hallar pespuntes de pensamientos aplicables a la difícil cotidianeidad política: el lector sabe que aunque las palabras “cierren”, una vez clausurado el lapso de lectura -ya en las calles- el mundo y el país parecen contradecir, o al menos difuminar lo aprendido. ¿Cómo relacionar, convertir en lucidez práctica, las ideas manadas de obras que, aparentemente, ofrecen esquemas correctos pero sutilmente distanciados del diálogo corriente, del accionar diario, de la convocatoria masiva?

Jamás un autor o un luchador darán la respuesta, pero labores como la de Scalabrini, entre otros, ayudarán a pefilar saberes que se complementarán más adecuadamente con las vivencias del compañero. Estas líneas, apenas introducen a un vasto y complejo modo de conocimiento que contrasta con la gnoseología manyada habitualmente, tan presta a considerar todos los factores, menos los importantes. Digamos que Scalabrini invierte aquellos términos: se autodefine como un “místico de la realidad”, generando un trabajo asentado en el planteo despojado, la investigación a fondo y las conclusiones sinceras. Es decir, sin forzamientos que hagan encajar los procesos en las teorías sobre las interpretaciones de los procesos.

Semejantes concepciones fueron formuladas por Scalabrini y su amigo Arturo Jauretche como una exhortación a dejar de lado “las ideologías” que buscan ver la vida nacional con prismas externos. Tal observación enfadó grandemente a los marxistas locales quienes lo equipararon con la visión ignorante de quien niega las cosmovisiones –algo así como un pre-Fukuyama local– (Silvio Frondizi, enorme intelectual marxista, se negó despectivamente a debatir con Jauretche por considerarlo, apenas, un “populachero”). Si se indagan los comportamientos políticos de los autores citados, los de las vertientes cuestionadas por ellos, así como los resultados prácticos de sus tareas periodísticas e investigativas, tendrá que admitirse que el llamado se parece mucho más a la actitud de un Carlos Marx ahondando con su propio cerebro en la estructura económica capitalista que a los negadores de sistemas de pensamiento.

Es de interés resaltar que ante la absurda contracara de los “teóricos”, el falso practicismo antiintelectual, este realista por antonomasia reivindicó absolutamente el valor de la palabra, del escrito, del libro y de la prensa. Firmemente convencido del poder esclarecedor y activo de un texto bien realizado, no cejó en su búsqueda de la difusión masiva. “Yo he visto a Scalabrini más débil que el Quijote –memoraba Jauretche–, teclear en largas vigilias sobre la máquina un pensamiento que no tenía destino porque las bobinas de papel entraban por el puerto de Buenos Aires con el pretexto de la cultura, pero no había una mísera cuartilla de periódicos con que llevar al pueblo las verdades que surgían de aquellas vigilias; tan poderosa era –y sigue siendo– la armazón publicitaria del interés antinacional que administraba la noticia y la doctrina...pero Raúl Scalabrini Ortiz no desesperaba. La verdad a cuyo servicio se puso fue saliendo en pequeñas hojitas, en efímeros periódicos, en folletos y en libros y fue portada por pequeños hombres -pequeños, en la multitud- que se fueron haciendo grandes hasta ser la multitud misma”.

* * *

La cuestión que desvelaba a Sacalabrini era, justamente, el distanciamiento y la superficialidad que brindan las miradas lejanas sobre nuestra realidad; la reducción de procesos complejos pero palpables a dualidades simples que no dan cuenta del trasfondo. A través de una fuerte independencia de criterio (que lo lleva, entre otras cosas, a leer autores muy variados y a no afiliarse al radicalismo ni al justicialismo) el porteño-correntino va percibiendo (y criticando en consecuencia) que las distintas “corrientes de pensamiento” locales –socialistas, liberales, nacionalistas– se aferran a preceptos que no ameritan el cotejo con los procesos vivos, evitan tomar en cuenta datos cognoscibles y por lo tanto deforman la visión, buscando insertar lo que ven en la idea previa.

Así, Scalabrini devuelve al razonar político argentino la noción de objetividad, o si se quiere de materialismo para abordar lo que pasa. Señala que admite debatir largamente sobre filosofías –tema que le interesa en tanto lector y escritor apasionado– pero precisa que para analizar lo que ocurre día a día en el país es pertinente aceptar, en el sentido de conocer para transformar, esa multiplicidad de hechos y sucesos concatenados y con causas reales muy profundas. La dependencia existe y lo demuestra numérica, estructural y políticamente: esto es verdad, enfatiza, y quien no lo crea así que lo pruebe acabadamente. Piensa que no es bueno para nuestro pueblo que las ideas surgidas de un nacionalismo francés comanden la acción política local, que las teorías de un liberalismo inglés orienten nuestra economía, ni que las concepciones dispuestas por un comunismo ruso guíen la marcha de los trabajadores argentinos. No sólo no es bueno, piensa junto a Jauretche; es un disparate, una cosa de zonzos.

Lejísimo de la ridícula consigna “ni yanquis ni marxistas”, Scalabrini tensa su propia honestidad intelectual y deriva lógicamente en la admisión de sus propias conclusiones: toma del hombro a Juan José Hernández Arregui y le propone -!en 1952!- la formación de un “Partido Comunista nacional” que se posicione geoeconómicamente, como ellos hasta ese entonces, pero enfatice la cuestión social, a su entender demasiado diluida en el justicialismo. Scalabrini muere en 1959, en medio de batallas contra golpes e imperios redivivos, y al poco tiempo, en 1960, Hernández Arregui lanza la idea de formar, sin contrastar con el peronismo, “Centros de Izquierda Nacional”, suerte de unidades básicas destinadas a abordar a fondo los desafíos que se le presentan al gigante miope e invertebrado. Años más tarde, al calor de la lucha, surgirían numerosas organizaciones unidas por una concepción revolucionaria del peronismo.

* * *

Volvamos a Scalabrini: su forma de decir aparece correlacionada con su forma de ver. Privilegia la combinación de la investigación con la labor periodística, condicionando su rumbo personal –originalmente despegado de tantas complicaciones– a las respuestas que va obteniendo en el mismo vivir y observar. Muy argentino, eleva su búsqueda filosófica hacia lo que muchos consideran un descenso conceptual. Los ferrocarriles, el Banco Central, el petróleo, el neutralismo, las escuelas técnicas, la democracia práctica, son sus temas porque, comprende, son “los” temas. Los inicios especulativos y metafísicos quedan atrás, y se aboca a la filosofía en serio, ya que el hombre es, también, el lugar y la sociedad que le toca vivir.

Hay concordia entre ese camino y su vida personal. Hincha de la vida, callejea y aprecia las mujeres hermosas, pelea en el ring y en las esquinas, parece un tipo dispuesto a beber los placeres de la vida; pero los “descubrimientos” lo fuerzan a deshacerse de, tal vez, su máximo deseo, el de ser un gran escritor, para lo que cuenta con el potencial necesario. No cree que el artista deba ser fiel solamente a su obra, pues “hay causas mayores” y rompe su dinero e invierte su tiempo en periódicos y folletos que lo dejan en la ruina, pero satisfecho; la denuncia del vasallaje y la injusticia se le aparece como el mayor de sus problemas y todo lo demás bien puede subordinarse a semejante preocupación. Ama a su mujer y a sus cuatro hijos, pero con el diario “Reconquista” se funde en el peor momento. Por entonces, a los 44 años, debe salir a ofrecerse profesionalmente a través de clasificados en los diarios, ante el azoramiento de sus amigos; mas si muchos esperan la reflexión rencorosa, aclara que pese a todo “cuando más conozco a los hombres de mi tierra, más los aprecio y mejor comprendo que cualquier sacrificio en bien de su liberación y su enaltecimiento, justifica ampliamente mi vida”. Bastan estos trazos incompletos para adherir a aquella definición de “intelectual profético” con que lo caracterizara limpiamente Horacio González.

* * *

A pesar de los padeceres, que nadie deje este artículo suponiendo que la suya fue una existencia heroica pero desgraciada: hay que leer sus impresiones del 17 de Octubre para aprehender el torbellino desatado en su corazón; o imaginar el revuelo de emociones causado por el anuncio de la nacionalización de los ferrocarriles. Por momentos así, que para algunos nada significan, vale la pena vivir. Scalabrini entendió que la Argentina no es una bendición pero mucho menos una condena. Es, simplemente, este país, nuestro país. Y se congratuló de haber nacido aquí, lo cual, pensaba, no está nada mal. Nada mal.


(*) Director Periodístico Revista Question Latinoamérica / Director La Señal Medios